Los tapietes bolivianos, una cultura en manos de 38 familias

A tres horas y media en vehículo rústico por una carretera de tierra y lodo de la localidad más cercana, 38 familias luchan en este poblado del Gran Chaco boliviano por preservar su territorio, sus costumbres y su lengua. Son los tapietes, que se niegan a la extinción.

En la comunidad de precarias viviendas en un claro del bosque, en el extremo sur fronterizo con Paraguay, conviven más de 190 indígenas, que ocupan 24.000 hectáreas, en un espacio consolidado y titulado como su propiedad colectiva desde el 27 de abril de 2001.

«Nuestros antepasados siempre vivieron en Samuguate, que es el lugar de origen de los pueblos tapiete de los tres países donde permanecemos», dijo a IPS el maestro Reynaldo Balderas, de 35 años, durante una visita a la comunidad.

Explica que fue de este punto que los tapietes se expandieron a Argentina y Paraguay, con los que Bolivia comparte la región sudamericana del Gran Chaco. Actualmente, hay más miembros del pueblo tapiete en esos dos países: unos 2.000 en Paraguay, mientras que en el norte de Argentina viven unos 480, según las últimas estimaciones.

«Durante de Guerra del Chaco (1932-1935), las familias sufrieron mucho, porque tenían que escapar a los montes para evitar las balas y salvar sus vidas. Una vez que pasó, muchos volvieron a Samuguate y otros se quedaron en Argentina y Paraguay», detalló.
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Ahora los jóvenes de Samuguate se han visto forzados a emigrar nuevamente de su territorio, a 140 kilómetros del municipio de Villa Montes, en la provincia del Gran Chaco, del sureño departamento de Tarija. Esta vez por falta de oportunidades e incluso de los alimentos de los que siempre vivieron en la comunidad.

Del extenso río Pilcomayo, que domina el trayecto entre Villa Montes y Samaguate, desapareció el sábalo, un pez determinante para la dieta y la forma de vida de los tapietes, por malas políticas de canalización y repartición de sus aguas cuando el río se adentra en Argentina y Paraguay.

Pero en su territorio sobrevive una rica flora y fauna silvestre que ha sido sustento ancestral de este pueblo cazador, pescador y recolector. Destacan las urinas (pequeños venados silvestres), quirchinchos (armadillos), chanchos del monte (jabalíes americanos), ñandúes (aves no voladoras), iguanas o loros, entre otras muchas especies.

Por eso demandan a las autoridades nacionales extender su territorio a 59.000 hectáreas, las que ocupaban antes de la guerra, y constituir en ese espacio una reserva natural para desarrollar proyectos de apicultura, ganadería y ecoturismo, entre otros. De esa manera, los tapietes podrían vivir su territorio y promover en él un desarrollo sustentable.

La Guerra del Chaco, la más importante en América del Sur del siglo XX, enfrentó a Bolivia y Paraguay por los límites del llamado Chaco boreal (norte) del Gran Chaco, y en ella murieron unos 60.000 bolivianos y 30.000 paraguayos.

Si amplían su territorio, también volvería a llenarse la escuela de Samuguate, ahora con solo nueve alumnos. La moderna unidad en forma de iglú se destaca entre las viviendas, la mayor parte hechas de palos, mezcla de lodo y paja y otros materiales precarios.

La escuela rescata, de hecho, la construcción tradicional tapiete, de forma redondeada para que no se concentre calor ni frío en las esquinas de la infraestructura. Es otro elemento de su pasado que sueñan con rescatar las familias de Samuguate.

Es, además, una forma de que los niños conozcan las costumbres tapietes, explica Reynaldo Balderas, que junto con otro joven, Pascual Balderas, ejercen de guías de IPS por la comunidad. «No estamos acostumbrados a recibir visitas», disculpó con una sonrisa el maestro la timidez de todos.

Ambos, que no son familiares directos, cuentan que otro sueño en construcción es la creación de institutos de lengua y cultura tapiete, para que aprendan su pasado.

Por ahora, los estudiantes aprenden matemáticas, lenguaje, ciencias naturales y sociales, también aprenden un poco de tecnología, educación física y música. Solo se da la educación primaria, obligatoria en Bolivia, por lo que si quieren proseguir estudios después de los 14 años, tienen que hacerlo en las localidades más cercanas: Villa Montes, Crevaux y Yacuiba.

Pero todos en Samuguate se sienten orgullosos de algo muy importante para ellos: los niños y niñas salen de la escuela conociendo muy bien la lengua tapiete, además del español.

El tapiete es un idioma vinculado al guaraní, la tercera lengua originaria boliviana, detrás del quechua y el aymara.

Pero Reynaldo Balderas puntualiza que las diferencias con el guaraní del tapiete son de 60 por ciento, aproximadamente. «Hay palabras que se pronuncian de la misma manera y por eso se entienden entre ambos pueblos, pero el tapiete tiene sus muchas particularidades», detalló.

De hecho, tapiete es ya una castellanización de la grafía original, «tap i ete», que significa «ser verdadero» y cuya «i» gutural resultaba imposible de pronunciar por los conquistadores españoles.

Pascual y Reynaldo Balderas explican que la lengua es un elemento vehicular esencial, porque los tapietes mantienen su identidad y transmiten sus costumbres a través de cuentos y leyendas, que perduran pese a las fronteras impuestas y a las disgregaciones sufridas por la guerra.

Su muy preciada apicultura, la ganadería y agricultura son el sustento de la comunidad, después que la sedimentación del río Pilcomayo prácticamente hizo desaparecer la pesca. Algunos de los botes que antes surcaban el río, se ven volcados en su ribera, sin uso, como vestigio del pasado, algo trágico para un pueblo que considera a la tierra su madre y al río su padre.

Hasta 1990, los tapietes trabajaban el campo para hacendados de la región. Pero ese año los comunarios (codueños de tierra colectiva) se organizaron en una Asamblea para enfrentar a los ganaderos invasores e impulsar su propia agricultura, pesca, avicultura y apicultura, que completan con la caza de venados, charatas (aves galliformes), quirquinchos e iguanas.

Ahora conforman la Organización de Capitanías Weenhayek y Tapietes de Tarija, para defender mejor sus intereses. Los weenhayek son el segundo pueblo en número en el Chaco boliviano, detrás del guaraní, con unas 15.000 personas, y a ambos les une el pertenecer a una iglesia evangélica de origen sueco y ser víctimas de la degradación del Pilcomayo.

Las mujeres apoyan la economía familiar con la elaboración de bolsas de diferentes tamaños, una artesanía que rescataron gracias a proyectos productivos del gobierno tajirense. Pero varias se quejaron con IPS de la falta de un mercado para vender su producción.

Pese a todo, el capitán grande tapiete, José Luís Ferreira, se niega a que se diga que su pueblo está en peligro de extinción. «No es justo que hablen de nosotros y emitan juicios de valor sin antes conocer el lugar y a las familias que lo habitan», dijo a IPS.

Ferreira resaltó que mantienen y respetan sus usos y costumbres, su lengua y su música, y a cambio solo piden apoyo para un desarrollo digno y propio, sustentado en la economía de familia extendida, que siempre rigió sus destinos.

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