En sus 76 años de vida, Raimundo Pinheiro de Melo soportó numersos estiajes prolongados por culpa de las sequías en la región del Nordeste de Brasil. Los recuerda todos desde el de 1958.
“Lo peor fue en 1982 y 1983, la única vez que se secó el río”, en cuyas cercanías vive desde 1962. “También 1993 fue muy malo”, explicó a IPS, porque no existían aún ni la Beca Familia ni la Articulación Semiárido Brasileño (ASA), que contribuyen a una convivencia menos traumática con sequías como la actual, que ya dura cinco años.
Beca Familia es un programa gubernamental de ayuda monetaria a 13,8 millones de familias pobres de Brasil, la mitad en el Nordeste. ASA es una red de 3.000 organizaciones sociales que promueve el acopio de agua de lluvia, así como técnicas y conocimientos para una vida rural adecuada al clima de lluvias irregulares en la nordestina ecorregión del Semiárido.
El agua no es tan escasa para Pinheiro de Melo y sus vecinos por la cercanía del río Apodi, que incluso cuando se seca deja agua para ser extraída en las cacimbas, los hoyos hechos en el lecho del río o en sus riberas.
Mundinho, como le conocen todos, además del esfuerzo por obtener agua en la zona alta donde vive en un área rural del municipio de Apodi, se dedica a otra tarea vital para la sustentabilidad del modo de vida campesino en el interior semiárido del Nordeste, conocido tradicionalmente como el Sertão. Es un guardián de semillas criollas.
Almacena en botellas y pequeños barriles de plástico semillas de maíz, frijoles, sorgo, sandia y otras especies de cultivo local, en una casita construida al lado de su vivienda, en medio de una tierra actualmente arenosa y de vegetación seca.
Más de mil casas o bancos de semillas, con la participación de 20.000 familias, componen la red organizada por ASA para preservar el patrimonio genético y la diversidad de los cultivos adaptados al clima y el suelo semiárido nordestino.
Guardar semillas es una vieja tradición campesina que se relegó durante la modernización agrícola de la llamada “revolución verde”, iniciada a mitad del siglo pasado y que incluyó “una ofensiva de las empresas productoras de semillas ‘mejores’ como se las decía”, de las que pasaron a depender los agricultores, recordó Antonio Gomes Barbosa.
La estrategia adoptada en 2007, de diseminar tecnologías de acopio de agua para la producción, buscando la seguridad alimentaria, condujo a ASA a visualizar la necesidad de que los pequeños agricultores dispusieran siempre de semillas, contó a IPS este sociólogo de formación y coordinador del Programa de Semillas de la articulación.
Un estudio con 12.800 familias encuestadas reveló que “el Semiárido tiene la mayor variedad de semillas de especies alimentarias y medicinales en Brasil”, destacó sobre una región en que viven más de 23 millones de los 56 millones asentados en el Nordeste, dentro de un país de 208 millones de habitantes.
A ello contribuyeron, acotó, la herencia familiar y comunitaria de semillas almacenadas y “un intenso intercambio, promovido por emigrantes que retornaron al Semiárido trayendo semillas desde el sureño São Paulo y el Centro-este” de Brasil, donde habían vivido.
Lo que hizo ASA fue identificar las casas de semillas existentes, articularlas y promover su multiplicación, como forma de rescatar, preservar, ampliar existencias y distribuir las semillas criollas, explicó Barbosa.
Antonia de Souza Oliveira, Antonieta como es conocida, participa en el Banco de Semillas número 639 en los registros de ASA en la Comunidad Milagre, con 28 familias en la meseta de Apodi, cruzada por el río de mismo nombre.
Es un banco comunitario que “cuenta con 17 guardianes y existencias principalmente de semillas de maíz, frijoles y sorgo”, apuntó.
La fuerte presencia femenina en las actividades de este asentamiento, llevó incluso al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011) a elegir Milagre para inaugurar una línea de crédito para mujeres del Programa Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar.
Un caso ejemplar, destacado por ASA, es el banco de semillas de Tabuleiro Grande, otro asentamiento rural de Apodi, un municipio del estado de Rio Grande do Norte. Allí, una iniciativa familiar acumula semillas de 450 variedades de maíz, frijoles, otras leguminosas y hierbas.
Antonio Rodrigues do Rosario, de 59 años, encabeza la cuarta generación que mantiene ese “banco familiar”.
El movimiento de semillas criollas se contrapone a la lógica de la revolución verde, donde las semillas las distribuye el Estado o las venden grandes empresas especializadas, “en gran cantidad pero poca variedad” y partir de una producción central.
“No necesitamos esa distribución, sino iniciativas locales, con cada territorio rescatando sus semillas locales, con gran diversidad y diseminación”, sostuvo Barbosa.
Se trata de conocimiento acumulado por las familias, con experiencias de adaptación a cada localidad, suelo y clima, al tipo de producción deseada y a la resistencia a las plagas.
“Muchas variedades de maíz atienden a distintas necesidades, una puede producir más paja para alimentar a los animales, otra el grano para humanos”, ejemplificó.
“El patio de las casas es un laboratorio familiar, donde se hacen experimentos, mejoras genéticas, se prueban resistencias y productividad. Es donde más participa la mujer, incluso enseñando a sus hijos”, observó Barbosa.
“En la gran sequía de 1982 y1983, una variedad de papa de crecimiento rápido, que en 60 días fue reproducida y guardada por una abuela, salvó muchas vidas”, ejemplificó.
La permuta de materiales y conocimientos también forma parte importante de la historia de las semillas criollas. Tiene lugar dentro de la misma comunidad y en las relaciones con el exterior. ASA trata de intensificar ese intercambio, promoviendo contactos entre campesinos de áreas distintas.
“Las semillas criollas son el principal foco de resistencia a las imposiciones del mercado, se trata de superar la dependencia en relación a los grandes proveedores”, según el coordinador del sector de ASA.
El cambio climático incrementa la importancia de las semillas del Semiárido. “No hay veneno agrícola para combatir el aumento de temperatura”, ironizó.
El Programa de Semillas del Semiárido comprobó una “gran capacidad creativa” y de “experimentación” de los agricultores familiares del Nordeste, opinó Barbosa en un diálogo en el cercano municipio de Mossoró.
Además hay su tendencia a la autonomía. “El agricultor sigue su propia experiencia, más que la orientación del agrónomo, porque elige lo que es más seguro”
Pero dos amenazas preocupan el movimiento semillero de ASA. Una es la “erosión genética” que puede provocar la sequía actual, que en algunas áreas ya se prolonga por siete años.
Las lluvias aisladas inducen a los campesinos a sembrar. Al conocer la posibilidad de perder la cosecha, nunca usa todas sus semillas, pero las va perdiendo poco a poco, ante cada lluvia engañosa, con el riesgo de reducir sus existencias.
Otra amenaza son los transgénicos, como se conoce a los organismos genéticamente modificados, rechazados por los agricultores vinculados a ASA. Se comprobó la presencia de maíz transgénico en algunas siembras de Paraíba, otro estado nordestino, que se sospecha que obedece al contagio de semillas traídas de otras regiones.
Editado por Estrella Gutiérrez