La atención internacional viró de Libia al vecino Egipto, concentrándose esta semana en cómo el gobierno del presidente Mohammad Morsi afronta las protestas contra Estados Unidos.
Cinco días después de las manifestaciones que rompieron las paredes de la embajada de Washington en El Cairo y en las que la bandera estadounidense fue reemplazada por otra que los medios identificaron como de la red extremista islámica Al Qaeda, parece que las relaciones bilaterales sobreviven.
Conforme regresa la calma a la capital de Egipto luego de tres días de protestas, al parecer motivadas por una película amateur producida por un estadounidense en la que difamaba al profeta Mahoma, funcionarios de Estados Unidos expresan una moderada satisfacción por la forma en que respondió a la crisis el gobierno de Morsi.
El ataque del martes 11 a la embajada en El Cairo -que habría inspirado a su vez un asalto al consulado estadounidense en la nororiental ciudad libia de Bengasi, en el que murió el embajador Chris Stevens y otros tres funcionarios- desató furiosos llamados de algunos analistas y legisladores de derecha en Estados Unidos a cesar de inmediato la ayuda financiera a Egipto.
También llamaron a bloquear un préstamo pendiente por 4.800 millones de dólares por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI) para ayudar a rescatar la fluctuante economía egipcia.
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Estas medidas fueron propuestas para castigar a Morsi por no haber prevenido o, al menos como hizo el gobierno libio, haber condenado rápidamente la violencia.
El Congreso legislativo estadounidense tiene previsto votar esta semana un paquete de alivio de la deuda egipcia por 1.000 millones de dólares.
Algunos criticaron que Morsi haya expresado más solidaridad con los manifestantes por la polémica película, cuyo avance fue publicado en la red de vídeos YouTube, que malestar por la violación de las normas diplomáticas.
Pero sus demandas fueron rápidamente rechazadas por el gobierno de Barack Obama, aún cuando el propio presidente presionó en forma privada a su par egipcio para que tomara medidas más enérgicas para aliviar las tensiones.
Además, algunos influyentes miembros del opositor Partido Republicano fueron más moderados y opinaron que Washington había invertido demasiado en proteger sus relaciones con el gobierno egipcio como para cortarlas ahora.
"Debemos evitar una islamofobia indiscriminada, y en cambio distinguir entre aquellos que quieren matar a los estadounidenses y aquellos que no les gusta Occidente pero están principalmente interesados en reconstruir sus sociedad luego de décadas de dictadura", escribió el analista neoconservador Robert Kagan, de la Brookings Institution, en The Washington Post.
"Si la economía de Egipto sucumbe, ¿se hará menos radical la nación?", preguntó. "¿Es más probable que respete el tratado de paz con Israel? ¿Es más probable que sea una fuerza de moderación en Medio Oriente?".
Gracias a su gran población, de 86 millones de habitantes, su influencia histórica y su ubicación estratégica, Egipto ha sido visto por mucho tiempo por los políticos estadounidenses como el socio más importante de Washington en el mundo árabe, junto con Arabia Saudita.
Desde que firmó los Acuerdos de Camp David con Israel en 1979, El Cairo ha sido el segundo mayor beneficiario de la ayuda de Washington después de Israel, recibiendo un promedio de más de 2.000 millones de dólares al año en asistencia bilateral, la mayor parte en materia de defensa.
Durante prácticamente todo ese periodo, Egipto fue gobernado por Hosni Mubarak (1981-2011), exgeneral de la Fuerza Aérea que mantuvo al país aliado con Occidente, aun cuando esporádicamente desafió la presión de Estados Unidos y de la Unión Europea para que implementara reformas democráticas.
Cuando las protestas contra su gobierno se incrementaron, la administración Obama, aunque con cierta inquietud, se puso del lado de los manifestantes.
Al mismo tiempo, Obama cambió la histórica política estadounidense y entabló diálogo con miembros de la Hermandad Musulmana, que habían sido severamente reprimidos bajo el régimen de Mubarak y cuyo subsecuente éxito en las urnas, junto al del salafista (integrista) Partido Nour, sorprendió a muchos analistas. Estos preferían a los liberales, más cercanos a Occidente y quienes habían liderado las fases iniciales de la revuelta contra Mubarak.
Desde el principio, el acercamiento del gobierno de Obama con la Hermandad y su apoyo a Morsi en una serie de roces con los militares fueron criticados por muchos neoconservadores y líderes de la derecha cristiana estadounidense, preocupados por la histórica hostilidad de los islamistas para con Israel y los Acuerdos de Camp David.
"El verdadero rostro de la mal llamada Primavera Árabe, tan entusiastamente apoyada por Obama, es innegable", escribió Caroline Glick, del neoconservador Center for Security Policy, en The National Review.
"La administración de Obama jugó un papel central en el derrocamiento de regímenes alineados con Estados Unidos y en su reemplazo por regímenes hostiles", señaló Glick, también editora de The Jerusalem Post.
"Nadie debería considerar a Egipto demasiado valioso para perderlo", escribió Michael Rubin, del también neoconservador American Enterprise Institute, poco después del ataque a la embajada en El Cairo.
"Apoyar a un gobierno de la Hermandad Musulmana permite a los líderes egipcios reducir su responsabilidad por sus acciones y provocaciones", señaló.
Para estos críticos, el ataque contra la embajada fue el último de una serie de incidentes que despiertan dudas sobre la confiabilidad de Morsi.
El propio Obama dijo estar decepcionado porque su par egipcio no condenó de inmediato el ataque a la embajada, y dijo que Egipto no era un país "aliado" ni "enemigo", sino más bien un "trabajo en curso".
Obama hizo estas declaraciones luego de que el periódico The New York Times informara que el presidente de Estados Unidos había realizado una llamada telefónica a Morsi alertando que la asistencia y las relaciones bilaterales se verían afectadas si El Cairo no protegía la embajada estadounidense y perseguía a los atacantes.
Según el diario, la intervención de Obama tuvo efecto.
El jueves 13, Morsi dijo públicamente: "Es nuestro deber religioso proteger a nuestros huéspedes y a aquellos que vienen de afuera". Además, llamó a los manifestantes a "mantener las vías pacíficas que todo el mundo acepta".
* El blog de Jim Lobe sobre política exterior se puede leer en http://www.lobelog.com.