La cantante afrocolombiana Noency Mosquera tenía seis años cuando escapó de su aldea natal Bellavista, en el noroeste del país, mientras se intensificaban los combates entre guerrillas izquierdistas y grupos paramilitares.
Con su familia, se sumó a la multitud de entre tres y cinco millones de desplazados por uno de los conflictos armados más viejos del mundo.
Años después, en mayo de 2002, su aldea tendida sobre el río Atrato sufrió una masacre que se considera crimen de guerra, cuando los paramilitares se asentaron en medio del caserío, y la guerrilla disparó contra ellos cilindros de gas cargados de explosivos.
Uno de esos proyectiles cayó en la iglesia de Bellavista, en la que se refugiaban 300 civiles desarmados. Murieron 119 y 98 fueron heridos o mutilados.
«Todo el pueblo huyó. Muchos se mudaron a aldeas cercanas. Se perdió todo de la noche a la mañana», dijo Mosquera a IPS.
[related_articles]
Pese a los riesgos, ella bregó por la reconstrucción de la aldea y el retorno de los desplazados. En 2007, la Nueva Bellavista, cabecera del municipio de Bojayá, se erigió a un kilómetro de distancia de la antigua aldea, que fue desmantelada.
Mosquera, que residen en Quibdó, capital del departamento del Chocó, es una apreciada cantante de chirimía, estilo musical propio del Pacífico colombiano, y creadora de una agrupación tradicional, Bongo de Bojayá, cuyos temas animan a los desplazados a regresar a sus terruños y preservar su cultura.
Con unos 4,3 millones de personas, los negros constituyen 10 por ciento de la población nacional y están entre las comunidades que más soportan el desplazamiento en este país en guerra civil desde 1964.
Sus asentamientos tradicionales, casi siempre ubicados en regiones remotas como el noroccidental Chocó, ofrecen múltiples escondites para los actores armados que se disputan recursos naturales o rutas del narcotráfico.
Entre 1999 y 2006 se desplazaron casi 70.000 personas en Chocó, de unos 440.000 habitantes, según la no gubernamental Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento. En esas condiciones, los líderes negros temen la pérdida total de sus raíces culturales.
Con su banda Bongo de Bojayá, Mosquera se presentó en el XV Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que se realiza cada año en la occidental ciudad de Cali. Entre el 24 y el 28 de agosto, el encuentro reunió a afrocolombianos de todo el país que vinieron a bailar, cantar y celebrar.
«Vinimos porque queremos decirle al mundo lo que pasa en nuestro pueblo», contó Mosquera, que ha escrito versos sobre el crimen de Bojayá. «También queremos animar a las comunidades a que protejan sus tierras y su cultura».
Por el estadio de fútbol Pascual Guerrero, sede del festival, pasaron más de 60 artistas y grupos que competían en cuatro categorías: versión libre, marimba, chirimía y violín caucano. En forma paralela se desarrolló el Encuentro Iberoamericano de Culturas y Comunidades Afrodescendientes.
El propósito es celebrar la cultura negra, dijo Juana Álvarez, una de las organizadoras e hija del compositor Petronio Álvarez en cuyo honor se bautizó el festival. «A nuestro pueblo se lo privó de ella por mucho tiempo, ahora queremos que la recupere», dijo a IPS.
En las afueras del estadio, Álvarez explicó que hasta 1991, cuando este país adoptó una nueva Constitución, los afrocolombianos no tenían derechos.
El artículo 55 de la carta magna reconoció la propiedad colectiva de los territorios donde se asentaban las poblaciones negras, y en 1993 se sancionó la ley 70, que habilitó la titulación de las tierras, el acceso de representantes al parlamento y derechos en materia de control de recursos naturales, cultura y desarrollo.
Ese movimiento inspiró la idea del festival, dijo Álvarez. Al principio, las autoridades no le prestaron interés, pero cuando empezó a popularizarse decidieron apoyarlo.
«Es algo que enorgullece mucho a los afrocolombianos», dijo Álvarez. «Se ha convertido en un espacio de multiculturalismo al que viene todo el mundo a disfrutar de nuestra cultura como si fuera de ellos».
Según Eliana Hinestroza, una líder comunitaria que vive en Cali, el festival es la esperanza de que la cultura no sea destruida por la guerra. Tres años atrás, ella debió desplazarse con toda su comunidad cuando la guerra se hizo insoportable en su caserío rural del sureño departamento del Cauca.
Para ella, el gobierno no hace lo suficiente a favor de los negros. «Lo intentan, pero deben hacer mucho más. Hay recursos para salud y educación, pero no nos llegan».
Si el país no se pacifica, la cultura negra puede morir en la medida en que más y más desplazados se van a las ciudades. «No estamos acostumbrados a las ciudades», dijo. «Cuando nos mudamos, perdemos mucho de nuestras tradiciones y a menudo vivimos en condiciones peligrosas».
Uno de los grupos ganadores, Son Batá, que interpreta chirimías, procede de la Comuna 13, uno de los barrios más conflictivos de Medellín, capital del norteño departamento de Antioquia.
«Si usted tuviera mi edad y entra en la calle equivocada, lo matan. Es un asunto de territorios», dijo a IPS el cantante principal de Son Batá, Wilmer Bonilla quien, con 21 años, es el mayor del grupo.
Él sostiene que muchos jóvenes han perdido los lazos con sus comunidades de origen, pues crecen lejos de ellas. La violencia también determina que acaben cautivos de una nueva cultura, la de las pandillas urbanas.
«Lo mejor de haber ganado el festival es que damos un mensaje a la juventud», dijo Bonilla. «Esperamos que entienda que hay otras formas de tener éxito y que se interese de nuevo por las tradiciones».
El olvido de los grandes medios de comunicación hacia la música afro también consolidó el desinterés por esa cultura. Según el productor general del festival, Luis Alberto Sevillano, la música negra no se escucha por la radio, ni siquiera en Cali, donde la mayoría de la población es afrodescendiente. El festival quiere cambiar eso, dijo.
«Estamos haciendo que la música afrocolombiana sea popular otra vez», agregó, sentado en la sede de la producción. «Ahora que aparece por radio y televisión, creemos que los grandes medios le van a prestar más atención a esta música vibrante e importante».
Para muchos artistas es la oportunidad de hacerse escuchar.
Jorge Eliécer Llanos, primera voz del grupo Son Del Tuno, dijo a IPS que sin el festival la música de su región, el municipio Patía en el Cauca, jamás se hubiera escuchado fuera de allí. Tuvo que navegar 17 horas para llegar a Cali. Y lo mejor que se llevó de regreso fue el intercambio cultural con otras gentes y géneros cuya existencia ignoraba.
«Vivimos aislados, lejos unos de otros. Así es muy fácil que nuestro estilo musical desparezca, pero el festival lo mantiene vivo», indicó. «Nos han invitado a tocar en Bogotá y otras ciudades, lo que permite mantener el interés en nuestro género particular», el bambuco patiano.
Al admitir la marginación de los afrodescendientes y sus culturas, la Organización de las Naciones Unidas declaró este 2011 el Año Internacional de los Afrodescendientes.
Unos 200 millones de personas que reconocen ancestros africanos viven en América, y hay varios millones más en otras regiones del mundo.
Pero el énfasis del festival fue la recreación. Miles de personas acudieron al estadio adornadas con símbolos africanos, agitando pañuelos, bebiendo litros de la cerveza local y bailando sin descanso.
En ese clima de liviandad, sin embargo, la mayoría de los artistas dejaron un mensaje duro.
«Que todo el mundo sepa que la cultura afrocolombiana está aquí para quedarse y crecer», dijo Mosquera antes de regresar a Quibdó. «No importa qué tan grande sea el conflicto, seguiremos luchando y cantando».