Cuando a Anoja Wijeyesekera, entonces funcionaria de Unicef, la destinaron en 1997 al Afganistán controlado por el Talibán, la carta con el nombramiento le llegó junto con un “manual de supervivencia” y una instrucción escalofriante: escriba su testamento antes de viajar.
“Ese ejercicio me ayudó a prepararme mentalmente para Afganistán”, dijo a IPS durante una visita a Nueva York para presentar su nuevo libro, “Facing the Taliban” (Enfrentando al Talibán).
La obra detalla las memorias de su experiencia en un país donde “las mujeres fueron reducidas a objetos de deseo”. Arremete tanto contra los radicales fundamentalistas islámicos del Talibán, como contra Estados Unidos por sus bombardeos indiscriminados que mataron a muchos civiles.
También exrepresentante de Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) en Bután, esta ciudadana de Sri Lanka dirigió una oficina totalmente masculina en la oriental ciudad afgana de Jalalabad, ubicada en lo que la ONU denomina “destinos difíciles, no aptos para familias”.
Allí Wijeyesekera estuvo cerca de convertirse en blanco del Talibán.
La activista humanitaria conoció a “mulás” (clérigos) talibanes, que eran “huesos absolutamente duros de roer”, e historias de mujeres completamente tapadas en un país “donde los animales tenían mayor libertad” que ellas.
Cuenta anécdotas como la de un ministro para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio con cuatro esposas, o tragedias como la de unos 85.000 niños menores de cinco años, que murieron deshidratados por la diarrea.
Durante cuatro años fue la responsable residente de un proyecto dentro de una sociedad patriarcal ultraconservadora, donde los funcionarios del Talibán se negaban al principio a reunirse cara a cara con ella y menos a estrecharle la mano.
Pero cuando Wijeyesekera dejó Afganistán en 2001, se había producido un cambio drástico en la educación de las niñas.
Mientras controló buena parte de Afganistán (1996-2001), el Talibán dominó a las mujeres privándolas de una educación formal, pero no objetó que Unicef promoviera las escuelas hogareñas.
Como consecuencia, entre 1997 y 2001 las niñas educadas en el hogar pasaron de 10.000 a 65.000.
El Talibán pudo liquidar la enseñanza dentro de los hogares, pero no lo hizo, explicó Wijeyesekera, tal vez porque quería una educación para sus propios hijos.
Unicef también desarrolló una exitosa campaña para vacunar a unos 4,5 millones de niños y niñas contra la poliomielitis, vigilada por el Talibán.
Según Wijeyesekera, los medios de comunicación dominantes en el mundo no han hecho distinción clara entre el Talibán afgano relativamente moderado y su rama más radical pakistaní. Esta última fue la responsable en 2012 del atentado contra la adolescente Malala Yousafzai, por promover la educación para las niñas.
Washington considera que el gobierno del presidente Hamid Karzai ha reforzado la educación infantil desde que asumió el poder tras el derrocamiento del régimen del Talibán en 2001, por la invasión liderada por Estados Unidos.
En un discurso ante la Asamblea General de la ONU, la embajadora estadounidense Rosemary DiCarlo aseguró en noviembre que en los últimos 12 años mejoró en forma importante la calidad de vida en Afganistán.
“Actualmente casi ocho millones de niños asisten a la escuela y más de un tercio son niñas. En 2001, la expectativa de vida era de 42 años; ahora es de 62 y va en aumento”, señaló.
DiCarlo, vicerrepresentante permanente de Estados Unidos ante la ONU, dijo que 60 por ciento de los afganos viven ahora a apenas una hora de centros de atención básica de salud. Añadió que los teléfonos celulares alcanzan los 18 millones, cuando en 2001 casi no existían.
Pero Manizha Naderi, directora ejecutiva de Women for Aghan Women (WAW, Mujeres para las Mujeres Afganas), una organización con sede en Nueva York, niega que exista una mejora notable en el trato a la población femenina.
Naderi dijo a IPS que Karzai mantiene un doble rasero sobre la situación de las mujeres.
“Dio un paso adelante cuando firmó la Ley sobre la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, pero desde entonces ha hecho la vista gorda ante una norma que no se aplica”, sostuvo Naderi, quien nació en Kabul y se crió en Nueva York.
[related_articles]Para la activista, el presidente afgano intentó tomar los refugios administrados por organizaciones no gubernamentales, para entregarlos al Ministerio de Asuntos de la Mujer.
La titular del Ministerio, por probable orden de Karzai, propuso entregar a todas las mujeres que estaban en los refugios a los hombres que las reclamasen. “Una sentencia de muerte”, afirmó.
Karzai también aprobó el Código de Conducta emitido por el Consejo de Ulemas (religiosos), que revirtió los avances que habían logrado las mujeres en cuanto a libertad de circulación y que las convierte en propiedad oficial de los hombres, agregó Naderi.
Además, señaló Naderi, el Ministerio de Justicia propuso restaurar la ley que permite la muerte por lapidación a mujeres y hombres condenados por adulterio.
“El Ministerio se retractó de su sádico plan ante una contundente protesta, pero la propuesta indica que las tácticas al estilo del Talibán están a la vuelta de la esquina”, advirtió.
Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, que dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington, el gobierno de George W. Bush (2001-2009) no solo invadió Afganistán, sino que dispuso una serie de bombardeos aéreos en su desesperada carrera por cazar al saudita Osama bin Laden, considerado el autor intelectual de los ataques.
Wijeyesekera dijo a IPS: “Bombardeando a la gente no se puede solucionar ningún problema”.
“Lo que se necesitaba era una estrategia a largo plazo. Si matas a 100, otros 100 se unirán al Talibán”, agregó.
Personal afgano le dijo mientras estuvo en Afganistán que varios ataques con aviones teledirigidos de Estados Unidos se lanzaban contra caravanas de bodas, porque durante esos festejos se solían lanzar disparos al aire, posiblemente confundidos con fuego enemigo.
The New York Times informó en noviembre que desde 2001 Estados Unidos ha gastado 43.000 millones de dólares en armas y entrenamiento militar de fuerzas afganas.
Pero Wijeyesekera sostiene que no vio evidencia alguna de inversiones en reconstrucción, rehabilitación, recuperación y desarrollo durante sus cuatro años en el país. Tampoco hubo intentos de cultivar a los elementos más liberales del Talibán, receptivos a los estímulos del mundo exterior.
“Se creía (erróneamente) que el Talibán era una organización homogénea, cuando no lo era”, añadió.
En marzo de 2001, cuando se destruyeron las centenarias estatuas gigantes de Buda, uno de los hombres del Talibán, que sabía que ella era budista, le pidió disculpas.
Wijeyesekera también criticó algunas de las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad, porque perjudicaron el mandato humanitario de las agencias de la ONU.
Cuando abandonó Kabul en 2001, escribió: “Pensé en mis cuatro años en Afganistán, un país que llegué a amar y un pueblo al que aprendí a respetar y admirar, un pueblo cuyo futuro pendía del vértice de la incertidumbre. Mi corazón sintió compasión por ellos. Me sentí muy culpable por dejarlos”.