Desde las costas del océano Atlántico hasta el Golfo, mujeres y hombres de muchos países árabes y musulmanes reclaman democracia. ¿Qué ocurrirá con las minorías religiosas allí donde triunfen esas demandas?
Durante mucho tiempo, muchos observadores subestimaron e incluso algunos negaron la gran aspiración de democracia del pueblo árabe.
Pero la extraordinaria agitación actual pone de manifiesto la universalidad de la demanda de respeto a los derechos humanos, así como que adherir al Islam no excluye el deseo de democracia.
Hasta ahora, y pese a algunos temores, las revoluciones árabes no han conducido ni a la xenofobia ni a manifestaciones antioccidentales, así como tampoco han significado un avance significativo para los islamistas.
La Revolución de los Jazmines en Túnez y las protestas masivas en la Plaza Tahrir de El Cairo y en el resto de Egipto compartieron los reclamos de poner fin a los regímenes dictatoriales. Los levantamientos también plantearon el desafío implícito del islamismo político.
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Pero al luchar contra palos y balas, los manifestantes no citaron la Shariá (ley islámica) ni el deseo de un Estado teocrático basado en un Islam fundamentalista. Reclamaron y obtuvieron, en cambio, promesas de un sistema multipartidario, libertad de prensa y perspectivas de genuinas elecciones democráticas y pluralistas.
En estas manifestaciones no se quemó ninguna bandera estadounidense o israelí ni se pronunció ningún eslógan antioccidental o antijudío.
En Libia y Siria, como en Irán, los regímenes gobernantes han intentado deslegitimar las protestas denunciando lo que calificaron como "la mano extranjera" y culpando a los vientos populares que arrasarían un imaginado "Gran Satán israelí-estadounidense".
Este reclamo populista prácticamente no fue creíble, y los manifestantes han mostrado que están determinados a rechazar el "antiimperialismo" como motivo para preservar la dictadura. Ésta es una señal muy alentadora, aunque no hay ninguna garantía en cuanto a qué dirección tomarán estos levantamientos. Y algunos acontecimientos recientes exigen vigilancia.
A fines de 2010, Egipto fue el escenario de un sangriento ataque contra una iglesia copta en Alejandría. Entonces nadie podía haber imaginado que, pocas semanas después, multitudes de musulmanes, cristianos y agnósticos se reunirían en la misma ciudad para ayudar a sacar del poder a Hosni Mubarak (1981-2011).
Incumbe ahora a todos los egipcios movilizar ese mismo espíritu cívico para asegurar que los ataques sectarios sean rechazados igual que la dictadura.
Y en Túnez, poco después de la caída del presidente Zine El Abeddine Ben Ali, el sacerdote católico Marek Rybinski, nacido en Polonia, fue asesinado en una escuela salesiana del suburbio de Manouba.
Mientras, decenas de manifestantes islamistas se congregaban fuera de la Gran Sinagoga de Túnez, y una capilla era incendiada cerca de la sudoriental ciudad de Gabes.
En una alentadora respuesta a estos hechos, cientos de tunecinos manifestaron por un "Túnez secular", blandiendo pancartas que rezaban: "Todos somos judíos, cristianos y musulmanes".
La mejor forma como se juzga una sociedad es siempre por cómo trata al "otro". Esto también se aplica a las sociedades occidentales, aún cuando las minorías sean tan pequeñas que resulten prácticamente invisibles.
"¿Acaso soy el cuidador de mi hermano?", preguntó Caín. Debemos rechazar la interpretación restrictiva, egocéntrica y etnocéntrica de esta pregunta. Somos los cuidadores de nuestro propio hermano, pero no solamente de él.
Uno no necesita ser cristiano para defender a los coptos de Egipto, a los asirios y caldeos de Iraq y a los maronitas de Líbano. Uno no necesita ser musulmán para defender a los chiitas de la península arábiga, a los sunitas de Irán, a los musulmanes de India y a los alevitas de Turquía. Uno no necesita ser judío para salir en defensa de los judíos de Siria o de Irán.
Pero la defensa de las minorías es, por sobre todo, responsabilidad de las mayorías entre las cuales viven, ninguna de las cuales puede gozar de una autoestima verdadera si desprecia o maltrata al "otro".
Los nuevos regímenes serán juzgados por cómo tratan a sus minorías étnicas y religiosas, entre ellas los cristianos egipcios, sirios, jordanos y libaneses, los kurdos sirios, y los chiitas del Golfo.
La muy citada pero falaz teoría según la cual solamente los regímenes autoritarios pueden garantizar la seguridad de sus minorías, o incluso su supervivencia, aguarda una enérgica negación que debe ser demostrada con palabras y con hechos.
Será según el espacio en que se permita a varias minorías vivir y florecer en sus sociedades que juzgaremos la verdadera naturaleza de la Primavera Árabe.
* René Guitton es un escritor y editor francés.
Este artículo es parte de la serie "Religión, política y espacio público", que se realiza en colaboración con la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas y su proyecto de Expertos Mundiales (http://www.theglobalexperts.org/).
Los puntos de vista expresados en estos artículos son de los autores y no necesariamente reflejan los de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas o de las instituciones a las que están afiliados los autores.