Municipio colombiano a merced de bandas narcotraficantes

En esta montañosa región central de Colombia, las oscuras aguas del río Cauca serpentean a través de colinas envueltas en la neblina, antes de sumarse al más grande río Magdalena y luego morir en el mar Caribe.

El sombrío color del afluente es una adecuada metáfora de la violencia que ha sumido en el miedo a los residentes del Bajo Cauca desde comienzos de este año.

"Nunca hemos vivido lo que estamos viendo ahora", dijo Fernanda Márquez**, cuyo hijo fue secuestrado hace 13 años por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el principal grupo rebelde. "Matan a niños inocentes, tiran bombas, hacen secuestros… Es terrible".

Mientras los colombianos se preparan para la segunda vuelta de junio para elegir al sucesor del presidente Álvaro Uribe, bandas armadas emergentes de las paramilitares derechistas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) libran una guerra sin cuartel por el dominio del tráfico de narcóticos, de armas y de personas a lo largo del Cauca.

Según la policía, entre el 1 de enero y el 26 de mayo de este año hubo 74 asesinatos en la región del Bajo Cauca, y se produjeron por lo menos 24 ataques con granadas, aunque otras fuentes indican que el número de éstos ascendería a 44.
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En una sola semana, seis personas murieron durante la invasión a una granja, hombres armados mataron a una madre y a su hijo de nueve años, un adolescente de 14 años falleció en un ataque con una granada, un peón de 21 años desapareció y la casa de Leiderman Ortiz, editor del diario La Verdad del Pueblo, fue dañada por una explosión.

Todo esto ocurrió a pesar de la masiva presencia policial y militar en la zona y los últimos arrestos de decenas de individuos que se cree estarían vinculados con las bandas.

La zona cero de esta guerra es la localidad de Caucasia, sobre el río, con una población de unos 120.000 habitantes y donde dos bandas, Los Rastrojos y Los Urabeños (ambos a su vez ayudados por un subgrupo conocido como Los Paisas), compiten por el control del narcotráfico. En el municipio circulan regularmente panfletos anónimos con amenazas de muerte contra aquellos considerados enemigos por los grupos armados.

"Hay alianzas entre esas bandas criminales y las organizaciones subversivas, particularmente las FARC", dijo el coronel Luis Eduardo Herrera Paredes, jefe del Comando Operativo de Seguridad del Bajo Cauca. "Las bandas criminales organizan la distribución (de la cocaína) y las FARC protegen el proceso de cultivo. La mayoría de esos asesinatos son entre esos grupos criminales del narcotráfico".

La situación en Caucasia tiene sus raíces en el largo y sangriento conflicto armado colombiano, donde los rebeldes de las FARC y del más pequeño Ejército de Liberación Nacional (ELN) luchan contra el Estado y grupos paramilitares de extrema derecha aliados con intereses políticos, económicos y terratenientes locales. Críticos señalan que los paramilitares actúan vinculados con los servicios de seguridad oficiales.

Las diversas milicias paramilitares regionales que existían en este país se agruparon en 1997, formando las AUC.

Bajo el mando de Carlos Castaño, cuyo padre fue secuestrado y asesinado por la guerrilla y cuyo hermano Fidel fue líder paramilitar y traficante de drogas antes de morir en combate en 1994, las AUC lanzaron una campaña sin piedad para acabar con los refugios rebeldes y contra cualquiera sospechoso de apoyarlos.

Las AUC se financiaron con el narcotráfico, pero también —a pesar de ser consideradas una organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, y de la responsabilidad creíble del grupo en decenas de masacres— recibieron fondos de firmas transnacionales que hacían negocios en Colombia y les pagaban a cambio de seguridad.

Chiquita Brands Internacional, por ejemplo, recibió una multa de 25 millones de dólares por parte del gobierno de Estados Unidos en 2007 por haber solicitado protección a los paramilitares colombianos.

Durante sus primeros cinco años, las AUC se dedicaron a combatir a la guerrilla, pero a partir de 2002 comenzaron a negociar una posible desmovilización con el gobierno que asumió ese año del derechista Uribe. El grupo entonces se fue involucrando cada vez más en el narcotráfico, lo que causó violentos choques entre sus líderes.

Carlos Castaño, quien objetó el rumbo que estaban tomando las AUC a pesar de su propio pasado en el tráfico de drogas, desapareció en abril de 2004. Su cuerpo fue hallado dos años después, supuestamente víctima de un complot orquestado por su hermano Vicente, quien luego también desapareció y se cree fue asesinado.

La relación de Los Rastrojos y Los Urabeños con las AUC es directa.

En su plenitud, una de las alas más importantes numéricamente de las AUC era el Bloque Central Bolívar, con unos 6.000 combatientes liderados por Carlos Mario Jiménez, mejor conocido por su nombre de guerra: "Macaco".

Luego de que el bloque fuera desmovilizado a inicios de 2005 gracias a la Ley de Justicia y Paz, que exigía a los paramilitares confesar sus crímenes, llegar a acuerdos con las víctimas y cesar toda actividad ilegal a cambio de una importante reducción de sus sentencias, Jiménez fue enviado a la cárcel.

Sin embargo, arguyendo que rompió los términos de su acuerdo al seguir activamente involucrado en el tráfico de drogas, las autoridades colombianas lo extraditaron junto a otros altos líderes de las AUC a Estados Unidos en mayo de 2008 para ser juzgados por introducir cocaína en ese país.

En Caucasia, residentes y autoridades afirman que el actuar líder de Los Rastrojos, cuyo alias es "Sebastián", fue miembro activo del Bloque Central Bolívar. Un memorando del gobierno en 2009 concluyó que el grupo Los Rastrojos estaba activo en 10 de los 32 departamentos del país, y contaba con unos 1.400 miembros.

Hasta su arresto a comienzos del año pasado, Daniel Rendón fue el líder de la banda Los Urabeños.

Rendón integró el bloque Elmer Cárdenas, de las AUC, y nunca se sometió al proceso de desmovilización.

"Es todo por dinero", dijo Jesús Alean Quintera, director de la Fundación Redes, organización defensora de los derechos humanos que trabaja en el Bajo Cauca y documenta las actividades de las bandas, particularmente en relación con menores de edad, tanto en Caucasia como en la vecina comunidad de Nechí.

"El reclutamiento de niños por parte de esos grupos se ha convertido en un verdadero problema", afirmó.

Ahora, sin el más mínimo barniz ideológico, bandas como Los Rastrojos, Los Urabeños, Los Paisas y Las Águilas Negras (que algunos creen es otro frente de Los Urabeños) pueden libremente colaborar con las facciones rebeldes, y la población de Caucasia se pregunta cuándo cambiará esta situación.

"Hay muchos asesinos de 13 o 14 años en estos días, tanto niños como niñas", dijo el periodista Leiderman Ortiz. "Vivimos en una guerra, en medio del terrorismo, y creemos que todas las autoridades, desde el presidente hasta abajo, necesitan entender la gravedad de la situación", afirmó.

*Michael Deibert es profesor invitado del Centro para la Paz y Estudios de Reconciliación en la Universidad de Coventry. Es autor del libro "Notes from the Last Testament: The Struggle for Haiti" ("Notas del Último Testamento: La lucha por Haití"). Su blog puede leerse en: www.michaeldeibert.blogspot.com

**Su nombre ha sido modificado por su seguridad.

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