EL DECLIVE DEL OCCIDENTE

El último G20 ha demostrado que estamos lejos de una gobernabilidad global. Es evidente que los intereses nacionales, aunque interdependientes, tienen prioridades diferentes y que ya pasó la era en que Occidente podía imponer su voluntad a los países emergentes.

Más bien habría que reflexionar sobre una paradoja: la globalización puede reducir el peso de Occidente más de lo previsto.

Los gobiernos tienen un cierto control sobre la economía real. En cambio las finanzas, tanto a nivel local como global, nadie las controla. El símbolo de esta situación bien puede ser el presidente estadounidense Barack Obama.

Obama lo pasó mal en Seúl. No logró un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur, porque no puede hacer ninguna concesión sabiendo que el nuevo Congreso no aceptará nada que no represente un triunfo para Estados Unidos.

El G20 ignoró su pedido para un acuerdo sobre un equilibrio entre exportaciones e importaciones a nivel global. Más aun, ha tenido que escuchar un coro de críticas a la decisión del Banco de Reserva Federal de una expansión monetaria de 600.000 millones de dólares.

Esta revuelta no tiene precedentes. El mundo estaba acostumbrado a que EEUU, cada vez que tenía una crisis, la solucionaba imprimiendo moneda. Como resultado, hoy hay 22 dólares en el mundo por cada dólar en Estados Unidos. No obstante, acabado el equilibrio de la guerra fría y la “amenaza roja”, el líder del mundo ha quedado desamparado. EEUU no puede pensar en solucionar sus serios problemas económicos exportándolos.

Hoy los electores quieren bajos impuestos, uno de los motivos de esta gran aglutinación heterogénea que es el Tea Party, que ha juntado ciudadanos blancos de todo EEUU, ansiosos por mantener el American Dream.

Lo que no está en el debate, es que Washington -así como algunos países de la Unión Europea- no puede seguir viviendo más allá de sus recursos.

Como resultado, la deuda federal, que era de 41% hace dos años, según la Oficina del Presupuesto del Congreso llegará a 90% del PNB en 2020. Solo los intereses de la deuda sumarán 900.000 millones de dólares por año.

Los países occidentales están viviendo por encima de sus recursos, sin que a nadie le preocupe. La novedad es que desde Ronald Reagan y pasando por Bill Clinton, se han ido desmantelando las reglas impuestas por Franklin Delano Roosevelt tras el crack de Wall Street en 1929. En consecuencia, el mundo está siendo atravesado por un enorme flujo de capitales especulativos, que no tienen ningún control real.

Basta señalar que el total de las transacciones bursátiles es diez veces superior al volumen de toda la producción de la economía real de bienes y servicios, cuyo objetivo es producir y vender. Las finanzas, en cambio, tienen por objetivo ganar lo máximo posible en el menor tiempo posible.

El mundo financiero está convencido de que el euro es frágil, porque Europa esta paralizada en su gobernabilidad y por su falta de una visión común. Grecia, que ha presentado presupuestos falsos durante varios años, para gozar de los subsidios europeos, ha sido el primer blanco de la especulación. Una gigantesca maniobra europea la ha salvado de la quiebra. Pero la búsqueda de la especulación sigue, y va a tener bajo control todos los países, en particular España, Portugal e Irlanda.

El lema de fondo es cortar al déficit fiscal. Nadie se preocupa del déficit social, que está llevando EEUU a situaciones centroamericanas. En uno por ciento de los norteamericanos más ricos se concentra casi 24% del ingreso nacional, contra 9% en 1976. En 1980, un administrador de una gran empresa ganaba 43 veces más que un empleado medio. En 2001, esta diferencia se multiplicaba por 531 y ahora estamos en cerca de 800 veces.

¿Por qué una parte importante de las victimas del déficit social defiende los privilegios de este uno por ciento? Por la misma razón por la cual quieren eliminar la reforma de la salud. El Estado no debe inmiscuirse en la vida de los ciudadanos, en un país construido con el trabajo individual y no con la ayuda estatal. EEUU no es Europa, que es “socialista”. El capitalismo puro le devolverá la gloria del siglo pasado.

En esta fuga de la realidad, las voces de la razón son vanas. Thomas Friedman, desde The New York Times, pedía que se entendiera que si EEUU no vuelve al esfuerzo de educación y de investigación que le era propio, no podrá mantener su puesto en el mundo.

En Europa, la fuga de la realidad ha tomado el camino de la xenofobia y de la caza al inmigrante. Según la ONU, Europa necesita por lo menos 20 millones de inmigrantes para mantener competitividad internacional y poder financiar las jubilaciones de sus propios ciudadanos.

Sin embargo, los partidos xenófobos han condicionado la política en algunas naciones nórdicas, símbolos de la tolerancia y del civismo, y están en el gobierno en países tan variados como Italia y Holanda.

Jean-Claude Juncker, primer ministro y ministro de Finanzas de Luxemburgo, dijo algo muy revelador: “Sabemos todo lo que tenemos que hacer, pero si lo hacemos perdemos las próximas elecciones”.

Lo que habría que hacer es eliminar la especulación, para que los países logren gradualmente llevar los ciudadanos a una economía más justa, que reduzca los consumos y modifique el estilo de vida. Sobre esto, no se ha levantado ni una sola voz.

Indira Ghandi decía que un optimista es un pesimista sin todos los datos. Con estos datos, es tiempo que se empiece a discutir como reducir el déficit social, abriendo un debate sobre una sociedad mas justa, con consumos equilibrados, en lugar de cabalgar las angustias de los ciudadanos, diciéndoles la verdad: no podemos seguir como antes.

Occidente ya no puede pagar sus déficits gracias a la explotación de las otras regiones del mundo. Esto ha funcionado por cinco siglos. Pero ahora, ya no funciona más. (FIN/COPYRIGHT IPS)

2(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).

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