Entre 150 y 200 inmigrantes continúan viviendo como ocupantes en la norteña ciudad francesa de Calais y en sus alrededores, pese a una campaña implacable de las autoridades para expulsarlos.
Ya pasaron más de dos años desde que la policía francesa demolió el campamento de inmigrantes de Calais, conocido como La Jungla. En aquel momento, las autoridades de Francia y Gran Bretaña elogiaron la medida como un golpe a quienes facilitaban la inmigración ilegal.
No obstante, desde entonces, una corriente de inmigrantes y solicitantes de asilo ha continuado pasando por la ciudad y por la región Nord-de-Calais, con la esperanza de llegar a Gran Bretaña.
El llamado paso de Calais es el punto más estrecho del canal de la Mancha, y por tanto lugar favorito de inmigrantes para cruzar de Francia a tierras británicas.
Ahora, la gendarmería de Calais, la Policía Fronteriza de Francia y un permanente despliegue de policías antidisturbios contribuyen con la campaña de expulsión, mediante redadas semanales y a veces diarias contra las viviendas ocupadas ilegalmente por inmigrantes, con arrestos arbitrarios, desalojos y demoliciones de casas.
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En las últimas semanas se produjo una escalada notoria en la frecuencia y la intensidad de estas actividades. El jueves 15, la policía desalojó a 35 inmigrantes de los ruinosos edificios prefabricados en la avenida Louis Blériot y conocidos como Casa África, bajo la supervisión del subprefecto de la región de Calais, Alain Gérard.
La noche siguiente, la policía realizó una redada en el centro de distribución de alimentos donde habían acampado algunos de los inmigrantes desalojados, destruyendo sus tiendas y confiscando sus pertenencias.
Desde entonces hubo dos desalojos más en varias viviendas ocupadas y campamentos. Las autoridades también aumentaron sus controles a lo largo de los estacionamientos de camiones en las afueras de la ciudad, cerca de Dunkerque. Allí, una población flotante de más de 400 inmigrantes en camino a Gran Bretaña ha intentado quedarse para escapar del acoso policial en la ciudad.
Algunas organizaciones no gubernamentales locales atribuyen esta escalada a la campaña presidencial francesa y a la arremetida contra los inmigrantes que lleva a cabo el presidente Nicolas Sarkozy.
Otros hablan de una renovada presión británica para que Calais quede "libre de inmigrantes" en los preparativos para los Juegos Olímpicos de Londres, que se realizarán entre julio y agosto de este año.
Sea cual sea el motivo, estos desalojos han sumado un nuevo ingrediente de paranoia e indignación al difícil mundo clandestino que los inmigrantes de Calais se ven obligados a habitar.
Cuando IPS intentó visitar la antigua fábrica de cordones, destartalada y sin techo, en la Rue des Quatre Coins, varios agresivos inmigrantes le impidieron el paso, creyendo que este periodista estaba aliado con la policía.
Pese a la presión policial, los inmigrantes continúan convergiendo en el centro de distribución de alimentos, cerca de los muelles de Calais, donde organizaciones no gubernamentales brindan dos o tres comidas diarias durante todo el año.
Entre los inmigrantes hay iraníes, iraquíes, afganos, sudaneses y palestinos. Hassan, un afgano de poco más de 30 años, relató que vivió 12 años en Gran Bretaña, donde tuvo dos hijos y su propio comercio de comidas rápidas, antes de pasar seis años en la cárcel por cometer un robo a mano armada.
Mientras cumplía su sentencia, fue deportado de regreso a Kabul. Ahora, luego de tres meses en Calais, decidió aceptar una compensación económica y volver a la capital afgana, aunque eso signifique que tal vez no vuelva a ver a sus hijos.
Sus motivos son simples: "Ya no puedo soportar esto. Europa es el peor lugar en el que he estado jamás".
Abed es otro afgano que llegó a Calais esperando alcanzar Gran Bretaña, con su hija Fawzia, de 14 años. Solicitó asilo en Francia, dejando a su esposa y a otros dos hijos en Grecia. Hasta que aprueben su petición, ellos no pueden unírsele en Francia y él no puede viajar para verlos.
El proceso de pedido de asilo en Francia es lento y no tiene garantías de éxito. Desde 2009, 116 solicitantes de este derecho fueron reconocidos como refugiados, y les concedieron protección temporaria a 12 de los 285 postulantes con los que trató la oficina local del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Muchos inmigrantes que pasan por la ciudad buscan trabajo, no asilo, y su presencia fluctúa según las cambiantes circunstancias económicas.
La población migrante de la ciudad incluye ahora a varios albaneses que llegaron de Grecia. Entre ellos está Roland, un joven alto y de cabello largo, de unos 25 años, que perdió su empleo a causa de la crisis económica griega. Ahora apuesta a trabajar en Gran Bretaña.
"Grecia está acabada. Ahora no hay trabajo para nadie. Los griegos ni siquiera pueden alimentar a sus propias familias", dijo.
Ya sea que busquen empleo o refugio ante guerras o persecuciones, estos inmigrantes constituyen una población excedentaria que ni el gobierno británico ni el francés quieren, pero de la que no se pueden librar.
Junto con las severas políticas, las autoridades de Calais crearon el centro de distribución de alimentos e incluso pagan el alquiler de una de las organizaciones no gubernamentales que aportan sus comidas diarias.
Las autoridades también brindan a los inmigrantes un refugio de invierno, una clínica médica y duchas.
Pero nada de esto se reconoce públicamente, y la presencia de un vehículo policial en el exterior del centro de distribución de alimentos es un recordatorio de la política de severidad y disuasión que tanto las autoridades locales como las nacionales prefieren presentarle al público.
El subprefecto de Calais se jactó de su intención de hacer que los inmigrantes que están en la ciudad se trasladen a Bélgica. Y aunque algunos inmigrantes han sido dispersados, otros continúan llegando, buscando un costoso pasaje por el canal, mientras buscan evadir a la policía.
Pocos esperan que dejen de llegar a una ciudad que se ha convertido en un símbolo de la respuesta despiadada y disfuncional de Europa a las migraciones del siglo XXI.
El presidente está determinado a movilizar el sentimiento contra los inmigrantes para permanecer en el poder. La región de Pas-de-Calais ofrecen centros de entrenamiento a los atletas olímpicos que participarán en los juegos de Londres. En este contexto, los inmigrantes son cada vez más indeseados y superfluos de lo habitual, mientras en esta ciudad la represión está a la orden del día.