El nombre de la escuela es tan bello como la escuela misma: Floragaita. Un árbol de balso (Ochroma pyramidale) de enormes flores blancas custodia la entrada, en una colina en el corazón de los Andes colombianos.
Antes del proyecto Cuenca del Río Las Ceibas una zona rural de la capital del departamento del Huila, Neiva, en las montañas donde está enclavada Floragaita se practicaba la quema indiscriminada del suelo y la gente arrojaba a la corriente desde aguas servidas hasta colchones viejos.
"Por amor al río, reforestamos, embellecemos y reciclamos", dice hoy una pequeña valla de bienvenida a la escuela.
Los propios niños de Floragaita bautizaron así una campaña iniciada en 2006 por Celia Cardozo, una profesora menuda y vivaz, coordinadora de las 10 sedes rurales de la Escuela Normal Superior de Neiva, que ha incorporado el ambiente a la formación de maestros.
Cardozo quiere fervientemente comprar una licuadora para producir papel reciclado en el colegio secundario de Santa Helena, en la misma zona. "La gente aquí no tiene papel", aclaró. Pero, sobre todo, es "para ahorrar siquiera un palito (arbolito) al año", dijo a IPS.
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En febrero, el colegio se ganó 450 dólares al obtener el segundo puesto en un premio concedido localmente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Son 60 dólares menos de lo que cuesta la licuadora.
Pero el primer premio, de 560 dólares, fue para Floragaita, por tener la mejor propuesta de educación ambiental de la cuenca de Las Ceibas.
Las Ceibas es la única fuente del acueducto que surte a los 295.000 habitantes de Neiva, ciudad situada 292 kilómetros al suroccidente de Bogotá, con una temperatura ambiente de entre 28 y 37 grados centígrados.
La población de Neiva aumentó entre 120.000 y 130.000 personas en 20 años, pero Las Ceibas disminuyó su caudal en casi un metro cúbico.
El reto es reforestar para que el agua no siga huyendo, y poner fin a la costumbre campesina de quema de suelos, que acaba la capa vegetal y llena el río de sedimentos.
Además, hay que establecer, junto con las 600 familias que habitan la cuenca, prácticas de vida y agropecuarias que permitan producir y conservar al mismo tiempo, y mejorar la calidad del agua.
"Si se logra, es factible que para 2030, cuando Neiva haya crecido en otros 100.000 o 130.000 habitantes, todavía tengamos agua de buena calidad del río para suministrarle a esa población", señaló a IPS el ingeniero Humberto Rodríguez, director general del proyecto Cuenca del Río Las Ceibas.
A pesar de la abundancia de recursos hídricos, en América Latina y el Caribe 15 por ciento de la población no tiene acceso al agua potable y más de 20 por ciento no cuenta con saneamiento básico.
El proyecto de Las Ceibas, desarrollado desde 2008 hasta este año, funciona porque tiene un sistema de fiducia y el dinero no se pierde en los vericuetos de los malos manejos.
Los otros socios son la entidad estatal Empresas Públicas de Neiva y la alcaldía de la ciudad, que confirmó a IPS que contempla la permanencia del proyecto en su Plan de Desarrollo hasta 2015. Además, también están asociadas la gobernación del Huila y la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena, autoridad ambiental de la zona.
Pero, para Rodríguez, el principal socio es la comunidad. "Cuando no hay apropiación de la comunidad, no se puede hablar de gobernabilidad", dijo.
"Gobernabilidad es precisamente participación y corresponsabilidad entre las instituciones y la comunidad. En ese momento podemos hablar de que hay una verdadera gobernabilidad" en la cuenca, estimó.
En Floragaita están comenzando por el principio: los niños. De hecho, apenas tres de los 18 alumnos comentan que para ellos es "mejor la ciudad". Los demás quieren quedarse en el campo.
"Dicen que no les gusta Neiva porque hace mucho calor y porque todo cuesta, hasta un vaso de agua, y hay muchos ladrones. Los más inteligentes se ponen a hacer esas comparaciones", anotó la maestra Nelly Olaya, quien trabaja en llave con la profesora Cardozo.
La carretera de tierra y piedras trepa varias curvas y allí está la escuela. Rodeadas de jardines coloridos, tres construcciones de un piso con un comedor y un par de salones amplios. En uno hay media docena de computadores con conexión de banda ancha.
Más abajo, en el huerto, hay yuca, plátano, zanahoria, lechuga, cilantro, cebollín, banano, badea, papaya y plantas medicinales.
También hay un vivero de árboles diversos: guanábano (Annona muricata), que da frutos comestibles de pulpa blanca de hasta dos kilogramos; flor morado (Erisma uncinatum), que sirve para hacer cercas; cuchiyuyo o naranjillo (Trichanthera gigantea), que protege los nacederos (manantiales), igual que el carbonero (Albizzia carbonaria), y varios más.
A veces, las niñas y niños de Floragaita se van con decenas de arbolitos y los siembran en torno de un nacedero de alguna finca cercana.
La primera vez fue en 2005 y plantaron 75. Han llegado a sembrar 300, 400 y hasta 1.200 árboles en torno a nacientes amenazadas por la deforestación, en esta región de casas aisladas.
En esas jornadas de reforestación, los niños juegan con las tablas de multiplicar y aprenden cómo se llama cada herramienta en inglés: pica, "pike"; pala: "spade"; rastrillo: "rake".
El área de la escuela no es muy grande. Por eso, Olaya le planteó a la gente adecuar "un pedacito de tierra donde hubiera sillitas y otras cosas, para que los niños no se la pasaran todo el tiempo en el salón".
Así fue como la escuela Floragaita ganó un "aula ambiental". Es media fanegada (3.200 metros cuadrados) adyacente, bajo grandes árboles de pino, con pajareras hechas por los niños y sus padres, y mesas y bancas de madera con corazones pintados y rodeadas de flores.
Aquí las matemáticas se enseñan de manera directa. "Yo les doy un metro de costura y les digo: de dos metros de largo; de un centímetro", contó la profesora. Los alumnos toman las medidas de los objetos que tienen alrededor.
"No hay necesidad de estar copiándoles en un tablero que un metro es esto y un centímetro esto otro, porque la gente no tiene papel", dijo Olaya. "Entonces, yo les enseño eso con el metro de costura".
Los niños se sientan frente al paisaje para la clase de geografía, y aprenden qué es una cordillera, una cuenca, un afluente, un valle.
El terreno está prestado a la escuela por Álvaro Díaz, presidente de la Junta de Acción Comunal, organización cívica electiva.
Los ocho hijos de Díaz estudiaron aquí. "En el campo está el futuro", de eso Díaz está convencido. Por eso es muy importante que los niños se enamoren de la naturaleza, y en un aula así, "aprenden mejor".
Pero de cerca de 35 profesoras practicantes que la escuela normal ha enviado a Floragaita, 29 o 30 aspiran a seguir algún doctorado sin relación con el campo. Olaya siempre las lleva primero al vivero, y les dice: "Si ustedes no se quieren untar de tierra, entonces no sean maestras rurales".
* Este artículo fue producido con apoyo de la FAO.