El movimiento por la libre expresión en Túnez fue silenciado durante mucho tiempo por el régimen autoritario de Zine el Abidine Ben Ali (1987-2011).
Entonces quedó relegado a blogueros, programadores, aficionados a los medios y expatriados cuya frustración ante la censura a Internet y la vigilancia de que eran objeto fomentaron su activismo.
Ahora que el régimen cayó, el debate sobre la censura en Internet se ha vuelto mucho más sutil, mientras los jóvenes se disputan una red libre al tiempo de navegar en aguas turbulentas.
Antes del 13 de enero de 2011, fecha de la revolución tunecina, el acceso a Internet era muy limitado, impidiendo que los jóvenes utilizaran la mayoría de las redes sociales populares en todo el mundo.
Solamente Facebook quedó abierto, e incluso entonces siguió bajo vigilancia, poniendo en peligro a los activistas que usaban esa herramienta e impidiendo que otros lo hicieran por temor.
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En enero de 2011, apenas un día después de que Ben Ali huyera del país, se declaró el fin de la censura dominante en el país, así como de las prácticas de vigilancia, lo que dejó a los tunecinos con una Internet libre por primera vez.
Pero la libertad absoluta tuvo una vida corta: en pocos meses, la Agencia Tunecina de Internet (ATI) divulgó una lista de sitios bloqueados por orden judicial.
Aunque breve, la lista contenía enlaces a páginas individuales de Facebook, incluida una perteneciente a un conocido disidente. En una entrevista, el director de ATI, Moez Chakchouk, reconoció la falta de sofisticación técnica del filtro, comentando que hay "1.000 y una maneras de acceder".
No mucho después, un tribunal tunecino emitió una orden, basada en una petición de un grupo de abogados, para obligar a ATI a bloquear contenidos pornográficos, argumentando que eso planteaba una amenaza a los menores y a los valores musulmanes.
La decisión alentó a ATI a apelar, declarando su deseo de actuar como punto neutral y transparente de intercambio en Internet.
También impulsó una nueva ola de activismo entre los ciudadanos jóvenes, que temen que instituir cualquier clase de filtro pueda retrotraerlos a los días en que gobernaba Ben Ali.
Sus temores no son del todo infundados. Aunque muchos países bienintencionados han intentado implementar prohibiciones a la pornografía en Internet, hasta ahora ninguno lo ha hecho sin incluir, intencional o accidentalmente, otros contenidos inocuos.
Tal es el caso de Australia, que en 2007 presentó un programa para filtrar "contenidos ilegales", entre ellos ciertas categorías de contenido sexual. No solo ocurrió que el mecanismo de filtrado se violó casi inmediatamente (y lo hizo nada menos que un adolescente), sino que luego se supo que la lista negra de sitios web contenía el de un dentista, así como otros contenidos similares.
Además, el filtrado es inefectivo y costoso. Así como durante muchos años los tunecinos utilizaron mecanismos informáticos de intermediación y otras herramientas para eludir la prohibición en YouTube, sitios de noticias y otros, pueden emplear esas mismas herramientas para acceder a pornografía. Y el costo no es simplemente financiero: el filtrado también puede enlentecer el ancho de banda.
Los jóvenes de Túnez se merecen su libertad recién descubierta.
Así como Facebook y otras herramientas ayudaron a los activistas a divulgar información sobre las protestas y a dar a conocer videos y fotografías, esos mismos mecanismos ayudarán a una nueva generación de tunecinos a conectarse con sus pares del resto del mundo, cuando se dispongan a construir su nuevo Túnez.
Y, cuando lo hagan, no deberían tener que librar la batalla por la libre expresión.
* Jillian York es directora de International Freedom of Expression en la Electronic Frontier Foundation de San Francisco. También escribe regularmente sobre Internet y la sociedad para Al Jazeera en inglés.
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