Los caminos casi no tienen horizontes. El verde de las plantaciones de palma africana se sucede monocorde sobre kilómetros y kilómetros de tierras rojas, devastadas en el pasado por madereros y ganaderos.
Señal de alerta para unos y de esperanza para otros, el «dendê», como llaman en Brasil a la palma africana Elaeis guineensis, llegó para quedarse al estado amazónico de Pará, en el extremo norte de este país.
La ruta que parte de Belém, la capital estadual, no tiene la hondura ni la exuberancia de la selva amazónica.
Al embotellamiento de tránsito de la capital lo suceden más de 150 kilómetros de caminos de asfalto y tierra, definidos por una línea de plantaciones de palma, apenas salpicados de pequeños poblados y de cabezas de ganado.
Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, la Amazonia brasileña perdió 111.087 kilómetros cuadrados de cobertura forestal entre 2004 y 2012. En el mismo lapso, la deforestación en Pará fue de 44.361 kilómetros cuadrados.
En esta tierra rapada por la ganadería, se instaló hace 27 años la empresa Agropalma, que vende el aceite a las industrias de alimentos, higiene y cosmética, y que posee en Pará más de 39.000 hectáreas de dendê.
Últimamente la siguieron otras, interesadas en el biodiésel: Belém Bioenergia (BB), empresa de riesgo compartido entre la estatal Petrobras y la privada portuguesa Galp Energia, y Biopalma, unidad de la corporación minera brasileña Vale.[pullquote]1[/pullquote]
“Es un proyecto económicamente sustentable, ambientalmente correcto y socialmente enriquecedor”, dijo a IPS el director agroindustrial de BB, Antônio Gonçalves Esmeraldo.
Según el ejecutivo, BB escoge sus tierras con base en un mapeo agroecológico de la estatal Empresa Brasileña de Investigaciones Agropecuarias (Embrapa), que indica zonas deforestadas y degradadas por la pecuaria.
El dendê emplea a 10.914 personas en este estado de casi ocho millones de habitantes.
Una finca arrendada por BB de 8.500 hectáreas que, cuando se dedicaba a la ganadería empleaba a cinco personas, con el dendê dará trabajo a unos 850 lugareños, dijo Esmeraldo.
La empresa prevé cubrir 60.000 hectáreas para 2015, de las cuales ya plantó la mitad; 6.000 corresponden a 600 agricultores familiares que le venderán su producción y el resto a tierras arrendadas a hacendados.
Biopalma, por su parte, obtendrá aceite de 60.000 hectáreas propias y de la cosecha de otras 20.000, a cargo de 2.000 pequeños productores.
El objetivo es biodiésel para mezclarlo en una proporción de 20 por ciento con el gasóleo que mueve la maquinaria minera y las locomotoras de Vale, explicó a IPS el director de bioenergía de la firma, César Abreu.
Según Melquíades Santos Filho, gerente de comunicación de Biopalma, el dendê equilibra tierras degradadas, al integrarse a la flora nativa. La empresa asegura que en las plantaciones comenzaron a reaparecer especies casi extintas, como el jaguar.
En 2012, la palma ocupaba en Pará 140.000 hectáreas, y su producción se destinaba en 67 por ciento a alimentos y cosmética y en 33 por ciento a agrocombustibles, según un estudio del ingeniero agrónomo D’Alembert Jaccoud.
El sector privado proyecta extender esa superficie a 329.000 hectáreas para 2015 y ampliar hasta 47 por ciento la porción destinada a biodiésel, dijo Jaccoud a IPS.
Y el gobierno de Pará cree que, para 2022, las plantaciones de palma para biodiésel ocuparán 700.000 hectáreas
El Programa de Producción Sostenible de Aceite de Palma determina qué áreas degradadas son aptas para esta siembra. Según la estatal Embrapa, hay disponibles unas 10,4 millones de hectáreas.
Con esa expansión, Brasil pasaría a ser el tercer productor mundial de aceite de palma, detrás de Indonesia y Malasia, de acuerdo al gobierno de Pará.
Pero el temor es que este país siga el rumbo de Indonesia o Malasia, que hoy abastecen 86 por ciento del mercado mundial gracias a una intensa destrucción forestal y a incendios y nubes de humo que afectan incluso el resto de Asia sudoriental.
Después de África, donde «la inseguridad jurídica» da pie al acaparamiento de tierras de empresas chinas y europeas, “la otra gran frontera es la Amazonia sudamericana» y en ella Brasil tiene “el mayor stock de tierras”, señaló Jaccoud.
El Programa Nacional de Producción de Biodiésel incentiva esta plantación. Por ley, los vehículos a gasóleo deben emplear una mezcla de cinco por ciento de biodiésel y el propósito es llegar a siete por ciento. Será un «mercado cautivo obligatorio», anticipó Jaccoud.
El Ministerio de Desarrollo Agrario apuesta a este combustible que se obtiene de soja, girasol, ricino, canola y dendê, entre otras especies vegetales.
El biodiésel libera menos gases de efecto invernadero que los combustibles fósiles y su producción contribuye a diversificar la matriz energética.[related_articles]
El gobierno también espera reducir la importación de gasóleo y, promoviendo la producción de palma desde la pequeña agricultura, generar ingresos, empleos y estímulos a las economías locales.
Para Jaccoud, los programas oficiales tienen buenas intenciones, pero no existe todavía un control adecuado.
Hay peligro de que la propiedad de la tierra se concentre más, aumente el consumo de pesticidas y, por la migración de trabajadores rurales, las zonas urbanas se vuelvan más precarias y violentas.
A Guilherme Carvalho, educador del programa no gubernamental FASE Amazônia, le preocupa que las empresas estén intentando “forzar a la agricultura familiar a invertir en ese monocultivo” y abandonar los alimentos, lo que crearía «inseguridad alimentaria, pérdida de autonomía de sus tierras y dependencia de los precios de mercado», dijo.
En los contratos que firman Biopalma y BB con los pequeños agricultores se establece que solo empleen 10 hectáreas de sus predios para el dendê, y el resto queda libre para alimentos y especies tradicionales.
Pero la agricultura familiar representa por ahora una parte pequeña de las plantaciones de palma.
João Meirelles, director del Instituto Peabirú, rescata la palma como “un intento del regreso a la selva” en áreas tropicales, preferible a la soja y al ganado.
Pero apela a la “responsabilidad social” de las empresas para que no recreen “los mismos vicios” de la caña de azúcar, concentrada en pocas manos y con una cultura precaria de trabajadores rurales migrantes.
El director de Biopalma, Márcio Maia, desestimó la concentración de la propiedad.
En la región amazónica hay grandes irregularidades en la titulación de tierras y eso «lleva al alejamiento de importantes jugadores que tienen interés en invertir en este cultivo», aseguró.