La impotencia domina a coordinadoras de comedores comunitarios que brindan alimentos diarios a niños y adolescentes argentinos, cuando observan que la marginación en la que viven sus familias les tiene marcado el futuro.
"Muchas veces uno se pregunta para qué los alimentamos si después viene un desgraciado y les vende esa porquería", dice en referencia a la droga Isabel Ruiz, coordinadora del comedor Las Brujas del municipio de Moreno, al oeste de la capital. "Estamos de mal en peor, nada detiene a los que venden la droga", dice a IPS.
En Las Brujas comen cada día 250 niñas y niños menores de cinco años, y muchos además se llevan una vianda para la noche. "Tenemos familias en lista de espera, a las que les pedimos que vengan a última hora a ver si sobró algo, pero el drama es que no siempre queda", describe Ruiz.
La perspectiva de muchos niños alimentados gracias a subsidios y donaciones no es buena para ella. La falta de empleo y educación de los padres los colocan ante riesgos muy concretos que acechan en los sectores marginales: el consumo de drogas y la delincuencia.
Para enfrentar esas amenazas, Ruiz está armando una huerta donde trabajen adolescentes y jóvenes. Pero nada alcanza. "A partir de los cinco años, los chicos van medio día a la escuela y el resto del tiempo están en la calle. Los perdemos. Nada los motiva ni nadie los contiene", asegura.
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En otro municipio bonaerense, San Fernando, al norte de la capital, la situación no es muy distinta. Esther Bezek lleva 20 años en tareas comunitarias y se nota que está cansada. "Las madres son mugrientas, ignorantes, cómodas. Mandan a los chicos a vender droga o cartón y les pegan si no traen plata", describe con resentimiento.
En el comedor Corazones de América, que ella organizó primero en su casa y luego en un local, recibe a 250 niños de lunes a viernes. "Por acá ya pasaron tres generaciones, a muchos pudimos salvarlos, pero otros se nos escapan de las manos sumidos en la droga y la delincuencia", relata desesperada.
El año pasado, Bezek, de 59 años, se enfermó del corazón y tuvieron que colocarle un marcapasos. Ella atribuye la enfermedad a lo ingrata que es a veces su tarea. "No poder salvar a todos causa tanto dolor que al final te perjudica el corazón", cree. Los niños del comedor devienen en adolescentes ebrios o víctimas de las drogas, dice.
"La falta de trabajo de los padres es un problema, pero para mí es peor cómo se fueron acostumbrando a que les demos todo. A mí acá me preocupa más la droga que el hambre, porque alimentos conseguimos y desnutridos no tenemos, pero la droga nos está matando a los jóvenes que alimentamos", asegura.
Bezek recuerda que, tras la profunda crisis económica y social que vivió Argentina en 2001, las asistentes sociales del Hospital de Niños de San Fernando le enviaban niños desnutridos para que se recuperaran en el comedor, que funciona con recursos de una fundación privada. "Acá puede faltar a veces el postre, pero comida hay", declara.
Según datos oficiales, la pobreza en Argentina bajó a 15 por ciento y la indigencia afecta a cuatro por ciento de la población, lo que constituye un gran avance respecto de las cifras de 2002, cuando la mitad de los habitantes estaban sumidos en la pobreza y casi un tercio eran indigentes.
Pero el informe Barómetro de la Deuda Social Argentina, elaborado por la Pontificia Universidad Católica y otras instituciones privadas, señala que los porcentajes son mayores.
La pobreza afectaría a 27 por ciento de la población total y, si se toma sólo a los menores de 18 años, casi 41 por ciento serían pobres, de acuerdo al Barómetro.
Para enfrentar la indigencia, el Centro Académico de Lucha contra el Hambre de la Universidad de Buenos Aires estima que existen en el país unos 1.800 centros asistenciales o comedores.
El que coordina Bezek es apenas uno, pero los problemas que soporta se parecen a los de todos. "Tengo unos hermanitos que vienen solos porque los padres están presos por drogas", insiste preocupada. "¿Qué se puede hacer con tanta ignorancia? Yo quisiera meterme más con el tema educación, pero no es fácil", dice.
En 2004, encabezó una campaña para conseguir que el área de minoridad de la provincia de Buenos Aires le cediera un terreno baldío en el municipio de Campana para instalar allí una granja destinada a la recuperación de adictos.
"Como nadie nos hacía caso, fuimos con grupos de jóvenes de distintas iglesias y ocupamos el terreno con una carpa (tienda). Al tiempo, distintas empresas nos donaron maderas y materiales y levantamos la granja educativa para 10 adolescentes, con huerta, horno de pan, cerdos, gallinas, conejos ", recuerda emocionada.
El trabajo de recuperación estaba a cargo de un grupo de voluntarios, pero al cabo de un año, la mitad de los 10 jóvenes que vivían allí no lograron recuperarse y delinquieron. A uno lo mató la policía. El sitio fue allanado, desalojaron a todos y a Bezek le abrieron una causa penal por "promover el delito" y "albergar delincuentes".
"Después de un tiempo me sobreseyeron, pero esas son las cosas que te enferman y te dan ganas de decir basta", concluye.