Dice la melómana ocurrencia angloestadounidense que el “show” no se termina hasta que “la dama gorda canta”.
Podía esperarse que la aparición de la “gorda” (grossa) catalana – reciente réplica del “gordo”, que repartió millones de la lotería en Nochebuena en España -, hubiera resuelto el dilema de las elecciones en Cataluña. Pero no fue así.[pullquote]3[/pullquote]
La Candidatura d’Unitat Popular (CUP), una coalición de grupos anticapitalistas de actuación asamblearia, no era la gorda soprano esperada. Celosa de su propiedad de 10 votos que controlan las decisiones en el nuevo – y ahora abortado – parlamento catalán de 135 escaños, ha dicho “ahí queda eso”.
Luego de haber mantenido en vilo a millones de catalanes y españoles, la CUP al final ha resuelto devolverle la pelota a Junts Pel Sí, la coalición independentista que ha mantenido tozudamente su propuesta de Artur Mas, el presidente en funciones, al frente de la Generalidad, el sistema institucional en el que se organiza políticamente el autogobierno de Cataluña.
Si no sale otra “gorda” alternativa, habrá nuevas elecciones en marzo. Mientras tanto, el proceso catalán hacia la independencia quedará visiblemente dañado. Y con él, la elección española también puede correr similar suerte, contaminada por la situación catalana.
En los recientes años, a medida que se fue reforzando la actitud independentista en Cataluña, descendió sobre Madrid una evidente preocupación que superaba las prioridades tradicionales. Cataluña se había convertido en “el problema”.
Pero todavía era un fenómeno un tanto abstracto, cultural, identitario, que estaba sujeto a interpretaciones y percepciones de índole personal o como máximo “legal”. Con el resultado de las dos recientes elecciones, estatal y autonómica, el “problema catalán” se ha trocado en un problema de resolución de comicios a nivel total y estatal.
Ante la imposibilidad de plasmar una mayoría absoluta en el Congreso español, la reduplicación del drama catalán amenaza con una repetición de los comicios en un plazo similar. Además de las diferencias ideológicas entre las cuatro principales formaciones – el Partido Popular (PP), el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Podemos y Ciudadanos – se ha insertado el “problema catalán”, agudizado por el fenómeno del independentismo.
La primera sorpresa la ha revelado el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en forma de requerimiento de un referéndum. Impelidos por un resorte de entusiasmo patriótico, los demás posibles socios en resolver el problema electoral español se apresuraron a declarar en vivos términos que no aceptarían el “troceamiento” de la soberanía.
Tanto socialistas como conservadores detectaron correctamente que el regalo de Iglesias hacia el independentismo catalán no era un respaldo hacia Artur Mas y sus socios de Esquerra Republicana.
Era un requiebro para el otro frente de estrategia populista de izquierdas presidido por Ada Colau, la flamante alcaldesa de Barcelona. Unida a Iglesias, ha conseguido el “doblete” municipal y la captura del soñado liderazgo en la versión catalana de los comicios de España.
Podemos se ha asentado insólitamente en el lugar tradicionalmente controlado por la Convergència de Jordi Pujol, su fundador y presidente de la Generalidad durante más de dos décadas, y esporádicamente por el “tripartito” presidido por el socialista Ernest Maragall, varias veces alcalde de Barcelona, y que ahora se le puede escapar a Artur Mas.
Por otra parte, la única oportunidad que Pedro Sánchez, como secretario general del PSOE, tiene de apuntalar su debilitada posición de segundón de Mariano Rajoy en los comicios españoles, para arrebatarle en coalición el trono del PP, es con el apoyo de Podemos.[related_articles]
Además necesita el respaldo de los “barones” de su partido, en un número notable bajo el resquemor de haber sufrido el mayor desastre electoral desde la transición.
Algunos – especialmente “alguna” baronesa, la andaluza Susana Díaz – no se lo perdonan, ambicionando sustituirle en el puesto que desde Felipe González nadie ha disfrutado con el generalizado respeto en toda España.
De ahí que las veleidades independentistas de Iglesias se hayan convertido en anatema. Y sin Podemos el PSOE lo máximo que puede conseguir es el maridaje de práctico espíritu patriótico con el PP en una gran coalición de corta duración.
De ahí que los socialistas, tanto en España como en Cataluña, quieran jugar la carta del federalismo, teniendo mucho cuidado en no revelar la naturaleza de esa solución, ya que en el momento que se atrevan a sugerir que Cataluña tendría un trato diferenciado, se terminaría el experimento.
Una inmensa mayoría de españoles nunca permitirán ese favoritismo. El “café para todos” no fue solamente un invento de Adolfo Suárez, presidente del gobierno español en la década de los 70 y fundador de Unión de Centro Democrático, el artífice de la transición, sino también una obra de alquimia tolerada por el PSOE.
Debilitado el independentismo también por el caso de corrupción de Pujol, ni siquiera Esquerra Republicana sería capaz de ocupar todo el espacio, ya dividido.
Por un lado están los identitarios de inclinaciones económicas conservadoras, lo que queda de Convergència. Por otro los radicales agresivos – muchas facciones de la CUP – están contra las medidas restrictivas de gastos sociales.
En el resto de España se puede exclamar que “muerto el perro se acabó la rabia”. Se cometerá un error, ya que la múltiple personalidad del híperautonomismo agresivo y el independentismo radical no están acabados y pueden resurgir en cualquier momento, con lo que el “problema catalán” seguirá incólume.
Ya solamente falta que la supervivencia de Rajoy, o su sucesor, crea que con la mera aplicación de unos artículos de la Constitución se arregla todo.
Editado por Pablo Piacentini