En el Caribe sur, junto a las costas de Venezuela, la pesca disminuye, las aguas se calientan en la superficie, los ríos descargan toneladas de desechos y el mar lame las heridas dejadas por las faenas de arrastre y otras técnicas invasivas.
"Ya la pesca ha disminuido demasiado, los ríos que caen aquí contaminan, las aguas se calientan, el pescado coge otros rumbos y entonces lo que antes conseguíamos a 15 millas de la costa y a seis metros de profundidad ahora lo buscamos a 50 o 60 millas y a más de 20 metros, pero con botes que no son adecuados", dijo a Tierramérica el pescador Daniel Córdoba, de la zona de Carenero, unos 80 kilómetros al este de Caracas.
Venezuela, de 28 millones de habitantes, tiene una producción pesquera de 400.000 toneladas anuales, según el Instituto Socialista de la Pesca y Acuicultura, y en sus costas faenan unos 30.000 pescadores, la mayoría a bordo de pequeños botes artesanales.
"Hace unos años, en esta franja de costa (centro-este), en cualquier jornada usted veía unas decenas de botes faenando. Yo, que salgo todos los días a pescar, creo que ahora en ocasiones puede haber hasta mil", dijo a Tierramérica Cedrick McGregor, un veterano pescador de origen jamaiquino.
Luis Acuña, especializado en el uso de arpón, concuerda con Córdoba y McGregor en que "lo que antes conseguíamos en uno o dos días de faena ahora lo hacemos en cuatro o en cinco".
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La sobrepesca, sobreexplotación de los recursos marinos, ha ocasionado, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que 30 por ciento de las poblaciones de peces, moluscos y crustáceos estén sobreexplotadas o agotadas en todo el mundo.
Cincuenta por ciento de las poblaciones están ya explotadas al tope y apenas 20 por ciento son capturadas por debajo de su capacidad.
"No hay recurso que acepte un incremento del esfuerzo pesquero como el de las últimas décadas. Es un problema planetario, en costas de Terranova (Canadá) o del Mediterráneo la sobrepesca ya deja menos de 10 por ciento de los recursos conocidos", dijo a Tierramérica el biólogo Juan José Cárdenas, de la organización no gubernamental The Nature Conservancy, con sede en Estados Unidos.
En Venezuela "no hay caladero que admita un kilogramo más de esfuerzo pesquero, y los volúmenes de captura y los circuitos económicos están comprometidos por la declinación de las poblaciones", afirmó Cárdenas.
La mayor actividad se acompañó durante décadas con prácticas como la pesca de arrastre "que deterioró mucho los fondos marinos, pero el presidente y digamos la revolución tomaron en cuenta ese problema y ahora regresan especies como el róbalo grande (Dicentrarchus labrax) o la anchoa (familia Engraulidae), de las que hace años no hacíamos buenas capturas", dijo a Tierramérica otro pescador de la zona, Román Blanco.
En 2001 un decreto-ley del presidente Hugo Chávez vedó la pesca de arrastre a menos de seis millas de la costa firme o a menos de 10 de las islas, y en 2008 quedó definitivamente eliminada, lo que afectó a unas 270 embarcaciones que producían aproximadamente 10 por ciento del pescado que se consumía en el país.
"La pesca de arrastre fue una plaga. Removieron los fondos marinos, afectaron los corales, desaparecieron de las orillas especies como lisa (Mugilidae) y lamparosa (Selene setapinnis) y ahora las buscamos en faenas más duras, a 45 o 50 millas de la costa", dijo el pescador Germán Curbelo.
Pero "no sólo disminuye la población de peces porque se la explote inadecuadamente, sino por la contaminación. La zona que estamos pisando (la llanura de Carenero) tiene siete plantas de tratamiento de aguas servidas y ninguna funciona", observó a Tierramérica la bióloga Evelyn Pallotta.
"Todos los efluentes líquidos, de la agricultura, industrias, hogares o instalaciones turísticas, sin tratar, terminan en ríos que van al Caribe o directamente en el mar, como contaminantes que dispersan las corrientes marinas", dijo Pallotta.
En la zona desemboca el río Tuy, uno de cuyos afluentes, el Guaire, cruza la ciudad de Caracas y se carga de sus aguas servidas y efluentes industriales, recordó Pallotta, directora general de Ecología y Ambiente del norteño estado de Miranda.
La producción de dióxido de carbono y otros gases, que desde la atmósfera contactan los mares, acidifican las aguas y, tal como el aumento de la temperatura global, generan cambios físico-químicos que afectan los corales donde se crían los peces y se generan las soluciones que contienen los nutrientes que los alimentan.
"Se alteran las condiciones en las cuales se da, por ejemplo, la sardina, que depende de la cantidad y calidad del plancton. Su crecimiento larval se altera. La sardina es una especie forrajera, se alimenta de vegetales esencialmente y es alimento de especies mayores, sustentando así la cadena trófica", dijo Cárdenas.
Las aguas del Caribe sur "hace unos 10 años eran frías durante nueve meses, y así entraba mucha sardina y otros peces. Pero ahora la época fría es de seis o a lo sumo siete meses", dijo Curbelo. "El colmo es que a veces uno deja las redes montadas de noche y cuando va de día encuentra peces que con las aguas calentadas se han sancochado y ya no sirven. Eso no pasaba hace 10 o 15 años", terció el pescador Aníbal Chiramo.
Expertos y pescadores coinciden en demandar asistencia gubernamental para modernizar las naves de pesca, hacerlas más seguras, mudarse a técnicas pesqueras que las hagan más precisas, con menos capturas incidentales, y desarrollar centros de acopio, sistemas de enfriamiento y de transporte que mejoren el acceso a los consumidores.
También, precisó Pallotta, se requiere "atacar la contaminación en sus raíces, mejorar los sistemas de medición, evaluación y control, y no permitir actividades contaminantes sin programas de tratamiento y reversión".
* Este artículo fue publicado originalmente el 23 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.