Los levantamientos populares contra regímenes autoritarios en el norte de África y Medio Oriente podrían inspirar movimientos similares en Asia central. De hecho, activistas opinan que es sólo cuestión de tiempo.
"Hay paralelos entre Egipto y Asia central. En algunos países de la región están creciendo las condiciones para las protestas. En otros, puede haber una revolución mañana o se puede producir dentro de cinco años, pero de cualquier forma el cambio de régimen es inevitable, es sólo cuestión de cuándo", dijo a IPS el analista Alisher Ilkhamov, quien trabaja en temas uzbecos para la Open Society Foundation en Londres.
En la región de Asia central, rica en recursos y de creciente importancia estratégica, prosperan algunas de las peores dictaduras del mundo.
El régimen de Uzbekistán es considerado uno de las más brutales del planeta, donde son habituales la tortura, la corrupción y la persecución política y religiosa.
Los regímenes de Turkmenistán, Tajikistán y Kazajistán serían un tanto menos crueles, pero siguen controlando todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos.
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Según analistas, son muy claras las similitudes entre estas dictaduras en Asia central y los regímenes del norte de África y Medio Oriente, en jaque desde hace dos semanas por movimientos populares que derrocaron a los presidentes de Egipto y Túnez.
Pero señalan que, por varias razones, incluyendo el temor arraigado en la población tras décadas de represión brutal a manos de las fuerzas de seguridad del Estado, no se producirían levantamientos populares en el corto plazo.
En Egipto jugaron un importante papel las redes sociales de Internet, a través de las cuales se movilizaron los manifestantes y se contrarrestó la propaganda gubernamental. También fue fundamental el rol de los grupos y líderes musulmanes, así como de los potenciales movimientos de oposición.
A su vez, el ejército, en el que confían muchos egipcios, tuvo un desempeño clave en la resolución de la crisis.
Sin embargo, en las dictaduras de Asia central se ha erradicado desde hace décadas la oposición, los grupos de la sociedad civil tienen poca o ninguna influencia y la población no confía en las fuerzas de seguridad locales, sobre todo en Uzbekistán, donde en 2005 uniformados masacraron a cientos de manifestantes en la ciudad de Andizhan.
Los grupos religiosos, particularmente los islámicos, son reprimidos y considerados extremistas y terroristas, y por lo tanto no tienen influencia en la sociedad como la Hermandad Musulmana en Egipto. El control estatal sobre los medios y sobre el acceso a Internet es prácticamente completo.
"Uzbekistán existe en un vacío virtual. Twitter, Facebook y otras redes sociales no están tan propagadas ni son tan populares. Las conexiones a Internet no son buenas, y no hay presencia de medios de prensa extranjeros", dijo a IPS el fotógrafo Sherzod Azimov desde la capital uzbeca, Tashkent.
"La prensa local está bajo control del gobierno, y no hay oposición política dentro, legal o ilegal. Tampoco existe una oposición unida y organizada fuera, no hay patrocinadores que puedan apoyar un levantamiento, ni personas con visiones disidentes en el ejército, en la policía o en los medios que estén esperando el momento justo para iniciar las protestas", señaló.
"Y la masacre de 2005 no puede ser olvidada. La gente tiene miedo", añadió.
Además, si bien Occidente dio finalmente su respaldo a los cambios de régimen en Egipto y Túnez, y apoya ahora a los manifestantes en Libia, podría mostrase renuente a hacer lo mismo en Asia central, creen algunos analistas.
"Estados Unidos tiene mucho más grandes intereses políticos y económicos en países de Asia central, y usaría su influencia para evitar cualquier rebelión o levantamiento que los ponga en riesgo", dijo a IPS Justinus Pimpe, analista en el Centro de Estudios de Europa Oriental en Vilnius.
"Asia central es crucial para la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo y para sus operaciones Afganistán, mientras que también es importante para mantener y asegurar el crecimiento de las exportaciones de hidrocarburos tanto a Occidente como a Oriente", agregó.
Las razones que motivaron los levantamientos en el norte de África el desempleo, las dificultades económicas y los aumentos de preciosestán también, al menos en el papel, relativamente ausentes en África central.
El mes pasado, la Economist Intelligence Unit reconoció a Uzbekistán como una de las economías de más rápido crecimiento en el mundo. Por su parte, Turkmenistán cuenta con las cuartas reservas más grandes de gas natural del planeta, en tanto de Kazajstán posee más de tres por ciento de las reservas recuperables de petróleo mundiales.
No obstante, existen y son cada vez mayores las posibilidades de levantamientos ante el agravamiento de las condiciones de vida de la población.
El Banco Mundial alertó la semana pasada que un aumento en los precios de los alimentos, que arrastró a la pobreza a decenas de millones de personas en el Sur en desarrollo, podría causar inestabilidad en Asia central.
La pobreza se ha propagado y muchas personas gastan más de 50 por ciento de sus ingresos en alimentos.
El organismo también alertó que las remesas, que constituyen una gran parte de los ingresos de millones de familias en la región, se han visto afectadas.
Kirguistán es el único estado de Asia central que ha sido escenario de revoluciones —dos en los últimos seis años—, y las protestas son comunes, además de las tensiones étnicas.
Medios locales alertaron posibles levantamientos en ese país debido al aumento de los precios de los alimentos y la creciente inflación.
Los dictadores de Asia central observan con preocupación la inestabilidad en el norte de África y Medio Oriente, y podrían incrementar la represión contra sus pueblos, algo que sólo empeoraría la situación en el largo plazo, coinciden expertos.
"Los regímenes autoritarios de Asia central se convertirán en una mezcla de represión, creciente vigilancia estatal ( ) y cambios cosméticos para mitigar sus situaciones. Pero es sabido que la represión sólo hace que los problemas queden adentro", dijo a IPS Sukhrobjon Ismoilov, director del Grupo de Trabajo de Expertos, centro de estudios uzbeco sobre derechos humanos y política.