La euforia económica despertada por Brasil suena de forma más elocuente en el exterior.
"Brasil despega", tituló la edición de la revista británica The Economist del 12 de noviembre. Luego, tanto el diario español El País como el francés Le Monde eligieron al presidente Luiz Inácio Lula da Silva como "el personaje del año".
Además, Río de Janeiro fue la ciudad elegida para organizar los Juegos Olímpicos de 2016, dos años después de que este país sea sede de la Copa Mundial de Fútbol.
Se suman el descubrimiento de gigantescas reservas de petróleo en el océano Atlántico, bajo aguas profundas brasileñas, y un futuro brillante parece abrirse a este país sudamericano de 192 millones de habitantes, hasta hace poco considerado como una "eterna promesa".
En lo interno, la popularidad de Lula cercana a 80 por ciento de los encuestados, confirma el entusiasmo y la confianza en un gobierno que cosecha resultados de siembras propias y heredadas.
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Han surgido incluso acusaciones de "culto a la personalidad", desatadas por el filme "Lula, el hijo de Brasil", dirigido por Fabio Barreto, que cuenta la vida del presidente, especialmente su infancia. Ya hubo exhibiciones especiales en Brasilia y en otras ciudades, pero su estreno comercial será este viernes, el primer día de 2010.
Gran parte de esa popularidad se debe a programas sociales como la Beca Familia, que concede una pequeña ayuda monetaria mensual a 11 millones de familias muy pobres, pero fue decisivo el crecimiento económico que permitió crear 7,7 millones de empleos entre 2003 y 2008, los seis primeros años de su gobierno.
El impacto de la crisis financiera internacional golpeó con dureza a algunos sectores en el último trimestre de 2008. Sólo en diciembre Brasil perdió 654.946 empleos formales, según datos del Ministerio del Trabajo.
La recesión económica, técnicamente definida por la caída del producto interno bruto (PIB) durante dos trimestres consecutivos, sólo duró ese período mínimo en Brasil. Pero la recuperación no tuvo el ritmo esperado y la economía termina este año estancada, según proyecciones estadísticas basadas en datos ya conocidos.
Sin embargo, en este año se habrán generado cerca de un millón de nuevos empleos formales, sobre todo en sectores volcados al mercado interno, como la construcción y el comercio, que compensaron con creces la fuerte caída de las exportaciones.
Para 2010 las previsiones menos optimistas indican un crecimiento del PIB de al menos cinco por ciento. Brasil reanudó un largo ciclo de expansión, según las autoridades económicas, un vaticinio confirmado por el gran apetito con que ingresan las inversiones extranjeras por todas las vías posibles.
Ese flujo disminuyó poco después de que el gobierno adoptó, en octubre, un impuesto de dos por ciento a la entrada de capitales extranjeros, como forma de atenuar la sobrevaluación de la moneda nacional frente el dólar y de evitar "burbujas", especialmente en la bolsa de valores.
El hecho de destacarse como uno de los primeros países grandes en superar la crisis consolidó a Brasil como una de las principales naciones "emergentes" en el escenario internacional, con influencia y poder en las más diversas dimensiones de la agenda global, desde la economía hasta la seguridad, pasando por la cuestión climática.
La imagen brasileña ya venía en ascenso, debido a su estabilidad democrática y económica, a la intensa acción diplomática ejercida por Lula y su cancillería y a la importancia de este país en distintas áreas, como la producción de alimentos y la protección ambiental.
Salir velozmente de la crisis financiera, aunque lejos de un crecimiento como el de China o India, reduce la distancia económica respecto de los países ricos. Lula y The Economist creen en la posibilidad de que Brasil se convierta en la quinta mayor economía del mundo en 2014, superando a Gran Bretaña y Francia.
Pero la proyección internacional de Brasil no se debe a su economía, sino a un conjunto de dimensiones en las que este país se hizo relevante.
Un ejemplo fue el discurso que pronunció Lula en Copenhague 10 días atrás, condenando la falta de un acuerdo efectivo para mitigar el calentamiento global y ofreciendo un aporte al fondo que debería constituirse exclusivamente de recursos de países industrializados.
Brasil está destinado a liderar la transición de la era del petróleo a la "civilización de la biomasa", según Ignacy Sachs, el "ecosocioeconomista" que dirige el Centro del Brasil Contemporáneo en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (L'École des hautes études en sciences sociales) de París.
Como país mestizo, con fuertes lazos históricos con África, Europa y América Latina, además de numerosos inmigrantes árabes y asiáticos, sus amplias relaciones internacionales tienen justificaciones multidimensionales, que incluyen las étnicas, culturales y ambientales, además de las comerciales.
Su influencia se extiende a áreas novedosas, como las llamadas tecnologías sociales, con soluciones colectivas y participativas para los viejos dramas de la pobreza y la desigualdad, y el amplio conocimiento sobre agricultura tropical desarrollado en las últimas décadas.
El crecimiento económico de Brasil es muy inferior al de China, pero apunta más a la cooperación que a la explotación intensiva de recursos naturales ajenos, que fue característica del colonialismo.