BRASIL: Milagro de una economía que avanza con los pies atados

La economía de Brasil creció este año menos de la mitad del 7,5 por ciento logrado en 2010. Pero tales resultados serían un milagro en otro país con las condiciones que frenan las actividades productivas brasileñas y dañan su competitividad.

La tasa básica de interés de 11 por ciento es la más alta del mundo en términos reales, y la carga tributaria asciende a 35 por ciento del producto interno bruto (PIB), muy superior a la del resto de América Latina y más cercana a la de estados europeos, pero sin ofrecer un bienestar social similar.

Además, la enorme burocracia contribuye a trabar negocios, y los costos se elevan también por la precaria infraestructura de transporte y el elevado precio de la energía, contrariando el discurso oficial de valores módicos en el sistema eléctrico en el que predomina la fuente hidráulica.

Para agravar dificultades en la competencia internacional, la moneda nacional, el real, fue la más sobrevaluada frente al dólar estadounidense en los últimos años. En consecuencia, caen las exportaciones de varias ramas industriales y aumentan las importaciones.

Dirigentes empresariales advierten sobre un proceso de "desindustrialización precoz", a causa del desequilibrio cambiario que tiende a acentuarse ahora que Brasil se convierte en exportador de petróleo, al disponer de abundantes reservas en aguas profundas del océano Atlántico.
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Luiz Aubert Neto, presidente de la Asociación Brasileña de la Industria de Máquinas y Equipos (ABIMAQ), señaló que en 2005 era nacional 60 por ciento de la maquinaria vendida en el mercado doméstico, y ahora lo es solo 40 por ciento. Las exportaciones del sector cayeron 27,7 por ciento entre 2008 y 2010, mientras las importaciones subieron 14 por ciento.

Está en curso una "guerra cambiaria", definía hace poco más de un año el ministro de Hacienda, Guido Mántega. Algunos países devalúan sus monedas para ganar competitividad, un asunto que debería tratarse en la Organización Mundial del Comercio, sugirió entonces el funcionario.

Ante las presiones empresariales y la evidencia de que las exportaciones brasileñas se concentran cada día más en productos primarios, agrícolas y mineros, el gobierno viene adoptando medidas proteccionistas, como la exigencia de 65 por ciento de componentes nacionales en vehículos automotores que aspiren a obtener beneficios tributarios.

Pero, pese a todas las desventajas, Brasil es uno de los países que atraen más inversiones extranjeras y acaba de ser reconocido como la sexta mayor economía del mundo por el británico Centre for Economics and Business Research (CEBR), superando a Gran Bretaña.

Celebrado como una de las grandes potencias emergentes agrupadas en BRICS (siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), este país sudamericano no se destaca en verdad por su indicador de PIB, cuyo crecimiento tuvo un promedio de cuatro por ciento anual entre 2003 y 2010, período de la Presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva, concluida el 1 de enero de este año.

Es un índice cercano a la media mundial, y superado por varios países sudamericanos. Pero, por el tamaño del mercado interno que aporta una población de 192 millones de habitantes, y por el nivel de desarrollo económico ya alcanzado, Brasil justifica el interés de inversionistas, economistas e instancias de poder internacional.

En algunas zonas, como el Nordeste y el amazónico estado de Rondônia, es casi una broma hablar de desindustrialización. La realidad allí indica lo contrario: una acelerada industrialización, aunque a la moda antigua, movida por el petróleo y la metalurgia, en lugar de la electrónica o las nuevas tecnologías.

En el empobrecido y árido Nordeste, la instalación de refinerías petroleras, siderúrgicas y astilleros –en estrecha vinculación con puertos diseñados como complejos industriales y logísticos– impulsa un crecimiento económico por encima del promedio nacional.

La infraestructura insuficiente resta competitividad, pero opera también como factor de dinamismo, especialmente en la construcción. Se levantan, amplían o recuperan carreteras, ferrocarriles, puertos y puentes en todas las regiones de Brasil, que se suman a programas de vivienda con facilidades de financiación.

Tantas obras ponen de relieve la falta de mano de obra calificada, y hay consenso en que la deficiente educación constituye una traba adicional al desarrollo y a la competitividad.

Brasil está siempre entre los últimos, especialmente en matemática, de los 65 países contemplados en el Programa Internacional para la Evaluación de Alumnos (PISA, por sus siglas inglesas).

En respuesta a esa necesidad, el gobierno federal y los estaduales multiplican unidades de enseñanza técnica, y las empresas están capacitando por su propia cuenta a trabajadores locales para ejecutar grandes obras.

La central hidroeléctrica Santo Antônio, en el amazónico río Madeira, se construye con más de 80 por ciento de mano de obra local, según el consorcio responsable. La de Belo Monte, apenas iniciada en el norteño río Xingú, también anuncia que dos tercios de sus trabajadores son de la vecindad.

"Ahora sí la enseñanza avanza, porque hay demanda", comentó Fernando Freire, presidente de la fundación Joaquim Nabuco, órgano del Ministerio de Educación con sede en Recife, capital del nordestino estado de Pernambuco que vive el proceso más acelerado de industrialización actual.

Pero los economistas destacan otro talón de Aquiles brasileño, su escasez de innovaciones tecnológicas. Si bien amplió últimamente la producción científica, reflejada en artículos académicos publicados, en cuanto a patentes este país queda muy por debajo de otros de desarrollo similar.

Hay muchos aspectos a destacar cuando se trata de hablar de las inconsistencias de la economía brasileña, especialmente en algunos sectores afectados por la competencia de productos chinos. Pero lo cierto es que Brasil vive una situación de pleno empleo.

La tasa de desempleo bajó a 5,2 por ciento en noviembre, el índice más bajo desde 2002, cuando el ente estadístico adoptó la metodología vigente. Todos los indicadores apuntan a una reducción de las desigualdades y cesaron las migraciones desde regiones pobres, como el Nordeste, a centros más desarrollados, como el sureño São Paulo.

La economía crece pese a los factores que operan como trabas, y los efectos sociales y políticos se sienten fuertemente, aunque la expansión del PIB no sea tan brillante como la de China y de algunos vecinos sudamericanos, como Perú, donde Alan García dejó este año la Presidencia con su popularidad en baja pese al gran crecimiento del producto.

Al contrario, es elevadísima la popularidad de la presidenta Dilma Rousseff y del expresidente Lula. Es como la "jabuticaba", la fruta que solo crece en este país y que los brasileños suelen usar como ejemplo de sus singularidades.

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