El salvadoreño René Núñez buscaba aprovechar al máximo la energía generada por la combustión de la madera y así creó una cocina de leña sencilla pero muy eficiente, que no produce humo y reduce en 95 por ciento las emisiones de gases invernadero.
En la Turbococina se cuece, sin humo, una comida completa con apenas cinco trocitos de madera de 13 centímetros, que pueden obtenerse de la poda de árboles.
No es un invento nuevo. La Turbococina tiene ya 16 años, y desde entonces el profesor, inventor e ingeniero electricista Núñez la viene perfeccionando. En 2010 logró alcanzar un aprovechamiento térmico de 93 por ciento y una reducción de emisiones de dióxido de carbono de 95 por ciento. Con anterioridad había conseguido abatir a cero las de óxidos de nitrógeno y monóxido de carbono.
El método es la combustión a baja temperatura, que entraña una disminución drástica en el consumo de leña, fundamental para las familias pobres de El Salvador y de muchos otros países en desarrollo.
"Al sustituir las cocinas tradicionales por las turbococinas, lo que hoy gastan de leña en un día… les alcanzará para todo un mes", sostuvo Núñez en una ponencia presentada en 2005 en su país.
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La estructura tiene forma de cilindro de acero inoxidable y contiene un disco de 10 inyectores de aire, un ventilador interno que funciona con electricidad y una placa de acero que regula la entrada o salida del aire.
El invento ha merecido muchos premios. El último fue en noviembre: la Turbococina resultó seleccionada junto a otras nueve innovaciones mundiales en materia de energía por la iniciativa Launch 2011 Energy Innovators, que impulsan la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, por sus siglas en inglés), el Departamento de Estado, la agencia espacial estadounidense (NASA) y la corporación de vestimenta deportiva Nike.
"Que la NASA diga que es la mejor cocina del mundo, tiene un gran valor para mí", dijo Núñez a Tierramérica.
Comparativamente, otras cocinas a leña mejoradas alcanzan una reducción máxima de 45 por ciento de dióxido de carbono, agregó.
De acuerdo con cifras oficiales, casi 400.000 familias cocinan con leña o con fogón abierto, lo que equivale a 25 por ciento de la población de este país de seis millones de habitantes. El humo que se genera en cada uno de esos hogares es el pan de cada día en la zona rural, donde están poco difundidas las cocinas de gas o eléctricas.
El 10 por ciento más pobre de los hogares salvadoreños gasta más en leña (tres por ciento de su presupuesto) que en electricidad, de acuerdo a un informe publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2010.
La proporción de hogares rurales que cocinan con leña supera 55 por ciento, contra nueve por ciento de los urbanos.
"El consumo de leña no solo representa un gasto importante en su presupuesto, sino que además muchos hogares dedican una fracción significativa de su tiempo a su recolección", sostiene el Informe sobre Desarrollo Humano El Salvador 2010.
Además, el humo de la combustión de la leña produce enfermedades respiratorias. Unas 2.000 personas mueren cada año por esta causa, según Núñez, con base en cifras del Ministerio de Salud.
"Lo que queremos combatir es el uso de cocinas tradicionales" en este país que es uno de los más desforestados del continente, agregó el inventor.
De hecho, la combustión a baja temperatura tiene varios usos potenciales, desde hornos y cocinas industriales y domésticos hasta calentadores de agua, máquinas pasterizadoras de agua y leche, generadores de vapor y centrales termoeléctricas.
Con todo, el invento tiene un obstáculo para generalizarse en las zonas rurales pobres. "El principal problema es que requiere de electricidad para que funcione" el ventilador interno que aporta oxígeno para la combustión, dijo a Tierramérica el ambientalista Ricardo Navarro, del Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada, afiliado a la red Amigos de la Tierra Internacional.
De acuerdo con cifras del Ministerio de Economía, solo 65,5 por ciento de la población rural está conectada a la red eléctrica, mientras en las zonas urbanas ese servicio llega a 88,9 por ciento de los habitantes.
El gobierno, cree Navarro, debería impulsar no solo la Turbococina, sino otros métodos alternativos como las cocinas solares.
Y Mauricio Sermeño, coordinador de la Unidad Ecológica Salvadoreña, dijo a Tierramérica que el propio inventor debería hacer un doble esfuerzo para popularizar el producto.
No hay una tienda donde comprar la Turbococina, porque Núñez no pretende hacer negocio con su invento. Él busca un mecanismo idóneo para distribuir los equipos gratuitamente entre las familias y comunidades más pobres del país.
Su meta es entregar 100.000 cocinas en esas condiciones, y está afinando detalles para determinar qué institución y mecanismo le permitirán cumplirla.
El Ministerio de Educación compró un lote de 1.050 artefactos que distribuyó en 800 escuelas como parte de un programa que ofrece una merienda diaria a los estudiantes.
Pero sucesivos gobiernos que en 16 años conocieron la Turbococina no consideraron pertinente ejecutar un programa estatal para su distribución. "No se ve una actitud gubernamental a favor de métodos de energías alternativas", concluyó el ecologista Sermeño.
* El autor es colaborador de IPS. Este artículo es parte de una serie apoyada por la Alianza Clima y Desarrollo (CDKN) y fue publicado originalmente el 7 de enero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.