El mundo conoce a Zambia como la tierra el cobre, por ser uno de los principales productores mundiales del mineral. Pero ahora también desarrolla un negocio más suculento: las orugas.
En una esquina de Lusaka, la capital, en un día de calor abrasador, Dorothy Chisa, de 49 años, vende estos gusanos, en realidad larvas de insectos, que constituyen una cada vez más demandada exquisitez de alto contenido proteínico en este país de África austral, con 13 millones de habitantes.
Vienen crudas, en recipientes de diferentes tamaños, cuyos precios parten de cinco kwachas (0,0009 dólares).
A los clientes “les gustan mucho. Tienen un sabor muy agradable, como la carne de pescado, y tienen vitaminas. Si las machaca puede hacer un puré para bebés”, explicó a IPS esta madre de siete hijos que gana hasta 600 kwachas (0,1 dólares) al día vendiendo orugas.
Estas larvas, que suelen hallarse en los árboles de mopane, en el norte del país, se llaman “ifishimu” en idioma bemba o “ifinkubala” en chewa, que se habla en el este. La variedad negra posee espinas más visibles que la marrón, y las dos tienen diferentes tamaños.
[pullquote]3[/pullquote]Los campesinos atrapan las orugas vivas de los árboles con sus manos desnudas. Después las aprietan para que liberen las hojas que han consumido y las ponen a tostar a baja temperatura. Con ayuda del calor sofocante de Zambia, suelen secarse en dos días.
Generalmente las mezclan con “nshima”, una sopa espesa a base de maíz, que constituye un alimento básico nacional y a la que se agrega tomate, cebolla y carne estofada.
Un restaurante de Lusaka sirve estas orugas y por lo menos una posada que hospeda a quienes realizan safaris en las cataratas de Victoria, en la frontera con Zimbabwe. Las ofrece para tentar a los “mzungus” (blancos), explican los propietarios.
La gente llega en bandadas durante todo el año al norte desde Lusaka, en el centro sur del país, y otras partes de Zambia para comprarlas a granel.
En 2013, la asistencia a las escuelas en la Provincia del Norte cayó más de 70 por ciento, pues los estudiantes abandonaron las clases para cazar orugas, informó un diario local.
La demanda por parte de los empresarios urbanos alzó su precio. Habitantes de la ciudad de Kitwe, en el centro del país, y de Lusaka acamparon en las aldeas norteñas para dedicarse a recolectar estos animalitos, y también hubo denuncias de que algunos padres obligaban a sus hijos a venderlos.
Según un estudio publicado en mayo por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la entomofagia, o consumo de insectos por parte de los seres humanos, complementa la dieta de aproximadamente 2.000 millones de personas en el mundo.
Más de 1.900 especies, que se encuentran principalmente en países tropicales, son comestibles, según la FAO.
Gracias a su alto valor nutricional, y a las bajas emisiones de gases de efecto invernadero, la escasa necesidad de tierra y la gran eficiencia en la que convierten pienso en alimento, los insectos pueden contribuir con la seguridad alimentaria y ayudar a superar la escasez de proteínas, indica el informe.
En África occidental se consume la oruga del butirospermo o árbol mantequero, mientras que la variedad Sapelli se degusta en el centro del continente. Las especies son las mismas que las del mopane, pero se alimentan de diferentes árboles.
“Nos compran las orugas y luego las distribuyen por otras provincias”, dijo a IPS el mayorista Chris Siame, rodeado por altos sacos llenos de las que adquirió en octubre y que ahora vende en el pujante mercado capitalino de Soweto.
“Algunos vienen de otros países como Malawi, Zimbabwe e incluso Sudáfrica para comprarlas”, agregó.
En Sudáfrica, estos animales forman parte del menú de un restaurante en Johannesburgo.
Siame, de 32 años, viaja anualmente unos 900 kilómetros hacia el norte, por tres semanas, para comprar los insectos.
“Usamos el sistema del trueque. (A los comerciantes) les damos ropas. Si no las quieren, les damos efectivo”, explicó.
Él compró sacos de dos kilogramos de orugas por 40 kwachas cada una. Tras traerlas en camión hasta Lusaka, vende cada uno a 60 kwachas.
“Saben a yemas de huevos. Me gustan mucho”, dijo Siame.
[related_articles]El valor nutricional es un beneficio extra. Según la FAO, 100 gramos de orugas desecadas contienen alrededor de 53 gramos de proteína, 15 por ciento de grasa y 17 por ciento de carbohidratos. Se cree que los insectos poseen una proporción más alta de proteína y grasa que la carne vacuna y el pescado.
Las orugas también son ricas en potasio, calcio, magnesio, cinc, fósforo y hierro, entre otras vitaminas y minerales.
“Cuando vamos a las consultas prenatales nos aconsejan comerlas”, señaló a IPS una compradora, mientras daba de mamar a su bebé en el mercado de Soweto.
Francis Mupeta, secretario general de Médicos Residentes en Zambia, dijo que suele ver a sus connacionales comiendo orugas en su vida profesional y personal.
“Mi esposa está embarazada, y ¡créame que tiene antojos de ‘ifinkubala’! Así que tuvimos que comprar reservas para tres meses”, relató a IPS.
“Aconsejo fervientemente a las embarazadas que coman ifinkubala. Mejora el apetito, reduce las náuseas y mejora su nutrición en general”, agregó Mupeta, quien destacó que son relativamente baratas y fáciles de conseguir en áreas rurales.
Según Paul Vantomme, alto funcionario forestal de la FAO, hay tres medidas que pueden adoptar los políticos de Zambia en materia de alimentación y de salud para garantizar que las futuras generaciones tengan acceso a alimentos.
“Primero, reconocer que los insectos son parte de la dieta y ayudan a enriquecerla con proteínas valiosas”, explicó a IPS.
“Segundo, brindar apoyo institucional y legal para garantizar que las orugas que llegan al mercado son seguras para los consumidores y que las inspecciones bromatológicas cubran la calidad de los insectos, del mismo modo que se hace con la carne, el pescado, la leche, etcétera”, continuó.
“Y tercero, promover un suministro sostenible”, concluyó.
Según la FAO, la comercialización de la oruga del mopane promueve una cosecha excesiva e insostenible. Desde los años 90, las poblaciones de esa variedad han menguado, mientras la pobreza, la inseguridad alimentaria y los desastres ambientales empeoran la situación.
Vantomme considera que se deberían poner controles a su cosecha y, al mismo tiempo, plantar nuevos árboles de mopane para aumentar la cantidad de ejemplares.