Más de 950 personas murieron en apenas cinco días debido a la ola de calor que azota a Karachi, la ciudad más grande de Pakistán. Las morgues no dan abasto por la cantidad de cadáveres que siguen llegando, mientras que los hospitales están saturados.
Esta ciudad portuaria, donde viven 23 millones de personas, padece su peor ola de calor desde la década de 1950, según el Departamento de Meteorología del país del sur de Asia de 196 millones de habitantes.[pullquote]3[/pullquote]
El calor poco habitual, que comenzó el jueves 18, hizo que la temperatura subiera a 44,8 grados Celsius el sábado 20, bajara ligeramente al día siguiente y llegara a los 45 grados el martes 23.
Aunque el calor afecta a toda la austral provincia de Sindh, donde murieron 1.100 personas, su capital, Karachi, es la más golpeada, especialmente debido al fenómeno conocido como «isla de calor urbano», que hace que 45 grados se sientan como 50, según los climatólogos.
En esta situación, el calor queda atrapado y convierte a la ciudad en una especie de horno a lenta cocción.
Todos los habitantes sienten el calor, pero la mayoría de los muertos son pobres, que padecen doblemente por la falta de acceso a la electricidad y porque viven en asentamientos atestados e informales que ofrecen poco respiro del sol ardiente.
La población pobre ya tenía pésimos indicadores de salud, y esa vulnerabilidad se agrava porque tienen escasas posibilidades de evitar la exposición al sol.
Anwar Kazmi, portavoz de la Fundación Edhi, la mayor organización humanitaria de Pakistán, dijo a IPS que 50 por ciento de los muertos fueron recogidos en la calle y es probable que sean mendigos, consumidores de drogas y jornaleros que no tienen más remedio que ignorar las advertencias del gobierno de permanecer dentro de sus casas hasta que pase el calor intenso.
En el segundo día de la crisis, con todos los espacios libres ocupados y cientos de cadáveres llegando a diario, la mayor morgue de la ciudad, administrada por la fundación, comenzó a enterrar los cuerpos que no habían sido reclamados.
«En mis 25 años de servicio, nunca he visto tantos cadáveres en tan poco tiempo», aseguró Mohammad Bilal, director de la morgue de la Fundación Edhi, en diálogo con IPS.
El gobierno fue criticado por no alertar a la población a tiempo. El primer ministro Nawaz Sharif y el ministro jefe de Sindh, Syed Qaim Ali Shah, ordenaron tardíamente el cierre de escuelas y oficinas estatales.
Los hospitales, por su parte, soportan la presión de tener que atender a unas 40.000 personas, que en toda la provincia sufren de insolación y deshidratación.
Saeed Quraishy, superintendente médico del Hospital Civil, el mayor nosocomio público de Karachi, informó que el centro sanitario dejó de admitir pacientes para dedicarse exclusivamente a los casos de emergencia.
Energía y pobreza
La crisis expone varios problemas que azotan a Pakistán, como la escasez de energía, el impacto desproporcionado del cambio climático en los pobres y las consecuencias de la rápida urbanización. En Karachi, la metrópolis más poblada del país, estos problemas se magnifican.
Aunque el último censo es de 1998, las organizaciones no gubernamentales sostienen que hay decenas de millones de personas que viven y trabajan en la calle, entre ellos mendigos, vendedores ambulantes y trabajadores manuales.
Más de 62 por ciento de la población en la ciudad vive en asentamientos informales, con una densidad de casi 6.000 personas por kilómetro cuadrado.
Muchos de ellos carecen de servicios básicos como agua y electricidad, fundamentales en épocas de fenómenos climáticos extremos. Una forma popular de acceder a la red de energía eléctrica es el sistema “kunda”, de conexiones ilegales.
Apenas este mes, la empresa de electricidad de Karachi retiró 1.500 de estas conexiones ilícitas.
Pero incluso el 46 por ciento de los hogares del país que están conectados a la red eléctrica no tienen garantizado el suministro sin interrupciones. Pakistán tiene una escasez de energía diaria cercana a los 4.000 megavatios y no son raros los apagones de hasta 20 horas al día.
Las familias más pudientes pueden recurrir a los generadores, pero los aproximadamente 91 millones de personas que viven con menos de dos dólares al día no tienen opción. Solo les queda la batalla por la supervivencia, que muchos en la última semana han perdido.
Las instrucciones oficiales para combatir el calor no tienen sentido para la mitad más pobre de la sociedad pakistaní.[related_articles]
Tomar duchas frescas, consumir sales de rehidratación o permanecer bajo techo no son opciones para aquellos que viven con 1,25 dólares diarios o en asentamientos informales, donde cientos de familias deben compartir un grifo.
Tasneem Ahsan, otrora directora ejecutiva del Centro Médico de Posgrado Jinnah, aseguró a IPS que la acción preventiva habría salvado innumerables vidas.
«El gobierno debería haber ocupado espacios grandes, como los salones para bodas y las escuelas, y convertirlos en refugios con electricidad y agua para que la gente pudiera refrescarse en ellos», recomendó.
La experta también señala que, con ese fin, el Estado debería haber instalado cisternas de agua en las localidades más pobres, aconsejado a la población sobre la ropa apropiada para enfrentar la ola de calor y distribuido folletos con métodos sencillos para protegerse.
Los medios de comunicación también tienen la culpa, según Ahsan, por informar de los muertos como si fueran resultados deportivos en lugar de difundir consejos que podrían haber salvado vidas, como, por ejemplo, «póngase una toalla mojada en la cabeza».
Entre tanto, el gobierno de la provincia de Sindh canceló las licencias y vacaciones del personal médico y trajo personal adicional para hacer frente a la avalancha de pacientes, que se espera que aumente cuando los devotos sucumban por la fatiga y el hambre en el actual mes sagrado del Ramadán, en que los musulmanes practican el ayuno diurno.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga