La discusión sobre la legitimidad del Grupo de los 20 (G-20) para tomar decisiones globales se renueva cuando falta una semana para que este ámbito informal inicie una nueva reunión cumbre en Seúl.
A la cita, que tendrá lugar los días 11 y 12 de este mes, acudirán países que producen colectivamente alrededor de 85 por ciento de la riqueza mundial.
El G-20 se formó a partir del Grupo de los Ocho (G-8: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia) e incluye a Australia, Corea del Sur, México, Turquía y siete países en desarrollo: Argentina, Arabia Saudita, Brasil, China, India, Indonesia y Sudáfrica, además de la Unión Europea.
En respuesta a una creciente controversia sobre la legitimidad y competencia del bloque, The Century Foundation, con sede en Nueva York, organizó a fines de octubre un debate en el que participaron cuatro expertos en economía y política internacionales.
Entre los varios temas políticos figuró la dinámica relación entre el G-20 y la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
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Desde que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, proclamó al G-20 como el "punto focal para la coordinación internacional", relegando el mandato de la ONU sobre los derechos humanos, la igualdad de género, la buena gobernanza y el mantenimiento de la paz, muchos actores han expresado su preocupación por la influencia del bloque.
"Existe peligro de que el G-20 sea percibido como un sustituto de la ONU", dijo Shashi Tharoor, ex subsecretario general del foro mundial y ministro indio de Relaciones Exteriores.
"Pero eso no será aceptable", ya que son "foros muy distintos y estamos muy fuertemente comprometidos con la ONU", planteó.
Stewart Patrick, del Council on Foreign Relations, sostuvo en un documento político que "el G-20 es una organización más ágil" que la ONU, por no estar recargada de burocracia.
Sin embargo, a comienzos de este año el canciller noruego Jonas Gahr Støre acusó al G-20 de ser un bloque arbitrario, sin un mandato claro, y lo describió como "la mayor adversidad para la comunidad internacional desde la Segunda Guerra Mundial".
Støre estaba indignado por la falta de representación de los estados nórdicos, que colectivamente constituyen la octava mayor economía mundial.
"Los noruegos somos los principales contribuyentes con los programas de desarrollo internacional de la ONU", observó.
"Nuestro futuro fondo es el segundo más grande del mundo. Así que nuestras experiencias pueden ser valiosas en los debates sobre una reforma de las finanzas mundiales", opinó.
Støre no es el primero, y sin dudas no será el último, en manifestar una oposición tan rotunda al G-20. Varios académicos y financistas internacionales de países excluidos se han mostrado dubitativos, si no abiertamente hostiles, ante su escasa representación en el bloque.
Según el profesor de economía Jayati Ghosh, de la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi, "el G-20 ha eclipsado completamente a la ONU y la ha vuelto marginal en términos de geopolítica y de relaciones económicas internacionales".
Pese a que hay algunos escaños destinados a los países pobres, "está bastante claro quién tiene la última palabra", dijo Ghosh a IPS.
Pese a que el G-20 ha reiterado que está logrando triunfos en superar la brecha Norte-Sur, las cifras de países como India y China exponen evidencias en contrario.
Ghosh arremetió contra India en este sentido, insistiendo en que necesita "mirar más allá de los estrechos intereses de sus propias elites y reconocer cuánto ( ) tiene en común con la mayor parte del mundo en desarrollo".
El único punto de convergencia entre críticos y promotores del G-20 parece radicar en la crisis financiera de 2009, cuando se tomaron medidas inmediatas en pro de la estabilidad mundial.
Pero en este punto, de nuevo, las cifras del rescate financiero dicen algo diferente.
Según un informe difundido en 2009 por Oxfam, la suma comprometida para ese rescate fue de 8,4 billones de dólares. Cifras del Banco Mundial durante el mismo periodo mostraron que para sacar de la pobreza a 1.500 millones de personas que viven con menos de un dólar diario se requerían 173.000 millones de dólares.
Por lo tanto, los recursos que se gastaron en el rescate fueron suficientes para poner fin a la pobreza mundial durante medio siglo.
Tal vez el reflejo más preciso de la posición que ocupa el G-20 en la comunidad internacional son las protestas que tienen lugar dos veces al año en la ciudad donde se lleva a cabo la cumbre.
En ocasión de la última reunión del bloque, realizada en junio en Toronto, decenas de miles de manifestantes salieron a las calles enfurecidos por considerar que se había derrochado 1.200 millones de dólares de fondos fiscales en la organización de la cumbre.
La cumbre de Seúl tendrá lugar en un momento de inmensa agitación económica mundial, y los críticos sostienen que es vital que el G-20 se adapte al nuevo clima financiero.