Los resultados de la conferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre cambio climático que finalizó el 8 de este mes en Doha muestran una vez más que las negociaciones internacionales avanzan en la dirección correcta, pero a un ritmo alarmantemente lento.
En el núcleo de estas negociaciones está nada menos que el mayor desafío en materia de transformación energética que el mundo haya experimentado.
En el pasado, las transiciones energéticas insumieron mucho tiempo. La leña fue la primera fuente de energía de la humanidad, y no fue desplazada por el carbón sino hasta el siglo XVIII. Con un ritmo cada vez mayor de avances tecnológicos, llevó un siglo que el petróleo reemplazara al carbón como la principal fuente mundial de energía.
El cambio climático no es la única motivación para avanzar hacia las fuentes renovables y hacia una eficiencia energética potenciada, pero ha inyectado una urgencia inequívoca a una evolución que de otro modo sería normal.
A pesar del evidente desafío de la rotación del capital en nuestros sistemas energéticos existentes, el tiempo no está de nuestro lado.
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La ciencia nos dice que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero deben llegar esta década a un tope y disminuir rápidamente luego.
Y, lo que es más importante, el tope de las emisiones mundiales debe ocurrir pronto, si queremos reducir los costos humanos. Los eventos meteorológicos extremos en cada región del mundo brindan amplias pruebas de los crecientes costos humanos, en particular para los más vulnerables.
La ONU es la única plataforma que concede a todos los países, grandes y pequeños, acceso a la toma de decisiones conjuntas.
El viraje hacia (economías) bajas en carbono requiere la participación mundial, porque cada país ya es afectado por el cambio climático y por la necesidad de guiar deliberadamente un cambio global acelerado.
Además, la escala y el ritmo del desarrollo económico pautado por la tecnología y la libre circulación de capitales vuelve esencial la participación mundial.
Las economías bajas en carbono de hoy, aún en una base por persona, pueden convertirse en altas en carbono más rápidamente de lo que jamás fue posible, a menos que se las apoye adecuadamente y se las aliente a orquestar futuros de energía limpia.
Tras los importantes pasos dados en los últimos dos años en Cancún y Durban, todos los países miembros de la Unión Europea, más Australia, Belarús, Croacia, Islandia, Kazajstan, Noruega, Suiza y Ucrania adoptaron en Doha objetivos legalmente vinculantes de reducción de emisiones, llevándolas colectivamente a un nivel 18 por ciento más bajo que en 1990 en los próximos ocho años.
Las metas están apuntaladas por normas más estrictas de conteo y están abiertas a un mayor fortalecimiento para 2014.
Además, en Doha todos los países confirmaron su determinación de alcanzar un acuerdo aplicable a todos para diciembre de 2015, en base a los últimos estudios científicos.
Los gobiernos ya encaminan claramente al mundo hacia una transformación importante, pero todavía no han demostrado sus intenciones mediante la implementación robusta e inmediata de lo que ya se ha prometido. Los gobiernos deben y pueden acelerar la acción sobre el cambio climático, no por motivos altruistas, sino porque hacerlo es de su interés nacional.
Aunque la ONU es el ámbito adecuado para la toma de decisiones mundiales, está ajena a las políticas internas. Los intereses particulares en materia de sostenibilidad, estabilidad y competitividad de recursos son las poderosas guías de la acción contra el cambio climático.
El proceso de la ONU es el centro del compromiso internacional, pero no es la plataforma de acción sobre el cambio climático.
En respuesta al avance lento, pero constante en las negociaciones internacionales, y para capitalizar la nueva economía baja en carbono, 33 países y 19 jurisdicciones subnacionales le pondrán precio al carbono en 2013, cubriendo 30 por ciento de la economía mundial y 20 por ciento de las emisiones.
Hasta el año pasado, 118 países tenían legislación sobre cambio climático o metas de energías renovables, más del doble que en 2005.
Hay cada vez más esfuerzos voluntarios locales para reducir la deforestación y las emisiones que no están cubiertas por el marco de la ONU. En 2010, las energías renovables representaron 20,3 por ciento de la electricidad mundial, en comparación con 3,4 por ciento en 2006.
Las inversiones en energías limpias superaron un billón de dólares, y se espera que aumenten a casi 400.000 millones de dólares anuales.
Las señales de movimiento hacia economías bajas en carbono están en todas partes, pero todavía son insuficientes. El bajo carbono pronto debe ser la norma y no la novedad.
Los gobiernos han marcado el camino, pero están avanzando lentamente. Ninguno está en el máximo potencial.
El sector privado puede y debe avanzar con más determinación. La tecnología también. Pero nadie está exento de responsabilidad, o de la oportunidad, de contribuir con la solución.
Necesitamos el máximo esfuerzo de todos, ir más allá de la mentalidad de suma cero a la acción cooperativa en pos de un objetivo urgente y compartido.
Necesitamos reforzar mutuamente los esfuerzos para acelerar el impulso hacia una economía baja en carbono. Juntos podemos pasar de la política de la culpa a la política de la oportunidad.
El acuerdo 2015 debe garantizar una participación equitativa de todas las naciones y ser receptivo a las exigencias de la ciencia. Sobre todo, debe ser un testamento de la voluntad de actuar de nuestra generación.
En definitiva, la historia nos juzgará por si hemos reducido los gases de efecto invernadero lo suficiente para evitar el peor cambio climático.
El hecho es que podemos hacer esto ya de modos que impulsen la sostenibilidad económica de todos y, al mismo tiempo, salvaguarden a los más vulnerables a los efectos adversos del cambio climático. Y es por eso que un acuerdo universal es necesario y posible.
* Christiana Figueres es la secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.