VÁYASE, MR. CAMERON, VÁYASE.

Es posible que le sorprenda, Mr. Prime Minister, el título de esta nota. Pero quizá su larga experiencia en el gobierno le recuerde que en términos similares su colega en igual cargo, José María Aznar, le conminó al entonces presidente del gobierno español, Felipe González, en un pleno del Congreso de los Diputados, a que abandonara el poder. Para comprender con rigurosidad el sabor de tal orden perentoria quizá deba consultar con su co-gobernante Nick Clegg, con su impecable español, reforzado por la compañía de su esposa vallisoletana. Así completará fielmente el contexto del terminante decreto.

Váyase, Mr. Cameron, váyase. Ya nos ha agotado la paciencia a todos los europeos, por lo menos a los que creemos mínimamente en la integración del continente. Repase los libros de historia de su país y relea los discursos de su predecesor Winston Churchill, especialmente su discurso en Zurich en 1946, reclamando la formación de una Europa federal (aunque no exactamente la que preconizaban Jean Monnet y Robert Schuman).

Reviva el esfuerzo que hizo Edward Heath, un tory conservador como usted, para acelerar el ingreso de su país en la entonces todavía Comunidad Europea. Estos esfuerzos se hicieron para convertir a la guerra en algo “impensable y materialmente imposible”, como reza la “Declaración de Interdependencia” de 1950. Pero, en fin, las reticencias de De Gaulle para permitir el ingreso del Reino Unido en la CE fueron vencidas por la fuerzas de los hechos. Pero ahora se puede ver que el general tenía razón. Ocupe su silla vacía.

Pero parece ser que usted prefiere revisar en las hemerotecas o en youtube los discursos de Margaret Thatcher en los que se refería despectivamente a la “F Word” (Federación). Parece que usted sigue la tradición de pedir el “cheque” británico, la mordida por seguir dentro. Parece que se siente muy satisfecho en aparecer en ruedas de prensa televisivas solamente con la Union Jack a sus espaldas. Parece que le causa horror ver a sus colegas Merkel y Sarkozy arropados en tandem con la enseña de la doce estrellas sobre fondo azul. Hacerlo así no se lo perdonarían sus votantes y le valdría una bronca en el Parlamento.

Todo es consonante. Si sale al exterior de Westminster y pasea bajo la sombra del Big Ben no verá una sola bandera europea en edificio alguno. Sentirá la confortante sensación de que no está en Europa: está sólidamente en Gran Bretaña. Si lee la prensa del día comprobará que las noticias se refieren a “Europa” como algo ajeno. Londres le ofrecerá un aire de ciudad cosmopolita por el elevado grado de inmigración de todo el mundo. Pero no le dará la sensación de estar en Berlín, Paris, Roma o Rotterdam.

Usted y sus predecesores han conseguido la cuadratura del círculo: estar dentro (mal) y fuera (con trampas) de la Unión Europea. Se le debe felicitar por la proeza. Comparta la fórmula mágica, por favor. ¿Cómo ha conseguido aguar el Acuerdo de Schengen, sin más resultado que incordiar a viajeros? ¿Cómo sigue rechazando cartas de derechos fundamentales y compromisos fiscales, y al mismo tiempo insiste en gobernar al mismo nivel que el resto de la Unión? Ahora, la última hazaña: ¿sobre qué base jurídica o básica urbanidad se atreve a repetir sistemáticamente que el Reino Unido nunca estará en el euro, pero exige controlar con su veto el mecanismo regulador de los que han dicho sí a ese paso a la integración europea?

¿Cree usted, Mr. Cameron, que esa arrogancia se le hubiera permitido a España y Portugal cuando trataban de entrar en la UE hace un cuarto de siglo? ¿Cree usted que la decena de nuevos miembros hubieran tenido la misma oportunidad de rechazar esos pasos cruciales si se hubieran expresado así en sus expedientes de ingreso? ¿En medio de la crisis del euro, además de distinguirse por su veto solitario a los avances (mínimos y modestos) logrados por Merkel y Sarkozy, con el beneplácito de los demás, cómo se permite comentar, con una buena dosis de sarcasmo, que se siente muy feliz de no estar en el euro?

Váyase, Mr. Cameron, váyase. Convoque de una vez el referéndum al que tanto teme, pero en el que votaría con un rotundo NO a Europa. Sea consecuente. Deje de hacernos el chantaje. Vaya al mostrador del hotel donde ha residido a regañadientes. Sonría al recepcionista. Pida la cuenta y anuncie que se va, porque le da vergüenza decir a sus amigos que allí vive. Pague y váyase. Pero pague en euros contantes y sonantes, por favor, no en esterlinas. No se le ocurra intentar pagar con una tarjeta de crédito: se le ha agotado hace tiempo. Igual que nuestra paciencia. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Joaquín Roy es catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).

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