Las pérdidas agrícolas dejaron de ser la medida visible de las sequías en la parte más desarrollada de Brasil. Ahora, la crisis energética y la amenaza de colapso hídrico en la región metropolitana de São Paulo indican cuánto los brasileños dependen de lluvias regulares.
Nueve millones de los 21 millones de habitantes de la Gran São Paulo están pendientes de la recuperación del Sistema Cantareira, un complejo de seis represas unidas por 48 kilómetros de túneles y canales, cuya capacidad normal de suministro ya se agotó.
Hace cuatro meses, se consumen sus aguas de la reserva técnica, llamada “volumen muerto” porque está en el fondo antes intocable, bajo el punto de captación. Así se asegura el abastecimiento hasta el 15 de marzo de 2015, según autoridades del gobierno estadual.
Hasta entonces, “si llueve solo el promedio del verano (austral), tendremos otro año complicado, si llueve menos será el colapso”, advirtió a Tierramérica la arquitecta Marussia Whately, especialista en recursos hídricos del no gubernamental Instituto Socioambiental (ISA).
No hay sustitución posible, destacó, porque Cantareira abastece 45 por ciento del agua metropolitana, distribuida por la compañía de Saneamiento Básico del Estado de São Paulo (Sabesp), y otros manantiales también están reducidos por la sequía y la contaminación de sus aguas.
Whately evaluó que la intensificación de los eventos climáticos extremos, como la sequía de este año en el sudeste brasileño, precedida por dos años de pluviosidad inferior al promedio histórico, es uno de los factores de la crisis hídrica generalizada en ese estado.
A eso se suma la mala gestión, que prioriza el aumento de la oferta buscando agua en manantiales lejanos, que exigen larga infraestructura, sin combatir adecuadamente las pérdidas y el despilfarro. Pero, en su opinión, el factor principal es “la falta de diálogo y de participación social” en la conducción del tema.
Las sequías se hicieron más frecuentes y severas en este siglo. “El primer alerta vino en 2001, cuando el sistema se redujo a 11 por ciento de su capacidad en agosto”, recordó la periodista y activista Isabel Raposo, instalada hace 30 años en la Sierra de Cantareira, donde sobrevive un gran parque forestal y pasan las aguas traídas de cuencas lejanas.
“Se podría haber evitado la actual crisis”, si tras el escarmiento de 13 años atrás se implantara el reutilización masiva del agua, sostuvo a Tierramérica el profesor de ingeniería hidráulica de la Universidad de São Paulo, Ivanildo Hespanhol.
Las cinco estaciones de tratamiento del agua servida en la región metropolitana procesan primariamente 16.000 litros por segundo. Un “tratamiento complementario fisicoquímico” podría limpiarla para diversos usos e incluso hacerla potable con cuidados adicionales, propone el reconocido experto.
Eso significaría aumentar en una cuarta parte el total del agua disponible para la metrópoli, suficiente para aliviar la presión sobre los manantiales y permitirles la recarga, incluso con baja pluviosidad.
“Lamentablemente los tomadores de decisión no planifican, sino únicamente gestionan la crisis”, lamentó Hespanhol, quien aun así confía en que el drama actual impulse “el concepto de tratamiento y reutilización del agua”.
Empresas industriales ya lo adoptan, reduciendo hasta 80 por ciento de su consumo hídrico y recuperando sus inversiones en menos de dos años, arguyó. Falta voluntad política, “un marco legal realista” y mejor conocimiento del tema por las autoridades ambientales, admitió.
La situación de emergencia exige ahora medidas más urgentes, como reducir las pérdidas, que superan 30 por ciento según varias instituciones, estimular el ahorro de agua y aprovechar mejor los manantiales existentes, matizó Whately.
Ante la “falencia del actual modelo de gestión” con órganos reguladores sin autoridad y comités de cuenca no escuchados, el ISA trata de identificar y movilizar especialistas e instituciones interesadas para discutir un diagnóstico y soluciones para la crisis hídrica, informó. Ya se presentaron “más de 90 propuestas de corto plazo”.
El impacto sobresaliente de la sequía en 2001 fue un “apagón” que en junio de aquel año obligó los brasileños a reducir su consumo de electricidad durante nueve meses. El bajón de los ríos golpeó a las centrales hidroeléctricas que respondían entonces por 90 por ciento de la capacidad generadora de Brasil.
Como resultado, se reestructuró el sector, con una expansión acentuada de la termoelectricidad, más cara y contaminadora por usar derivados petroleros, pero un factor de seguridad energética. La participación de la hidroelectricidad en la potencia instalada cayó a 67 por ciento del total.
Por eso, la sequía de este año, aun siendo más severa en muchas cuencas, no produjo un déficit de electricidad, pero la encareció por el uso pleno de centrales térmicas, generando insolvencias de empresas distribuidoras, socorridas por el gobierno, y agravando la decadencia de industrias más dependientes del insumo energético.
Más dramático, por afectar a millones de personas, es el precario abastecimiento de agua en São Paulo y alrededores. Por lo menos 30 ciudades impusieron el racionamiento de agua en los últimos meses.
En Itu, una ciudad de 160.000 habitantes a 100 kilómetros de São Paulo, la población protestó varias veces, incluso atacó e invadió la sede del Concejo Municipal, contra un desabastecimiento más grave de lo anunciado por la empresa de aguas local.
En São Paulo, los barrios abastecidos por el Sistema Cantareira se quejan de un racionamiento no declarado hace varios meses. La estatal Sabesp, que es la principal suministradora en todo el estado de São Paulo, admitió haber bajado la presión nocturna del agua para evitar pérdidas en sus tuberías.[related_articles]
“Nos quedamos sin agua tres a cuatro días en agosto”, detalló a Tierramérica el economista Marcelo Costa Santos, que vive en un edificio de 18 pisos en Alto Pinheiros, un apacible barrio en el oeste de la ciudad. La baja presión no permitió el bombeo de agua hasta su vivienda y otras vecinas, explicó.
El cambio climático amenaza con empeorar la situación. Buena parte de las lluvias que caen en el sudeste brasileño provienen de la Amazonia, donde la deforestación ya redujo la humedad local.
“Por inferencia” se puede estimar que São Paulo esté recibiendo menos agua amazónica, señaló Antonio Nobre, del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales.
La deforestación local, acotó el investigador a Tierramérica, también debilita la llegada de los “ríos voladores”, los vientos húmedos que se forman en la Amazonia, por la llamada evapotranspiración de los grandes bosques. Las lluvias del centro y sur del país dependen, de hecho, de la “bomba hídrica” amazónica.
Otro fenómeno local suma pesimismo al drama. La isla de calor formada por la gran área urbana de São Paulo atrae las lluvias, desviándolas de los manantiales, observó Raposo.
Estudios recientes comprobaron que la pluviosidad es generalmente más intensa en la metrópoli paulista que en las montañas aledañas que alimentan las represas del Sistema Cantareira. Un doble daño es la consecuencia, las ciudades sufren crecientes inundaciones y llueve menos donde es más necesario, concluyó la activista.
Este artículo se publicó originalmente en la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.
Editado por Estrella Gutiérrez