Siempre alertas en la guerra olvidada del Cáucaso

Una camioneta 4×4 de la era soviética atraviesa un camino fangoso en el frente de batalla. Es otro día nublado en las llanuras orientales de la República de Nagorno Karabaj (RNK), autoproclamada independiente y aún motivo de disputa entre Armenia y Azerbaiyán.

La capital, Stepanakert, con unos 50.000 habitantes, está 30 kilómetros al oeste. La capital de Azerbaiyán, Bakú, se ubica 400 kilómetros al este, mientras que la de Armenia, Ereván, está 350 kilómetros al oeste.

La cercana localidad de Agdam se encuentra en ruinas. Otrora hogar de 30.000 personas, fue destruida por el conflicto entre armenios y azerbaiyanos en los días de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

En 1936, el líder soviético Joseph Stalin puso a Nagorno Karabaj bajo la jurisdicción de la República de Azerbaiyán.

Tras la disolución de la URSS en 1991, la población local comenzó a exigir una mayor autonomía. Los armenios representaban 75 por ciento de los 190.000 habitantes de este territorio de 11.500 kilómetros cuadrados en medio del Cáucaso.
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Estos acusaron a Bakú de querer imponer la cultura azerbaiyana, e inicialmente exigieron unirse a la ya independizada Armenia.

Más tarde, la RNK optó por autoproclamarse independiente, y entonces Azerbaiyán envió sus tanques.

Entre 1992 y 1993, 70 por ciento de la república fue conquistada por fuerzas azerbaiyanas. Los armenios contraatacaron, retomaron casi todo el territorio perdido e incluso avanzaron a territorio de Azerbaiyán creando una zona de amortiguación de unos kilómetros. Bakú solo retuvo el control de una pequeña provincia norteña.

El saldo de la guerra: 30.000 muertos y un millón de refugiados. El conflicto nunca concluyó oficialmente, y los ejércitos todavía están ubicados en la línea de cese del fuego establecida en 1994.

"No tome fotos aquí, por favor", dice un teniente de la Fuerza de Defensa de la RNK, conforme IPS se acerca a la línea de cese del fuego. El militar saluda a su superior al mando, el teniente coronel Arzvik, un hombre recio de 45 años, ojos verdes y dos dientes de oro.

"Tiene suerte. Con la niebla de hoy, no habrá francotiradores", dice Arzvik. "Ayer nuestros soldados recibieron disparos dos veces, pero el enemigo erró. Hoy no hay francotiradores, pero de todas formas mantenga su cabeza gacha".

Arzvik señala un camino. "Este lleva a Bakú. Pero nos quedamos aquí, como lo hemos hecho en los últimos 19 años, desde el cese del fuego. No estamos interesados en conquistar tierra azerbaiyana. Mantendremos nuestras posiciones todo lo que sea necesario, y ni un día más".

Las trincheras recuerdan a la Primera Guerra Mundial (1914-1918): paredes de barro cubiertas con pedazos de cemento y un pequeño puesto de concreto en el que los soldados duermen luego de haber cumplido su turno como centinelas.

Fusiles de asalto Ak-47 y otras armas están guardadas en una esquina, cerca de un fogón con una olla. Cables con latas vacías atadas rodean el perímetro. "Si vienen, los oiremos", explica Arzvik. "Tenemos aparatos más modernos, pero esas cosas son realmente eficaces".

"Los reclutas permanecen en el ejército dos años", añade. "Pero si somos atacados, todos en la RNK tomaremos las armas, como lo hicimos en 1991".

Los soldados, con poco más de 20 años, parecen eficientes: las armas están limpias, las municiones listas, y siempre hay uniformes de invierno y botas nuevas disponibles.

Es claro que la mayoría de ellos preferirían estar estudiando o buscando trabajo. Son la primera generación de una república de 150.000 ciudadanos, con su propio parlamento, su presidente, sus visas y sus ministerios. Una república que, sin embargo, todavía ningún estado ha reconocido oficialmente.

Su economía depende fundamentalmente de las remesas de la diáspora armenia. No hay inversiones extranjeras directas ni ayuda internacional.

La única forma de salir de la RNK es a través de una carretera por las montañas de Armenia. Las autoridades locales quieren reabrir el único aeropuerto del territorio, en las afueras de Stepanakert, clausurado desde 1992. Pero Azerbaiyán amenazó con dispararle a cualquier avión que pretendiera aterrizar en la RNK.

Muchos habitantes del territorio se mudan a Armenia en busca de mejores salarios. El sueldo promedio mensual aquí es de 200 dólares.

Las organizaciones no gubernamentales internacionales están ausentes, con la excepción de la británica The Halo Trust, que se dedica a la remoción de minas antipersonal.

Desde que terminó la guerra en 1994, más de 350 personas murieron o resultaron heridas por esos explosivos abandonados. The Halo Trust estima que tomará otros cinco años completar las operaciones de limpieza. En los últimos dos, su personal se redujo a la mitad, pasando de 280 a 140.

Las iniciativas de paz del Grupo Minsk, comisión diplomática especial creada en 1992 por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa y copresidida por Estados Unidos, Francia y Rusia, se estancaron en 2011.

Ese año, el entonces presidente y ahora primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, auspició una reunión entre los mandatarios Ilham Aliyev, de Azerbaiyán, y Serzh Sargsyan, de Armenia. El encuentro en Kazan, Rusia, fracasó, desatando una nueva ola de provocaciones mutuas.

Varados en este limbo político, los habitantes de la RNK ahora reconstruyen Stepanakert y sus aldeas en las montañas, donde las heridas de la guerra todavía están abiertas.

Debido al conflicto, no han podido tomar ventaja ni de la rápidamente cambiante economía armenia, orientada al mercado de la Unión Europea, ni de los beneficios de la bonanza petrolera de Azerbaiyán.

El conflicto se ha vuelto irrelevante para el mundo. Cuando comenzó, a fines de los años 80, fue considerado uno de los detonantes del colapso soviético. El Congreso legislativo de Estados Unidos en 1989 y el Parlamento Europeo en 1993 aprobaron sendas resoluciones apoyando el derecho de los habitantes de Nagorno Karabaj a la autodeterminación.

Pero, desde entonces, pocos se acuerdan de este conflicto.

Este año podría ser crucial. El 18 de febrero, los armenios reeligieron a Sargsyan como presidente de su república de 3,5 millones de habitantes, aunque hay ciertas dudas sobre la transparencia del proceso electoral. El mandatario ahora quiere dar pasos "creativos" para recuperar la confianza de su pueblo.

Bakú, mientras tanto, aprovecha su riqueza petrolera para persuadir a la comunidad internacional de apoyar sus reclamos.

Aliyev, quien se postulará a nuevas elecciones en octubre próximo, podría verse tentado a exaltar el orgullo nacional para ganarse el respaldo de 10 millones de ciudadanos insatisfechos. Esto podría traducirse en una actitud más ofensiva hacia el lado azerbaiyano de la frontera vigilada por Arzvik y sus jóvenes soldados.

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