La catástrofe nuclear en Japón reabrió en América Latina el debate sobre la conveniencia de avanzar en planes de expansión de centrales de este tipo. Por ese camino seguirán Argentina y Brasil, que hicieron las apuestas más fuertes, pero otros países que sólo tenían proyectos por ahora los congelaron.
En la región hay cinco centrales nucleares en operación. Dos de ellas están en Argentina, que aportan más de siete por ciento de la electricidad que consume este país, otras dos en Brasil, que suman 2,5 por ciento a la matriz energética nacional, y la restante en México, con dos reactores que satisfacen 2,3 por ciento de la demanda.
Argentina y Brasil construyen una tercera central cada uno y sus autoridades se manifestaron decididas a mantener esos planes pese a las debilidades mostradas por las centrales de Fukushima, severamente dañadas por el tsunami desencadenado por el terremoto que azotó las áreas nororientales de Japón el 11 de este mes.
La crisis nuclear en el complejo de Fukushima aún está en desarrollo y no permite conocer todavía el alcance de los daños que provocarán a la salud humana y al ambiente los escapes de radiación.
En Argentina opera Atucha I, ubicada en la oriental provincia de Buenos Aires a 100 kilómetros de la capital del país, que funciona desde 1974 con una potencia de 370 megavatios. Está también Embalse, en la central provincia de Córdoba, en funciones desde 1984 y que genera más de 600 megavatios.
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El programa nuclear argentino, congelado a mediados de los años 90, fue retomado en 2004 por el gobierno de Néstor Kirchner, el esposo de la actual mandataria Cristina Fernández fallecido el año pasado.
En ese marco, se prevé para este año la terminación de las obras de Atucha II, situada junto a la I y con el doble de potencia. También se está en proceso de prolongar la vida útil de los dos reactores más antiguos, con millonarias inversiones para aumentar su seguridad.
"Yo no encuentro razones técnicas para que Argentina postergue sus proyectos nucleares por lo ocurrido en Japón", dijo a IPS el ingeniero Jorge Barón, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo. "Sí creo que hay enseñanzas para mejorar nuestros planes de gestión de emergencias", advirtió.
"Nuestras centrales tienen altos estándares en seguridad, con inspectores de la Autoridad Regulatoria Nuclear residentes en los propios complejos y planes de emergencia ensayados para que un accidente no tenga impacto relevante en la población cercana", detalló. "Pero esto no significa que los accidentes no puedan ocurrir", aclaró.
Argentina participa en la Convención de Seguridad Nuclear, un convenio mediante el cual los países con este tipo de centrales informan de eventos y se supervisan mutuamente. "La última vez, este país revisó la seguridad nuclear de Alemania y luego se actuó a la inversa. Es un excelente método para detectar debilidades", explicó.
"Insisto, no estamos exentos de accidentes, pero se trabaja para mantener un riesgo muy bajo y para estar preparados ante la eventualidad de un accidente", apuntó Barón.
"El proyecto de extensión de la vida útil de Embalse va a incrementar sus niveles de seguridad y va a colocar a la central en la cresta de la ola", dijo el experto, utilizando una metáfora poco apropiada por estos días.
Por su parte, el ingeniero Rodolfo Touzet, de la Comisión Nacional de Energía Atómica, aseguró a IPS que las centrales argentinas tienen un sistema de contención "mucho mejor" que las de Japón, de doble envoltura acero y cemento pese a que no están sometidas a riesgo de catástrofes naturales como las del país asiático.
En tanto en Brasil, las centrales están en Angra dos Reis, 170 kilómetros al sur de Río de Janeiro.
Angra I, inaugurada en 1985, ya prolongó su vida útil y tiene una potencia de 657 megavatios, mientras que Angra II opera desde 2001 y produce 1.350 megavatios. En 2010 se retomó la construcción de Angra III, que producirá otros 1.350 megavatios para 2015.
"Hasta ahora ningún país declaró explícitamente que va a interrumpir su programa de generación termonuclear por lo ocurrido en Japón, lo que sí se dijo es que serán verificados los sistemas de seguridad de las usinas en funcionamiento", indicó a IPS Francisco Rondinelli, de la Asociación Brasileña de Energía Nuclear.
Por su parte, Carlos Figueiredo, ingeniero de la empresa estatal Nuclebras Equipos Pesados, que fabrica equipos para centrales, destacó que la estructura atómica brasileña es muy distinta de la de Fukushima.
"La seguridad nuestra es total porque depende de mecanismos naturales. El agua para enfriar los reactores está en un depósito elevado y caerá por la fuerza de gravedad, sin exigir energía", distinguió.
Además, explicó, los reactores son de agua presurizada, más segura que los de agua hirviendo que se usaban en el complejo japonés.
Tanto en Argentina como en Brasil, los reactores son operados por empresas estatales y los organismos de regulación, si bien forman parte del sistema público, están integrados por expertos independientes, aseguraron las fuentes expertas consultadas.
A diferencia de los dos grandes países sudamericanos, México, que en los últimos años había coqueteado con el aumento de su parque atómico, está ahora menos decidido. El director de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardas, Juan Eibenschutz, declaró este mes que no hay ningún plan de expansión en su país.
"México debe abandonar la energía nuclear lo antes posible porque es sucia, costosa e ineficiente, además de depender de tecnología extranjera", señaló a IPS Eduardo Rincón, experto en energía de la estatal Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
El complejo Laguna Verde, operado por la estatal Comisión Federal de Electricidad y situado en el sudoriental estado de Veracruz, arrancó su primer reactor en 1989 y sumó otro en 1995. Entre los dos suman casi 1.400 megavatios.
El plan estratégico de la Comisión contemplaba construir entre dos y 10 reactores más para 2028, aunque no se dieron pasos en esa dirección aún. Laguna Verde emplea una tecnología similar a la de Fukushima, ya que produce con agua en ebullición.
En los tres países hubo eventos que obligaron a ajustar medidas de seguridad, y también accidentes con material radiactivo pero no de gran magnitud.
A raíz del crecimiento económico de América Latina, países que nunca habían incursionado en este terreno comenzaron a analizar la alternativa en los últimos años. Venezuela fue uno de ellos, pero el accidente en Japón llevó a que el presidente Hugo Chávez se comprometiera a congelar los planes que estaban en un nivel preliminar.
También Chile, que se mostraba más decidido a avanzar en ese camino, resolvió ahora postergarlo. "Durante nuestro gobierno no se va a construir ni se va a planificar ninguna planta de energía nuclear", aseguró el presidente Sebastián Piñera esta semana tras la visita de su par de Estados Unidos, Barack Obama.
Si bien esos dos países firmaron un convenio de cooperación científica nuclear, la idea es estar preparado y en conocimiento de esa alternativa, nada más, justificó Piñera. Es que hace justo un año Chile sufrió un sismo de magnitud casi igual al de Japón seguido de un maremoto que dejó unas 600 personas muertas.
El físico nuclear Roberto Morales, de la Universidad de Chile, dijo a IPS que su país "todavía no está preparado para tener una planta nuclear", aunque no descartó la opción.
"Los dispositivos de seguridad de los reactores pueden funcionar en cualquier parte del mundo", dijo, pero para ello hace falta un núcleo mayor de recursos humanos, añadió.
* Con aportes de Mario Osava (Río de Janeiro), Pamela Sepúlveda (Santiago) y Emilio Godoy (México)