El 15 de septiembre se dio a conocer el informe “El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo”, publicación conjunta de cinco organizaciones de las Naciones Unidas, incluida la FAO. El estudio de 144 páginas presenta numerosos resultados y análisis en diversas dimensiones e indicadores, pero el mensaje es uno: tras una larga tendencia a la baja en los niveles de hambre en el mundo, hoy estamos en retroceso.
Se estima que 815 millones de personas sufren hoy hambre, lo que corresponde a un aumento de 38 millones respecto al año anterior. Este es un retroceso inaceptable, en especial si recordamos que hace solo dos años, los países del mundo asumieron una meta central de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: eliminar el hambre del planeta al 2030.
Complementando el anterior informe, la FAO y la Organización Panamericana de la Salud, han publicado el 10 de octubre el “Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe 2017”. El mensaje central es el mismo: también en nuestra región estamos perdiendo terreno en la batalla contra el hambre.
Comparando con la última medición, 2,4 millones de personas han caído en condición de subalimentación. En total, 43 millones de personas en América Latina y el Caribe sufren el flagelo del hambre. En siete países, más de 15 por ciento de la población está en esta condición: Antigua y Barbuda, Estado Plurinacional de Bolivia, Granada, Guatemala, Haití, Nicaragua y Santa Lucía.
Si proyectamos sin cambios las tasas más recientes de reducción del hambre, solo ocho países alcanzarán la meta de Hambre Cero en 2030: Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Jamaica, México, Trinidad y Tobago y Uruguay. Es decir, hay que hacer un mayor y un mejor esfuerzo para llegar a la meta comprometida.
Brasil, Cuba y Uruguay lideran los progresos hechos contra la subalimentación y Chile, Argentina, y México son parte del grupo de países avanzados. Todos ellos tienen menos de 4,2 por ciento de su población carente por subalimentación.
Sin embargo, varios de estos han entrado en una etapa en que el avance es más lento, justo cuando la meta está ya al alcance de la mano. Desde 1990, México solo ha reducido la incidencia del hambre en 2,5 puntos porcentuales, y Argentina apenas en 1,7.
Países como Nicaragua y Bolivia representan otra realidad. Son naciones en las que los niveles de hambre son altos, superiores a 17 por ciento, pero lo importante es que están haciendo bien las cosas y avanzan rápidamente en la dirección correcta.
Destacamos el caso de Nicaragua, con una impresionante reducción de 35 puntos porcentuales desde 1990. Bolivia también se mueve a buena velocidad en la dirección adecuada, disminuyendo el hambre en casi 16 puntos porcentuales desde 1990.
Podemos identificar un tercer grupo de países, donde el problema empeora respecto al último año. Costa Rica, con 5,6 por ciento de su población sufriendo de subalimentación, es uno de los países con mejores cifras, pero el problema ha aumentado recientemente.
Antigua y Barbuda, Granada, Perú, Santa Lucia y Venezuela, han también retrocedido en comparación con el 2016 y, en el último caso, de manera significativa.
El reciente retroceso de Perú se debe considerar a la luz del hecho de que este país tiene una trayectoria exitosa de largo plazo, pues ha disminuido el hambre en 22 puntos porcentuales desde 1990, lo que lo deja al país con solo ocho por ciento de incidencia de subalimentación.
Dadas las tendencias resumidas anteriormente, ¿cuáles deben ser las estrategias para que en el año 2030 podamos declarar que América Latina y el Caribe es una región libre de hambre, como lo comprometieron nuestros líderes políticos?
En países como Guatemala o Haití, que aún cuentan con un alto porcentaje de su población con hambre, es necesario desplegar una estrategia amplia y transversal, es decir, que cubra casi cada rincón de sus sociedades.
El Plan de Seguridad Alimentaria y Nutricional de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) o la Iniciativa Mesoamérica sin Hambre, contienen propuestas basadas en las mejores y más exitosas experiencias regionales.
Estos países, pero especialmente Haití, requieren de la cooperación internacional, la que para ser fructífera debe ser acompañada de una voluntad política nacional fuerte y de largo plazo, superando la lógica humanitaria y amarrando la reducción del hambre a la promoción del desarrollo sostenible.
En países que ya tienen la meta a la vista, pero que aún no pueden cantar victoria, la estrategia básica que ha funcionado en décadas anteriores, debe ser ajustada.
Estos países entran a la etapa más dura de la lucha contra el hambre, la que persiste en bolsones sociales y territoriales de pobreza profunda, donde factores como las debilidades institucionales, las desigualdades étnicas y de género, la exclusión social, o el aislamiento geográfico, hacen que las políticas habituales, sean menos eficaces.
Es como el alpinista que busca llegar a la cumbre del Everest: el esfuerzo en los últimos 500 metros, es mucho mayor que el requerido en las etapas anteriores, y para alcanzar la meta debe recurrir a estrategias especiales.
Desde la FAO proponemos que se identifiquen con precisión los bolsones sociales y territoriales del hambre, país por país, y, para cada uno de ellos, se diseñe un programa hecho a su medida.
Hay un factor, sin embargo, que es el más importante en cualquiera de los países.
América Latina y el Caribe solo podrá anunciar que es una región libre de hambre en el 2030, si es que nuestros líderes políticos, sociales, empresariales, todos y cada uno de nosotros, hacemos realidad la convicción de que tener poblaciones hambrientas en una afrenta a nuestra propia dignidad y una marca vergonzante que no estamos dispuestos a tolerar.
Revisado por Estrella Gutiérrez