Pueblos pesqueros faenan por seguridad alimentaria en El Salvador

Rosa Herrera retorna a la playa tras pasar la mañana recolectando moluscos en los manglares que bordean Isla de Méndez, en la Bahía de Jiquilisco, en el oriental departamento de Usulután. La lucha por la obtención de alimentos es intensa en estas comunidades pesqueras de El Salvador. Crédito: Edgardo Ayala/IPS
Rosa Herrera retorna a la playa tras pasar la mañana recolectando moluscos en los manglares que bordean Isla de Méndez, en la Bahía de Jiquilisco, en el oriental departamento de Usulután. La lucha por la obtención de alimentos es intensa en estas comunidades pesqueras de El Salvador. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

Luego de una extenuante jornada recolectando moluscos en el fango del manglar, la salvadoreña Rosa Herrera, el rostro tostado por el sol, llega a la orilla de la playa a bordo de la lancha Topacio, cargando en sus hombros el fruto de la faena.

Durante toda la mañana logró recolectar, escarbando dentro de pequeñas cuevas en el lodo, 126 de esos moluscos (Anadara tuberculosa) llamados localmente “curiles” o “conchas”, muy demandados en El Salvador y por los cuales la Cooperativa Manglarón, de la que es miembro, le pagó 5,65 dólares.

“Hoy estuvo más o menos bien, a veces nos va mal y solo ganamos dos o tres dólares”, dijo a IPS esta mujer de 49 años que desde que tenía 10 faena en estos manglares de la bahía de Jiquilisco, cercanos a la Isla de Méndez, la comunidad de 500 familias donde vive, en el municipio de Jiquilisco, en el oriental departamento de Usulután.[pullquote]3[/pullquote]

La Isla de Méndez es en realidad un asentamiento ubicado en una península, bordeada al sur por el océano Pacífico, y al norte por la bahía. Un lugar donde la vida no ha sido fácil en los últimos meses.

La pesca y la extracción del molusco, las principales fuentes de alimentos e ingresos, se vieron afectadas por factores ambientales y por la violencia de las pandillas delictivas, un fenómeno que tiene sumido el país en la lista de las naciones más violentas del mundo.

Por temor a los constantes atracos de pandilleros, los pescadores disminuyeron sus jornadas, sobre todo de noche.

“Se sentía miedo, y en la noche nadie salía, y la pesca ahorita da más de noche, pero eso está cambiando un poquito”, contó Berfalia de Jesús Chávez, una de las socias fundadoras de la Cooperativa Las Gaviotas, creada en 1991 y conformada por 43 mujeres.

Pero la pandilla fue desarticulada y poco a poco la vida en la localidad está regresando a la normalidad, dijeron pobladores entrevistados por IPS durante las dos jornadas que compartió con ellos.

“El cambio climático también ha mermado la pesca, y los fenómenos de la Niña y el Niño”, dijo María Teresa Martínez, presidenta de la cooperativa, aunque agregó que la captura siempre tiene sus periodos de bonanza y de escasez.

Ofilio Herrera (izquierda) compra un kilogramo de pescado recién capturado por Álvaro Eliseo Cruz, en las aguas  del océano Pacífico de Isla de Méndez, en Jiquilisco, en el oriente de El Salvador. Cruz obtuvo unos 15 kilogramos durante la jornada, entre pargos, mojarras y otras especies, que parte comercializa y parte deja para alimentar a su familia. Crédito: Edgardo Ayala/IPS
Ofilio Herrera (izquierda) compra un kilogramo de pescado recién capturado por Álvaro Eliseo Cruz, en las aguas del océano Pacífico de Isla de Méndez, en Jiquilisco, en el oriente de El Salvador. Cruz obtuvo unos 15 kilogramos durante la jornada, entre pargos, mojarras y otras especies, que parte comercializa y parte deja para alimentar a su familia. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

Las mujeres de Las Gaviotas se esfuerzan por reparar sus tres canoas y sus redes para arrancar nuevamente, un verdadero reto cuando buena parte de la actividad productiva fue también alcanzada por la violencia.

La pesca y la venta de comida a los turistas, en un pequeño restaurante a la orilla de la bahía, es la actividad principal de esta organización. Pero de momento ellas deben comprar los mariscos para poder atender a los pocos visitantes que llegan a la comunidad.[pullquote]2[/pullquote]

“Ahora vuelven a venir un poco los turistas”, narró a IPS un emprendedor que prefirió no revelar su nombre cuyo negocio de venta de comida también cerró debido a las extorsiones exigidas por los pandilleros. Solo hace poco, se animó a reabrir su pequeño negocio.

“Antes, a esta hora del mediodía, todas esas mesas estaban llenas de turistas”, acotó, señalando las mesas vacías de su local.

En Isla de Méndez, cada día es una constante lucha por poner alimentos a la mesa, como en la mayoría de familias rurales en este país centroamericano de 6,3 millones de habitantes.

Según el documento Seguridad Alimentaria y Nutricional: camino hacia el desarrollo humano, publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en julio del 2016, la prevalencia de la subalimentación en El Salvador alcanza a 12,4 por ciento de la población.

Esa prevalencia define la probabilidad de que una persona no consuma la cantidad de energía alimentaria suficiente.

Las Naciones Unidas aún está definiendo las metas por alcanzar dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero en el caso del país esa prevalencia debería caer al menos a la mitad, afirmó a IPS la representante de programas de la oficina de FAO en El Salvador, Emilia González.

“A veces una trae solo cuatro pescaditos solo para que la familia coma, para vender nada, pero siempre hay un plato en la mesa”, aseguró María Antonia Guerrero, miembro de la Asociación Cooperativa de Producción Pesquera, conformada por 37 socios.

“Unas veces no se agarra ni para la gasolina”, señaló.

Por las limitaciones de equipo de la cooperativa (únicamente 10 barcas y dos motores), solo puede faenar dos o tres veces por semana. En días de suerte, añadió, puede atrapar el equivalente a 40 dólares a la semana.

En la comunidad, se siguen los protocolos ambientales que exigen el uso de una red que asegure la reproducción de las distintas especies de peces.

“Lo hacemos para no afectar a los más pequeños, de lo contrario se acaba y no tendremos qué comer después”, dijo Sandra Solís, también de la misma cooperativa.

González, la oficial de la FAO, sostuvo que uno de mandatos del organismo es luchar por la seguridad alimentaria y nutricional de las familias, y solo empoderándolas en este proceso se puede lograr una mejora en su nivel de vida.

“Se ha trabajado mucho en las comunidades para que las familias sean las propias gestoras de su desarrollo”, indicó.

En esta comunidad se hacen esfuerzos para desarrollar proyectos para producir abono orgánico y para tratar los desechos sólidos, explicó Ofilio Herrera, de la Asociación de Desarrollo Comunal de la Zona 1.[related_articles]

Otros planes más ambiciosos incluyen establecer una planta de procesamiento de agua de coco y las pepitas y el fruto de marañón (Anacardium occidentale), añadió.

Rosa Herrera, en tanto, camina con un dejo de sonrisa en el rostro hacia su hogar, satisfecha de haber obtenido, aunque pírrico, un ingreso para que ella, su hija y su padre, tengan algo que comer este día.

Madre soltera, está orgullosa de que, haciendo este duro trabajo, logró sacar adelante sola a sus siete hijos, seis de ellos ya independizados.

“Por estar trabajando para la comida no pude ir a la escuela, nosotros éramos ocho hermanos, unos estudiaban, los menores, y los mayores trabajaban. Mi papá y mamá eran muy pobres, los mayores faenábamos para mantener a los más pequeños. Cuatro no aprendimos a leer, pero los otros lo hicieron de adultos, menos yo”, contó.

“He dejado mi vida en los manglares, no pude ir a la escuela a aprender a leer y a escribir, pero estoy contenta de que a todos mis hijos les he dado estudios, a puro curil”, dijo.

Editado por Estrella Gutiérrez

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