El día de la brasileña Isabel Michi comienza antes de clarear, para atender el huerto orgánico que tiene en su pequeña finca de cinco hectáreas y que lleva adelante con la ayuda de su marido y a ratos de sus hijos.
Michi, de ascendencia japonesa y 42 años, ara la tierra, siembra, fertiliza, cosecha y cuida con mimo las plantas de su invernadero desde las cinco de la mañana.
Ella adquirió su parcela en 2002 gracias a un canje en un asentamiento surgido 10 años antes por la reforma agraria, Mutirão Eldorado, en el área rural de Seropédica, un municipio de 80.000 habitantes, a unos 70 kilómetros de Río de Janeiro, sede de instituciones de investigación agronómica y de apoyo al campesinado.
Hace seis años, Michi dio un giro a su vida y se dedicó a la agricultura cien por ciento orgánica, sin uso alguno de productos químicos.
En promedio, esos productos contaminantes consumen 70 por ciento de la renta de los pequeños agricultores brasileños, indican especialistas.
Michi cofundó el grupo Serorgânico, de 15 pequeños agricultores, que se ha convertido en referencia en el suministro de semillas y plantones (pimpollos) biológicos.
A esta agricultora nisei, como llaman en Brasil a los descendientes de japoneses, la marcó la muerte de uno de sus hermanos cuando tenía solo 37 años, por un cáncer de pulmón, aunque nunca fumó. Michi vincula su muerte al uso intensivo de agroquímicos en la finca de sus padres, llegados a Brasil en los años 60.
«En mi familia trabajábamos la tierra con muchos pesticidas. Éramos jóvenes y no se conocían los daños que provocaban», explicó Michi a IPS durante una visita a su finca.
Ella era una de las menores de ocho hermanos, de una familia asentada en otra parte del estado de Río de Janeiro. «Vivíamos con mucha pobreza, lográbamos cosechar un camión de alimentos, pero carecíamos de dinero», recordó.
«Era una vida muy dura», aseguró esta mujer que trabaja en el campo desde los 13 años.
Michi dejó de usar agroquímicos en sus cultivos al casarse con Augusto Batista Xavier, de 51 años, al que conoció en 1992, cuando visitó por vez primera un huerto orgánico en un estado vecino.
«Cuando nos mudamos a este terreno, ya pensaba en la agroecología, porque para mí es el futuro», dijo.
El área de Seropédica es buena para cultivar yuca, quibombó (ocra), maíz, calabaza, batata (boniato) y banano. En su parcela, además de estos vegetales y frutas, Michi siembra también 25.600 plantones orgánicos en su nuevo invernadero, para abastecer a Serorgânico.
Su marido trabaja como encargado de una finca ganadera, para asegurar un ingreso fijo, pero la ayuda en sus horas libres con las faenas más pesadas. Sus tres hijos, de entre 16 y 14 años, también arriman el hombro cuando salen de la escuela. [pullquote]3[/pullquote]
En promedio, Serorgânico produce mensualmente tres toneladas de alimentos, que se venden sobre todo en el circuito de ferias orgánicas que se instalan en barrios adinerados de la ciudad de Río de Janeiro.
Para Michi, producir en forma biológica traduce un pensamiento holístico, que conjuga el bienestar social y económico tanto del productor como del consumidor de alimentos.
Pero los productores orgánicos afrontan dificultades para sobrevivir por la competencia de quienes cultivan con métodos convencionales, a costos muy inferiores.
En general, en Brasil los productos ecológicos cuestan entre 30 y 50 por ciento más que los cultivados con agroquímicos, si bien su demanda crece en promedio 30 por ciento en los últimos años.
José Antônio Azevedo Espíndola, de la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa, en portugués), dijo a IPS que el universo de productores orgánicos es todavía limitado.
«Existe un potencial de crecimiento pero también un largo camino que recorrer. En los últimos años aumentó la preocupación de la sociedad por la calidad de los alimentos, desde el punto de vista ambiental, y de una producción más sustentable y saludable», dijo a IPS.
Espíndola es investigador de la unidad agrobiológica de Embrapa, dedicada al desarrollo de la agricultura ecológica y de técnicas de manejo para esta actividad.
Los productores orgánicos representan solo uno por ciento de los agricultores brasileños. En 2006, cuando se realizó el último censo agrícola, existían unos 5.000 certificados como ecológicos, la mayoría dentro de la pequeña agricultura familiar.
Espíndola estima que actualmente existen unos 12.000 agricultores orgánicos que cultivan en conjunto un millón 750.000 hectáreas.
Los vientos amenazantes llegan a estos productores de muchas partes. [related_articles]
La parcela de Michi es un ejemplo. Sobrevive rodeada de canteras, fincas ganaderas, un vertedero sanitario y el proyecto de una autopista de circunvalación metropolitana, a solo dos kilómetros. Una vecindad que pone en peligro su producción ecológica.
Por la carretera de tierra frente a su finca pasan camiones cargados de rocas y grava, que dejan nubes de polvo, mientras del vertedero llegan el hedor y las moscas. Además, en el aire fluyen los químicos usados en el vertedero, irritando la piel de la familia.
Son factores que hacen pensar a la familia de Michi en trasladarse a otra parte.
«Además del mal olor, está el peligro de la contaminación del agua. Hay días en que no aguanto trabajar en el huerto por el olor y por las moscas. Somos una comunidad orgánica directamente afectada por desarrollos que llegaron después», reivindicó.
Los agricultores familiares de Seropédica tienen miedo de quedar cercados por desarrollos industriales, mientras soportan el asedio de empresas que quieren instalarse en el área.
«Me hicieron una oferta para comprar mi parcela, pero la rechacé. Solo salgo de aquí si puedo comprar lo mismo en otro lugar, donde pueda cultivar. No sé hacer otra cosa», explicó la agricultora.
Además de los problemas de producir ecológicamente, los pequeños agricultores orgánicos deben sortear otros obstáculos, dijo Michi, como el acceso al crédito y a los apoyos técnicos, incluso de instituciones dedicadas a la investigación y el desarrollo de su sector.
La solución, según Espíndola, es que las diferentes partes involucradas se integren mediante una política pública para el sector.
«Si no sucede, siempre existirán cuellos de botella que limitarán la producción», sentenció.
Otro técnico de Embrapa, Nilton Cesar Silva dos Santos, aseguró a IPS que la agricultura orgánica vive un momento de redefinición.
«Brasil todavía no está en condiciones reales de producir su cadena de alimentos en forma 100 por ciento orgánica», explicó Santos, quien realiza un posgrado sobre desarrollo sustentable en asentamientos rurales surgidos por la reforma agrícola.
No solo el sector ecológico, sino toda la agricultura familiar sufre una gran carencia de recursos, dijo el técnico que desarrolla la primera experiencia de invernaderos en el estado, con apoyo de Embrapa.
La finca de Michi fue una de las primeras cuatro donde se instalaron.
Para Santos, sí es posible mejorar las condiciones de trabajo de estos productores orgánicos y, al mismo tiempo, garantizar que la ciudad «vuelva a mirar al campo».