La organización Ce-Mujer lleva adelante una revolución silenciosa capacitando mujeres desde hace 13 años en una escuela pública al este del río Ozama, en la capital de República Dominicana.
En tres años de iniciativas piloto, el Programa de Empleo y Capacitación Técnica para Mujeres formó a más de 6.000 personas en trabajos que no suelen considerarse femeninos como fabricación de muebles, tapicería y reparación de pequeños dispositivos, rubros con una importante demanda y en las que hay pocas entendidas.
El gobierno donó el espacio para una oficina y los salones de clase y se hace cargo de los profesores y, Ce-Mujer aporta el personal administrativo además de contactar a las estudiantes.
"Nuestro trabajo se divide probablemente en partes iguales entre enseñarles un oficio y fortalecer su autoestima y su motivación para que puedan descubrir sus deseos y sueños. Creemos que el trabajo no tiene género", dijo a IPS la directora de proyecto, Nelly Charles.
Las clases no se cobran, pero las estudiantes deben pagarse el transporte y la ropa, que puede ser distinta a la que usan en su casa.
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Muchas de ellas son madres y abuelas con niños y niñas a cargo. Ce-Mujer tiene una guardería cerca que, aunque está subsidiada, cobra 25 dólares al mes. Es uno de los pocos centros disponibles en República Dominicana que facilita la participación.
El programa apunta a mujeres pobres. El promedio de edad de las participantes es de 35 años. Los cursos duran dos meses, pero muchas estudian dos años y se especializan en un área. Ce-Mujer las ayuda luego a encontrar trabajo.
"Hay muchas empresas con mujeres muy responsables y muy organizadas, pero también hay otras que ven a una mujer y esperan que limpie baños", señaló Charles. "Nosotras les presentamos mujeres calificadas, que saben hacer el trabajo y se ven obligadas a cambiar la mentalidad", añadió.
Charles se enojó al referirse a la desigual inversión que se hace en la capacitación técnica de mujeres.
"Hay otras escuelas técnicas grandes con 30 personas solo en administración, pero verá que tanto profesores como estudiantes están totalmente separados por sexo. Las mujeres aprenden peluquería, manicura, arreglos florales y repostería. En cambio, los hombres aprenden electricidad, fabricación de muebles, carpintería, mecánica automotriz y electrónica", observó Charles.
"Invierten cinco millones de pesos por un taller mecánico y solo 50.000 en un salón de belleza. Y en esos hay 100 por ciento de mujeres", apuntó.
Sesenta y dos por ciento de los graduados universitarios en República Dominicana son mujeres, según cifras del Centro de Investigación para la Acción Femenina. Pero la situación no siempre se traslada al mercado laboral.
El desempleo femenino, 25 por ciento de la población económicamente activa, es tres veces superior al de los hombres. Además, 40 por ciento de los hogares están encabezados por mujeres solteras.
También hay una brecha de género en la universidad, donde un pequeño porcentaje de mujeres estudia ingeniería y solo 30 por ciento se dedica a tecnologías de la información.
Las que terminan el programa de capacitación en Ce-Mujer tienen perspectivas de ganar dos o tres salarios mínimos. Algunas incluso pudieron ahorrar y comprarse una casa.
Unas 100 mujeres completan la capacitación cada año, pero no todas trabajan.
"Alrededor de 20 o 30 deciden trabajar y lo hacen de forma permanente", observó Charles.
Ce-Mujer también tiene una tienda cerca del instituto donde las estudiantes y las egresadas venden su mercadería a consignación. El lugar está lleno de muebles de caoba bien tapizados, como está de moda aquí, canastos de ropa y cunas.
Loyda Jerez, de 45 años, comenzó su cuarto curso el mes pasado. "Tengo clases cuatro horas al día. Primero hice tapicería, luego acabado de muebles y ahora fabricación de gabinetes. Puedo decir que soy decoradora de interiores", dijo a IPS.
Jerez tiene tres hijos, el menor de 13 y el mayor de 19. Se acercó a la organización solo para ahorrar dinero.
"Cada vez que tenía que arreglar mis muebles me salía muy caro. Ahora veo que lo puedo hacer yo misma y lo disfruto. Es mi último curso. Después tendré que salir a trabajar y ganar dinero", añadió.
Jerez quedó un momento alicaída, pero enseguida recuperó el entusiasmo. "Con una amiga estamos pensando poner un negocio", apuntó.
"Lo que hacemos es subversivo y revolucionario y logramos verdaderos avances. Es una idea original en este país. Le enseñamos a mujeres que a veces dicen que ellas no pueden porque los hombres no pueden cocinar o lavar los platos", indicó Charles.
"Pero les mostramos que si les dan la oportunidad pueden hacer lo que quieran. Tenemos muchas mujeres que ahora fabrican muebles y tapizan y lo disfrutan y lo hacen de forma responsable al igual que los hombres", añadió.