Ante al avance de las fuerzas del gobierno de Libia hacia la ciudad de Bengasi, bastión de los rebeldes, se acaba el tiempo para una intervención militar de Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El conflicto de Libia concentró la atención del encuentro de cancilleres del Grupo de los Ocho (G-8) países más ricos, en París, y fue el tema de discusión del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), reunido el lunes a puertas cerradas para tratar un pedido de la Liga Árabe para imponer una zona de exclusión aérea en algunas áreas.
La secretaria de Estado (canciller) de Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton se reunió el lunes en la capital francesa con representantes de los rebeldes libios, quienes, al parecer, pidieron que Washington los reconociera como gobierno interino y solicitaron asistencia inmediata creando la zona de exclusión aérea en el este del país.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, reiteró que el líder libio Muammar Gadafi "debe irse", pero no ofreció ninguna pista sobre las medidas que tomará Washington para proteger a los rebeldes y frenar el avance de las fuerzas gubernamentales.
"Es muy importante para nosotros evaluar varias opciones y presionar más a Gadafi", declaró en una breve conferencia de prensa en la Casa Blanca con motivo de la visita del primer ministro de Dinamarca, Lars Lokke Rasmussen.
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"Seguiremos coordinando con la OTAN, la ONU y otros foros internacionales las opciones que nos permitan alcanzar un mejor resultado para el pueblo libio", apuntó.
Intervenir, sí o no
Las fuerzas a Trípoli, con tanques, infantería y helicópteros, recuperaron la ciudad de Zawiyah, cerca de la capital libia, y se asentaron en Misurata, la única del oeste en manos rebeldes la semana pasada. También recapturaron Ras Lanuf, donde se ubica una importante refinería de petróleo, y la mayor parte de Brega, 110 kilómetros al este.
Residentes de Ajdabiya dijeron el lunes que la ciudad, 160 kilómetros al sur de Bengasi, fue atacada por aire y con artillería.
"El debate pronto será estéril porque las fuerzas de Gadafi parecen recuperar terreno a un ritmo que impedirá que la comunidad internacional revierta la situación", indicó Charles Kupchan, especialista de la organización Council on Foreign Relations (consejo sobre relaciones exteriores).
La discusión sobre una posible intervención internacional surgió apenas quedó claro que Gadafi, a diferencia de los presidentes de Túnez, Zine el Abidine Ben Ali, y Egipto, Hosni Mubarak, daría una respuesta militar a los rebeldes que reclaman su partida.
Al igual que en los años 90, cuando se discutió si intervenir en la región de los Balcanes, esta vez el debate también enfrentó a neoconservadores y liberales, por un lado, contra "realistas", por otro.
En el grupo de intervencionistas está el ex presidente Bill Clinton (1993-2001), quien respaldó la zona de exclusión aérea, el secretario de Defensa del ex presidente George W. Bush (2001-2009), Paul Wolfowitz, y la directora de planificación política de la cancillería, Anne-Marie Slaughter.
En una cumbre realizada el viernes de la semana pasada en Bruselas, Slaughter criticó al gobierno de Obama y a la Unión Europea (UE) por no ponerse de acuerdo sobre acciones militares, pese a reclamar la partida del líder libio.
Si el Consejo de Seguridad no autoriza una zona de exclusión aérea, Washington tendrá que reconocer el régimen de Bengasi como gobierno legítimo, como hicieron Francia y Portugal la semana pasada, y trabajar con la Liga Árabe para darle toda la ayuda que necesite.
Pero los realistas, entre los que se encuentra el general retirado Wesley Clark, quien comandó la campaña de la OTAN en Kosovo en 1999, consideran que una zona de exclusión o hasta el suministro de asistencia militar directa puede ser un "terreno resbaloso" que empuje a Washington a una intervención que no puede asumir por sus responsabilidades en Afganistán e Iraq.
"Una zona de exclusión aérea puede parecer sencillo, pero dado que Gadafi sigue avanzando, pronto será necesario recurrir a la aviación y a efectivos de tierra, una exigencia mayor para un fuerza con demasiados frentes", escribió Clark el domingo en The Washington Post.
"Si nos tomamos en serio lo de dar a los rebeldes la posibilidad de derrotar y destituir a Gadafi, se necesitará mucho más que acabar con la aviación libia e implementar medidas a medias, que pueden terminar haciendo más mal que bien", coincidió Kupchan.
"Creo que la cautela impera en ambos lados del océano Atlántico y que las voces favorables a una intervención son significantes, pero pierden el debate", señaló.
La aprobación de la Liga Árabe es significativa, pero no inclinará la balanza hacia Washington o la UE a menos que los países miembro estén dispuestos a ofrecer más apoyo diplomático y político, además de acciones militares.
El argumento más contundente de los intervencionistas, o por lo menos el de mayor resonancia en el ámbito local, es que el triunfo de Gadafi puede disminuir, o hasta revertir, el crecimiento de movimientos democráticos que en los últimos dos meses se propagaron por el mundo árabe.
"Si sobrevive, el virus de la autocracia puede regresar a la región", señaló el columnista Jackson Diehl, de The Washington Post. Sería "un retroceso definitivo para los movimientos democráticos", coincidió Kupchan.
Obama ha mostrado cierta ambivalencia respecto de los movimientos rebeldes árabes, en especial en Bahrein y Yemen, cuyos líderes, respaldados por Estados Unidos, rechazan desde hace varias semanas los reclamos populares de realizar reformas radicales.
"Frente a los consejos contradictorios sobre los pasos a dar, la moneda lanzada del lado de la inacción para la Casa Blanca, puede significar que no hacer nada sea la forma de socavar la fuerza de los reformistas y de la oposición", señaló Wayne White, ex analista de Medio Oriente del Departamento de Estado.
"Estados Unidos, después de todo, es una potencia del estatus quo", añadió.