Para Roberto Pineda, un pequeño productor de la municipalidad de Somotillo, en el noroeste de Nicaragua, su práctica tradicional luego de cada cosecha consistía en cortar y quemar todos los residuos de cultivos en su tierra, un método conocido como agricultura de “tala y quema”.
Esta práctica, común en las laderas subhúmedas de América Central, conllevaba muchas implicaciones ambientales negativas, entre ellas la reducción de la calidad del suelo, erosión, lixiviación de nutrientes y pérdida de la diversidad del ecosistema.
El sistema de tala y quema brinda a los agricultores un tiempo limitado de utilización de la tierra de tan solo uno a tres años, antes que las parcelas se encuentren tan degradadas que deben ser abandonadas.
“Nosotros trabajábamos en la forma de nosotros, botábamos los montes al ras, (y si quedaba algo) le pegábamos fuego”, dijo. “Quedaba destruido el terreno y no mejorábamos”, añadió. [pullquote]3[/pullquote]
Hace aproximadamente tres años, Pineda y un grupo de agricultores se involucraron en un programa de agroforestería liderado por un grupo de instituciones, incluyendo el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) y socios nicaragüenses, estadounidenses, austriacos y colombianos.
El programa trabaja directamente con agricultores para realzar la ecoeficiencia de sus paisajes rurales, ayudándoles a introducir opciones de cultivos y forrajes adaptadas a sus condiciones y mejorar la productividad y rentabilidad de sus cultivos y prácticas de ganadería.
Esto ayuda a los pequeños productores no solo a mejorar los ecosistemas locales, sino a adaptarse a condiciones climáticas extremas y proteger la fertilidad del suelo y la producción de alimentos a largo plazo.
“Hemos visto un cambio”, dijo Pineda. “Antes producíamos 10 quintales por manzana (área equivalente a 0,7 hectáreas), y ahora producimos entre 30 y 40 quintales por manzana. Hemos mejorado nuestros recursos naturales, y han crecido árboles. Antes no teníamos árboles y no llovía”.
Cómo funciona
El programa ofrece a los productores como Pineda una opción biológicamente compleja de fácil establecimiento, combinando los conocimientos tradicionales con nuevas percepciones sobre el manejo sostenible de la tierra para mantener la productividad de los cultivos por muchos años.
Se incita a los productores a plantar árboles esparcidos a través de sus parcelas, con el fin de estabilizar las laderas y minimizar la erosión del suelo. Los árboles también capturan dióxido de carbono, fijan nitrógeno en el suelo y movilizan nutrientes esenciales para los cultivos, como el fósforo y el potasio, desde las capas más profundas del suelo.
Los árboles se podan regularmente y los restos se colocan alrededor de los cultivos para actuar como un abono nutritivo, el cual provee nutrientes y retiene la humedad para brindar protección durante las sequías, mientras reduce la lixiviación de nutrientes. El resto de nutrientes requeridos se proporcionan a través del uso ecoeficiente de fertilizantes químicos.
El resultado general es un sistema agrícola más productivo y resistente que soporta las condiciones climáticas cada vez más variantes de América Central, desde períodos extendidos de sequía hasta la lluvia intensa, con el fin de mejorar los ingresos y la seguridad alimentaria de las familias rurales.
Esto es de particular importancia a medida que las condiciones climáticas se vuelven más impredecibles como resultado del cambio climático.
Por ejemplo, a lo largo de un período de tres años, el rendimiento de cultivos básicos como el maíz, el frijol y el sorgo aumentó; los agricultores obtuvieron ingresos secundarios a través de la venta de madera sobrante; y en la mayoría de las parcelas la pérdida de suelo se transformó en una acumulación neta de suelo de hasta 40 toneladas por hectárea, como resultado de los nuevos métodos introducidos.
¿Qué sigue?
El proyecto comenzó a implementar sus actividades con una muestra de 16 familias agricultoras en el norte de Nicaragua. A medida que estas pruebas resultaron exitosas, el sistema se diseminó a aproximadamente 300 productores del área a través de Escuelas de Campo y visitas guiadas.
Los programas como éste son buenos ejemplos del nuevo abordaje holístico hacia la investigación agrícola propuesto por Humidtropics, el cual observa el sistema en su totalidad – desde la finca hasta el paisaje, la zona agroecológica y la región – con el fin de comprender cómo estos componentes interactúan entre sí y manejar de una mejor manera las sinergias, los intercambios y la integridad del ecosistema dentro del cual se realizan las actividades productivas.
Los productores y sus comunidades son un eje central en este abordaje de investigación, incluyendo la exploración de roles y oportunidades específicas para las mujeres, los hombres y jóvenes, con el enfoque principal de mejorar su capacidad de recuperación.
A largo plazo este programa tiene el potencial de llegar a 10.000 pequeños productores para ayudarles a potenciar su productividad a través de la intensificación sostenible de sus recursos limitados. Asimismo, los métodos pueden ser distribuidos a través de estaciones radiales comunitarias y redes locales televisivas para llegar a más de 200.000 familias rurales en la región.
Editado por Estrella Gutiérrez