COLUMNA: Venezuela después de Chávez: Estabilidad

Aunque las especulaciones por la ausencia del presidente Hugo Chávez pueden ser muchas, las posibilidades de alteración de la política y la sociedad de Venezuela son pocas.

Para identificar qué significado tienen los próximos comicios, es necesario remitir el análisis a los resultados de las tres elecciones presidenciales de los últimos 12 años. En ellas hay una constante, la definición del electorado a favor de la candidatura de Chávez con desempeños irregulares de la oposición.

El mejor resultado de las fuerzas que apoyaban al presidente se da en 2006, cuando alcanzan 62,84 por ciento de la votación frente a 36,9 por ciento de la oposición. Seis años atrás, Chávez obtenía un resultado ligeramente menor: 59,76 por ciento versus una proporción parecida para la oposición: 37,52 por ciento.

En 2012 vuelve a ganar Chávez, pero esta vez su candidatura baja cuatro puntos, a 55,07 por ciento, mientras la de la oposición crece ocho, a 44,31 por ciento. En las tres elecciones, el número de votos nulos es irrelevante, y fue de menos de dos por ciento en 2012.

Vistos a lo largo del tiempo, estos resultados pueden revelar al menos tres tendencias.
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En primer lugar el sostenimiento históricamente sólido de la ventaja electoral de las fuerzas gubernamentales. El margen más cercano de ventaja del gobierno sobre la oposición es gigantesco en términos políticos, 11 por ciento, mientras el mayor es de 36 por ciento; entre esos dos escenarios podría ubicarse un próximo resultado, si las tendencias no varían demasiado.

Una segunda inferencia es la alta politización de la sociedad, que se refleja en el porcentaje de participación y las cantidades mínimas de los escépticos que se manifiestan electoralmente (votos nulos y blancos).

Una tercera tendencia es la condensación del sufragio a favor y en contra de Chávez, encarnado este último en tres candidaturas distintas, pero al mismo tiempo con la suficiente consistencia como para invisibilizar nombres menores que siempre aparecieron en las papeletas.

Con estos elementos cabe preguntarse si un hecho de magnitudes dramáticas, como el fallecimiento del presidente venezolano, puede alterar el escenario electoral y las tendencias que se han consolidado en los últimos 12 años, y la respuesta parecería ser que es improbable, por varias razones.

En primer lugar hay que tomar en cuenta la polarización de la sociedad. En Venezuela no ha existido espacio político más que para dos posiciones, aquellas que se decantaban a favor o en contra del presidente que operó como un catalizador fortísimo de adhesiones a lo largo de toda su gestión.

La figura de Chávez fue tan fuerte que la oposición, muy heterogénea al principio y con un espectro ideológico que recorría prácticamente todas las opciones de la izquierda a la derecha, se unificó ante la necesidad de equilibrar el escenario, más allá de las visiones sobre el desarrollo y la economía que informaban a sus integrantes.

Desde una lógica distinta, en el chavismo también confluyeron distintas posiciones que se unificaron alrededor del comando del presidente. Tanto las fuerzas gubernamentales como las de la oposición han sido estables en sus posiciones, y esa estabilidad parece mantenerse en las próximas elecciones.

En segundo lugar, el espectro electoral no puede haber variado mucho desde la última elección. Los márgenes de participación y la motivación de los electores probablemente van a ser similares. La figura que encarna las fuerzas gubernamentales es distinta, pero la votación obtenida por Chávez ha sido consistente, y no solo eso, sino que las votaciones regionales en Venezuela han probado largamente que los sufragios de la candidatura presidencial sí se transferían a otras figuras afines al presidente.

La candidatura gubernamental va a apelar a la memoria del presidente fallecido y legítimamente va a evocarse como su continuidad; hay demasiados elementos racionales para sustentar esto, la cercanía en la gestión gubernamental y la invocación explícita del propio presidente a votar por ello.

La oposición no tiene otra opción que seguir siendo oposición, aunque suene tautológico. En otras palabras, en el terreno de las imágenes, también hay estabilidad para la campaña venezolana, los actores políticos son los mismos y su discurso no ha variado.

Finalmente, la capacidad de movilizar recursos de ambas candidaturas, sus posibilidades publicitarias, la organización territorial de la dinámica electoral tampoco se han transformado. Las posiciones –asimétricas o no– se mantienen inalterables en esta dimensión.

Todo esto haría suponer muy improbable un resultado que revierta las tendencias y la forma de organización de la política venezolana construida desde hace más de 10 años.

La continuidad en el escenario político tampoco va modificarse en forma extraordinaria en el ámbito de las políticas públicas y de la agenda internacional de Venezuela.

No hay que olvidar que el equipo gubernamental actual de Venezuela ha estado en tareas de gestión de grandes y pequeñas decisiones por lo menos durante todo el tiempo de la etapa crítica de la enfermedad del presidente.

Evidentemente, la agenda tiene como primera urgencia la economía, que requiere estabilizar sus recursos para sostener el conjunto de programas sociales y obra pública del gobierno.

En el terreno internacional, la posición venezolana de adhesión e impulso a los organismos multilaterales recientes probablemente no tiene razones para alterarse.

La Unasur y la Celac seguirán siendo objetivos nacionales de Caracas, al igual que su compromiso de mantener el ALBA y su posición central en esta asociación estratégica.

En otras palabras: la ausencia de Chávez, siendo un hecho que marca históricamente a la sociedad venezolana y latinoamericana, no parecería que va a modificar a corto plazo ni el escenario de la política doméstica, ni las tradiciones y conductas exhibidas en los últimos años por Caracas en el ámbito internacional.

Un escenario de estabilidad que, por otra parte, parece ser de conveniencia explícita para el resto de los Estados del hemisferio.

* Adrián Bonilla es secretario general de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y doctor en relaciones internacionales por la Universidad de Miami.

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