COLUMNA: Occidente, giro a la derecha al compás de la crisis

Mucho se ha escrito sobre la arriesgada gestión de la deuda que colocó a Estados Unidos al borde de la bancarrota, pero la principal conclusión que se puede sacar de este episodio es la capacidad de un grupo de lunáticos de bloquear la democracia.

A los parlamentarios del movimiento Tea Party, que obligaron al opositor Partido Republicano a una guerra sin cuartel, no les preocupa su reelección.

La nueva configuración de los distritos comiciales favorece en gran medida a los actuales legisladores, asegurando la reelección de los senadores republicanos en los siete estados bajo completo control de ese partido.

En las elecciones de 2012, los candidatos a diputados del Partido Republicano recibieron en esos siete estados 16,7 millones de votos, mientras que los del gobernante Partido Demócrata obtuvieron 16,4 millones. Pese a la ínfima diferencia, la redistribución de distritos se tradujo en victorias republicanas en 73 de los 107 escaños en disputa.

Roberto Savio
Roberto Savio

La derecha radical posee una maquinaria electoral muy superior a la de sus rivales, financiada por los hermanos multimillonarios Charles y David Koch, que se proponen acabar con los republicanos moderados, quieren deshacerse del presidente Barack Obama y del Estado, y pretenden devolver a los estadounidenses un mundo donde el «sueño americano» vuelva a ser posible.

Porque el sueño americano se ha esfumado y el tejido político estadounidense anda por los suelos. En cada elección, el número de votantes blancos disminuye en dos por ciento, por lo que es probable que el próximo presidente sea un demócrata, mientras que, debido al sistema electoral, los republicanos controlen el Congreso.

Los «padres fundadores» de Estados Unidos establecieron un sistema de equilibrio entre los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, pero no pudieron anticipar el nacimiento del Tea Party.

Tampoco podían prever que el Poder Judicial acabaría profundamente politizado y que la Suprema Corte autorizaría la financiación sin límites de las campañas electorales de los políticos «amigos» por parte de corporaciones y multimillonarios, alterando los fundamentos de la democracia.

Está claro que el Partido Republicano se ha llevado una buena paliza y puede que el movimiento Tea Party no sea más que una moda pasajera. Pero la observación nos enseña que, al contrario del mito que propaga la izquierda, las crisis tienden a reforzar a la derecha.

El Tea Party representa, por lo tanto, una señal de la crisis de Estados Unidos, que empieza a darse cuenta de que ya no tiene un destino excepcional, mientras se le escapa su posición de única superpotencia. La desigualdad social está creciendo rápidamente (cada día surgen 3.000 nuevos pobres) y el desempleo se ha convertido en crónico.

El sueño de que trabajando duro se puede llegar a ser millonario se ha evaporado. La inseguridad y el miedo juegan un papel importante en la afirmación del Tea Party como movimiento antisistema, antiglobalización, antiestatal y anti-inmigrante. Pero este fenómeno no se restringe a Estados Unidos, se observa en todo Occidente, donde el populismo no deja de ganar terreno.

En Europa también había un sueño: trabajo decente, una vida estable, acceso a educación y salud y estabilidad política.

Ese sueño está desapareciendo a medida que avanza el círculo vicioso de la austeridad y del desmantelamiento del estado de bienestar en todas partes, con la excepción parcial de Alemania.

Los jóvenes son las víctimas más visibles de esta «nueva economía» y la sensación de inseguridad y miedo alienta a los homólogos europeos del Tea Party, que están ganando importancia electoral en numerosos países.

Toda crisis crea sus chivos expiatorios: hoy en día son los inmigrantes y, en particular, los gitanos. Todos los economistas están de acuerdo en que Europa necesita por lo menos 20 millones de personas más para seguir siendo competitiva a nivel internacional y que la actual población no bastará para garantizar la viabilidad del sistema jubilatorio.

Sin embargo ningún gobierno se esfuerza por educar a sus ciudadanos sobre esta realidad. Por el contrario, hay una tendencia generalizada a restringir la inmigración.

El simple hecho es que, como demuestra una reciente encuesta del Financial Times, los europeos han perdido su sentido de solidaridad. El 71 por ciento de los entrevistados piden que el gobierno de su país elimine los beneficios sociales otorgados a inmigrantes de otros miembros de la Unión Europea.

Cuando se les pregunta si van a votar por un partido antieuropeo, 19 por ciento responde que sí. Esto significa que, debido a una probable baja en la participación electoral, los comicios europeos del próximo año crearán un Parlamento Europeo disfuncional, y esto proporcionará una plataforma común a todos los partidos populistas.

¿Serán los partidos tradicionales capaces de detener este fenómeno? No más que los republicanos en Estados Unidos han sido capaces de ignorar el movimiento del Tea Party. Mas bien la tendencia es a erosionar la plataforma de estos partidos.

El problema es que los 13 partidos progresistas en el poder (de los 28 países de la Unión Europea) están siguiendo más o menos la misma estrategia de la derecha y, por supuesto, la gente prefiere votar por el original y no por la imitación.

En efecto, los partidos de centroizquierda están sumergidos en una grave crisis y adoptan políticas de derecha, como reducir el sistema de seguridad social, desmantelar hospitales y la educación asequible y aplicar medidas de austeridad.

La falta de crecimiento económico reduce la redistribución y la globalización neoliberal ejerce una presión a la baja sobre los salarios y las condiciones de trabajo, mientras que el envejecimiento demográfico de estas sociedades y una cada vez más reducida mano de obra joven hacen que las prestaciones sociales y las pensiones sean más difíciles de sostener.

Las estadísticas sobre la creciente desigualdad social son asombrosas. De acuerdo con la London School of Economics, hemos regresado a los tiempos de la reina Victoria (1837-1901) en un espacio de 20 años, finiquitando así un prolongado período de progreso social.

El populismo preparó el terreno para Adolf Hitler y la injusticia social el terreno para Vladimir Lenin. La historia no se repite, pero será interesante ver cómo una nueva solución surge de los mismos problemas…ojalá que sin la sangre y las lágrimas derramadas por la humanidad desde la época de la reina Victoria.

 

Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias IPS (Inter Press Service) y editor de Other News.

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe