Mientras la comunidad internacional está enfrascada en discusiones políticas acerca de las alternativas para la continuación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), cuya primera fase concluye el año próximo, es oportuno llamar la atención sobre una disyuntiva fundamental.
¿Es el desarrollo un cometido que corresponde prevalentemente a los esfuerzos individuales de los Estados, o existen en el sistema económico internacional elementos que pueden constituir obstáculos significativos para los planos nacionales de desarrollo?
Si tales obstáculos existen, es de capital importancia que esta realidad esté presente en la agenda de los ODM post 2015, y que esté contemplada su eliminación o reducción.[pullquote]3[/pullquote]
La evidencia de que solo un reducido número de países en desarrollo han conseguido desarrollar sus economías desde mediados del siglo pasado, ha provocado un debate en la comunidad internacional acerca de si el éxito de esas naciones se debe a que han logrado, y cómo, eludir los obstáculos internacionales para el progreso económico.
En particular, se trata de evaluar qué aspectos del sistema internacional pueden incentivar las inversiones a largo plazo orientadas a la diversificación de las economías en desarrollo.
La literatura sobre el desarrollo muestra una serie de fórmulas que se crearon para completar o mejorar las precedentes: sustitución de importaciones industriales, necesidades básicas, ajustes estructurales, el Consenso de Washington, los ODM
La fórmula actual, los ODM, asocia el desarrollo a la erradicación de la pobreza. Sin embargo, la erradicación de la pobreza implica una estrecha perspectiva del desarrollo.
La erradicación de la pobreza es un deseable resultado del desarrollo, pero solo puede ser permanente si la causa la transición de una parte importante de la población, de actividades tradicionales y salarios de subsistencia, a actividades productivas y salarios reales.
La asociación del desarrollo con la reducción de la pobreza hace aparecer a la comunidad de países donantes en el sitial de honor en la conducción
de la política económica de los países menos desarrollados.
Pero ese sitial puede implicar una disminución de la responsabilidad de los países donantes de promover un contexto internacional favorable al desarrollo en relación al comercio, al sistema financiero, los recursos humanos y la tecnología
En los ODM esos temas están relegados en el octavo y último objetivo que propone «fomentar una asociación mundial para el desarrollo» y abarca una serie de metas muy selectiva y no bien definidos.
El desarrollo no solo requiere un mayor nivel de ingresos, nutrición, educación y salud, sino en primer término un mayor grado de competencia y productividad, que solo son posibles con una transformación global de la economía.
A su vez, una transformación estructural implica inversiones substanciales y sostenidas durante décadas en nuevas actividades y productos.
Precisamente, cuando el sistema económico es desfavorable a la inversión en nuevas actividades que incentivan la productividad, nos encontramos con elementos que crean obstáculos al desarrollo. (Para más información ver aquí)
A fin de reducir la inmensa brecha de productividad entre países desarrollados y en desarrollo que está a la vista en la economía mundial, hace falta invertir capitales y tecnología.
Un estudio de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económicos (OCDE), que agrupa a los países más avanzados, muestra que en 2008 el salario promedio de un trabajador de ese grupo superaba al de un trabajador de los países menos desarrollados en la proporción de 22 a 1.
En el sistema económico internacional se advierte la falta de condiciones aptas para canalizar recursos establemente y a largo plazo para fortalecer las economías de los países en desarrollo.
En la primera década de este siglo la expansión del comercio y la abundante liquidez generaron un aumento de los precios de las materias primas que
benefició a los países productores, incluidos muchos de los menos desarrollados.
Todos los precedentes ciclos de exuberante liquidez y altos precios de las materias primas desembocaron, tras su conclusión, en serias crisis económicas en los países en desarrollo. Así, el reciente boom de las materias primas, no dejó un mejoramiento duradero en los balances macroeconómicos, particularmente en los países menos desarrollados.
Lo mismo sucedió luego de los booms precedentes. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), entre 1979 y 1997, un período que registró varios episodios de booms de liquidez y de precios de las materias primas, el porcentaje de incremento del sector manufacturero en el producto interno bruto fue de menos de dos por ciento en el grupo de los países menos desarrollados.
A partir de 1980 los países en desarrollo emprendieron vastos programas de liberalización comercial, los que de acuerdo con la recomendación de los organismos financieros internacionales, conducirían a la diversificación de la economía. Sucedió lo contrario, la liberalización condujo a una mayor concentración en el sector de exportación.
El sistema económico está estructurado de manera tal que los altos mandos de sus instituciones clave, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), se niegan a conceder el porcentaje de votos y el peso político que les correspondería a los países que más afectan sus decisiones.
El constante esfuerzo desplegado en los últimos años por los países emergentes y en desarrollo para que se revise su participación en los sistemas de votación en los organismos internacionales en proporción a su acrecentado peso en la economía mundial, ha sido hasta ahora infructuoso.
Y ni siquiera el Grupo de los 20 (G-20) de las mayores economías del globo, que incluye a importantes países emergentes, ha logrado algún progreso.
Manuel F. Montes es asesor jefe sobre finanzas y desarrollo del Centro del Sur, con sede en Ginebra.
Editado por Pablo Piacentini