La agricultora salvadoreña Lorena Mejía abre una incubadora y monitorea la temperatura de los huevos que muy pronto, al eclosionar y desarrollarse los pollos, le proveerán de más aves y huevos.
Mejía es una de las beneficiarias de un proyecto que busca ofrecer emprendimientos productivos a mujeres que, como ella, han sido deportadas de México o de Estados Unidos, en su intento por alcanzar “el sueño americano”.
“Me fui porque trabajaba en una fábrica en San Salvador, pero el dinero no alcanzaba”, contó a IPS esta mujer de 43 años, en el patio de su casa, en el caserío Talpetate, del municipio de Berlín, en el oriental departamento salvadoreño de Usulután.
En 1998, y tras un peligroso periplo de varias semanas, Mejía logró establecerse en la ciudad estadounidense de Dallas, en Texas.[pullquote]3[/pullquote]
Ahí trabajó en servicios de limpieza en una escuela y en un hotel, pero luego ella decidió regresar al país en 2001, con muchos sueños rotos.
“Ahora estoy enfocada, junto a mis compañeras, en hacer crecer este proyecto”, narró.
Mejía y otras agricultoras de la localidad fundaron en 2010 la Asociación de Mujeres Activas Trabajando Unidas por un Futuro Mejor, y concibieron una iniciativa que ofreciera oportunidades productivas a otras migrantes retornadas.
Actualmente unas 40 mujeres conforman esa organización, 15 de las cuales están inmersas en la producción avícola, quienes han recibido el apoyo técnico del estatal Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria y Forestal (Centa), así como de la oficina en El Salvador de la Organización de las Naciones unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
El resto le está apostado a las actividades agrícolas típicas de la zona rural salvadoreña y del caserío Talpetate: la producción de maíz y frijoles.
Pese a la importancia que para la organización de mujeres tiene el apoyo de Centa y FAO en este plan, el Estado salvadoreño como tal aún no desarrolla una estrategia como tal para lograr la reinserción económica de la población retornada, y en particular de las mujeres.
“A veces lo que una necesita es un empujoncito”, acotó Mejía.
En esa pequeña comunidad rural de Tapelte, compuesta por unas 70 familias, el empleo es escaso y la pobreza campa a sus anchas.
Según cifras oficiales, publicadas en mayo del 2018, 32,1 por ciento de hogares salvadoreños se encuentran en pobreza en el campo, comparado con 27,4 por ciento en las ciudades.
El proyecto, que arrancó en noviembre del 2018, proveyó a cada familia participante de 25 gallinas para que produjeran huevos y estos, a su vez, con el tiempo, más gallinas y pollos.
Según los cálculos de las participantes, los ingresos por la venta de huevos son todavía modestos. Pero cuando la producción haya aumentado, con el correr de los meses, obtendrían alrededor de 200 dólares mensuales, como colectivo.
Ese dinero se reinvierte en la pequeña granja colectiva, a fin de mejorar y aumentar la producción, con más incubadoras e infraestructura.
“Las mujeres rurales son motores de la economía, y como FAO apoyamos a las personas retornadas mediante procesos inclusivos y equitativos que incidan en la disminución de las poblaciones migrantes”, indicó a IPS la representante asistente de Programas del organismo en El Salvador, Emilia González.
Un componente importante del proyecto es que sirva también de apoyo a la sostenibilidad alimentaria, pues un porcentaje de la producción de huevos y carne de ave se destina al consumo familiar.
“Nos ahorramos el dinerito que utilizaríamos para comprar unas libras de pollo”, explicó a IPS otra de las beneficiarias, Marlene Mejía, de 46 años.
Ella también intentó llegar a Estados Unidos, en 2003, de forma irregular. Pero apenas logró cruzar México, en un poblado cuyo nombre nunca conoció.
Ahí pasó mucha hambre, narró. Y tras varios días de encierro, en una casa regentada por traficantes de migrantes, decidió regresar al país.
La migración de salvadoreños hacia los Estados Unidos es uno de los fenómenos que ha marcado a este pequeño país centroamericano, de 7,3 millones de habitantes.
Se calcula que al menos unos 2,8 millones de salvadoreños viven en los Estados Unidos, en un éxodo que se intensificó en la década de los 80, cuando El Salvador vivió una cruenta guerra civil (1989-1992).
Tres aviones llegan semanalmente al país desde los Estados Unidos con personas deportadas, además de tres buses procedentes de México.
De acuerdo a estadísticas oficiales, más de 26.000 salvadoreños fueron repatriados en 2018, principalmente de México y Estados Unidos. Una cifra muy alta pero 1,2 por ciento inferior respecto al 2017, cuando la cifra alcanzó las 26.837 personas.
Marlene Mejía se dedica además, desde hace cuatro años, a la elaboración de pupusas, el plato más popular en El Salvador: una tortilla de maíz rellena de frijoles, queso y chicharrón, entre otros ingredientes.
“Si una tiene trabajo aquí, ¿para qué va a ir a sufrir allá?”, se preguntó.
El gobierno salvadoreño ofrece algunos apoyos para la reinserción económica de la población retornada, por medio del proyecto llamado “El Salvador es tu casa”, lanzado en octubre de 2017.[related_articles]
Según datos del Ministerio de Relaciones Exteriores, unas 147 personas recibieron capital semilla para iniciar emprendimientos, dentro de un proyecto de reinserción económica y psicosocial, mientras en otro proyecto piloto de inserción productiva de Usulután está destinado a 208 personas.
Pero son cifras irrisorias en cuanto al número de beneficiarios, dada la magnitud de las deportaciones y los problemas económicos del país, por lo que la mayoría de repatriados no encuentra ninguna estabilidad económica, y los aportes gubernamentales se quedan cortos.
“Evidentemente eso es insuficiente, hace falta un esfuerzo territorial más fuerte para poder brindar opciones a la gente cuando llega a sus lugares de origen”, señaló a IPS el investigador en temas de migración, Jaime Rivas, de la Universidad Don Bosco.
Algunos retornados, por su propia cuenta, logran montar su propio proyecto, con escaso o nulo apoyo gubernamental o internacional.
Dennis Alejo, de 30 años, intentó cruzar la frontera estadounidense cinco veces, en diferentes momentos, desde 2010.
La última ocasión, en 2015, logró llegar a las cercanías de San Antonio, en Texas, pero el grupo de migrantes con el que llevaba atravesando por siete días el desierto fue interceptado por la “migra”, como popularmente llaman los migrantes a los agentes del estadounidense Servicio de Control de Inmigración y Aduanas.
Pero él logró huir y se internó en el monte.
“Toda la noche pasé abrazando el charral (matorral) para esconderme de un helicóptero con un reflector, que me buscaba”, narró a IPS.
Ahora, con su propio esfuerzo, y venciendo toda clase de obstáculos, Alejo cultiva tomates de buena calidad en un terrenito que alquila, en Berlín, gracias a las 1.800 plantas que sembró tres años atrás.
Ofrece además empleo como recolectores a una docena de jóvenes, y de ese modo, él siente que está evitando que más muchachos arriesguen su vida atravesando desiertos para llegar a Estados Unidos.
“No es mucho lo que les pago, son cinco dólares diarios, pero si tuviera más apoyo, podría dar empleo a más gente”, acotó.
Porque, de nuevo, Alejo también se enfrenta a la falta de apoyo financiero para montar un sistema de riego que mejore y aumente la producción.
Edición: Estrella Gutiérrez