Biocombustibles brasileños en carrera de obstáculos

Brasil comenzó una contraofensiva a las medidas de la Unión Europea (UE) para certificar los agrocombustibles, que podrían conducir a barreras a la importación de carburantes procedentes de este país sudamericano.

Plantación de caña azucarera en Brasil. Crédito: Cortesía Embrapa
Plantación de caña azucarera en Brasil. Crédito: Cortesía Embrapa
Brasil es el primer productor mundial de etanol de caña de azúcar.

Las normas de certificación de la UE para el etanol y el biodiésel vegetales pretenden asegurar que representen una reducción sustancial de gases de efecto invernadero —respecto de los combustibles fósiles—, y que no provengan de selvas, humedales ni áreas protegidas.

Estos requerimientos son parte de la implementación de la Directiva de Energía Renovable del bloque, que entrará en vigor en diciembre de 2010.

Pero "asociar la producción de biocombustibles con la deforestación de la Amazonia es una falta de conocimiento de la realidad brasileña, una actuación proteccionista y sin base científica", dijo a Tierramérica el investigador Robert Michael Boddey, de la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa). Los europeos deben entender que Brasil no es Holanda, Bélgica o Portugal. "Lo que sobra aquí es tierra", explicó, "y aunque los cañaverales se multipliquen, y algunos cultivos hayan tenido que emigrar, no significa que vaya a aumentar la deforestación".
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La ampliación de la producción de caña, materia prima del alcohol carburante o etanol, solamente se da en tres estados alejados de la Amazonia: el central Goias, el sudoccidental Mato Grosso do Sul y el sudoriental São Paulo, donde los cañaverales están ocupando tierras de pastura. "En algunas regiones de Brasil la proporción es de una vaca por un estadio del tamaño del Maracaná (en Río de Janeiro). Podemos poner cuatro vacas más en ese mismo espacio", ejemplificó.

"De esa forma, tendríamos cuatro Maracanás más para los cañaverales. Imaginen si hacemos eso con 1.000 vacas", dijo. Los europeos "no entienden estas proporciones". La prueba es que el ritmo de la deforestación amazónica está cayendo en Brasil desde 2005, indicó. Cid Caldas, coordinador general de Azúcar y Alcohol del Ministerio de Agricultura, Pecuaria y Abastecimiento, dijo a Tierramérica que solo se permiten plantaciones de caña en ocho por ciento del territorio brasileño.

El resto de la superficie, que incluye ecosistemas de vegetación activa como la Amazonia, en el norte, y el Pantanal, en el oeste, están protegidos, sostuvo. Para el ambientalista Marcel Gomes es razonable la crítica sobre las consecuencias distintas que los biocombustibles entrañan para los pequeños y grandes agricultores.

"Cuando la caña de azúcar se extiende a una región propicia, quien antes producía varios tipos de frutas se ve obligado a producir caña o soja, materias primas del biocombustible", dijo a Tierramérica Gomes, coordinador de Repórter Brasil, una organización de periodismo social sobre trabajo esclavo y biocombustibles.

Ese cambio "no afecta la seguridad alimentaria del país, pero sí la del pequeño productor que vivía de esas frutas o de su venta". Rogério Rocco, candidato a diputado por el Partido Verde en las elecciones de octubre y ex superintendente del estatal Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables, considera que Brasil debe recordar sus negativas experiencias con los monocultivos. "Los monocultivos de café y caña de azúcar acabaron con la Mata Atlântica (el bosque nativo de la costa brasileña). Hoy solo existe ocho por ciento de esa vegetación original", afirmó a Tierramérica. Con el fin de reducir esos riesgos, el gobierno lleva a cabo un programa de incentivos de 2.000 millones de dólares para promover el desarrollo agropecuario que tiene, entre otros objetivos, aprovechar en los próximos 10 años unos 15 millones de hectáreas de pasturas degradadas.

Otro proyecto para el mismo plazo busca ampliar el sistema de rotación de áreas dedicadas al cultivo y a la ganadería a cuatro millones de hectáreas.

Además, la Embrapa desarrolló un sistema de zonificación climática, a fin de establecer las áreas adecuadas a diferentes cultivos, que permite a los 26 estados brasileños identificar su topografía, sus distintos climas y comportamiento estacional, así como la composición de sus suelos.

Con ese mapa, los productores podrán invertir y cultivar en cada zona de una región aquello que mejor se adapte a sus características.

Gomes reconoce que no se puede responsabilizar a los biocombustibles brasileños por la carestía de alimentos que azotó al mundo en 2007 y 2008, poco antes de que estallara la crisis económica internacional. La escalada de precios de la tortilla —la fina torta de maíz que constituye un alimento básico en México y América Central y se consume mucho en Estados Unidos—, tuvo su origen en el gran aumento de los precios del petróleo.

La carestía de crudo promovió un desplazamiento de la demanda energética hacia el etanol de maíz, beneficiado con pesados subsidios en Estados Unidos, lo que elevó los precios de la gramínea.

"Automáticamente, las personas que dependían del maíz para alimentarse sufrieron", rememoró Gomes. Para el activista, Estados Unidos y la UE ocultan tras sus "barreras ambientales" el proteccionismo ante los biocombustibles brasileños.

"En 2008, los ganaderos de Irlanda alegaban que la carne de Brasil no pasaba por controles sanitarios antes de ser exportada", para impedir el ingreso de un producto que tenía ventajas comparativas, indicó.

Además, indicó, "puede haber temor de que la tecnología de biocombustibles brasileños, de altísima calidad, sea exportada a África o a México y amenace tanto a agricultores europeos como estadounidenses". Caldas recordó que en 2008 Brasil fue señalado como responsable del aumento mundial de los precios de los alimentos, a causa de la "expansión" del bioetanol.

En octubre de ese año, estalló en Estados Unidos la crisis financiera, los precios internacionales del petróleo cayeron y el tema se abandonó. El gobierno brasileño quiere que para 2017 ya no se practique la quema de los cañaverales de más de 150 hectáreas, que contamina y enferma a los trabajadores en las zafras.

Ello permitiría una reducción anual de seis millones de toneladas de dióxido de carbono, equivalentes a los gases invernadero que emiten 2,2 millones de vehículos utilitarios.

* Este artículo fue publicado originalmente el 14 de agosto por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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