Los síntomas de que el Mercado Común del Sur (Mercosur) perdió fuerza de adhesión se acumulan, y se agravan las incertidumbres. Las repetidas disputas comerciales entre Argentina y Brasil se suman a la demora en aprobar la incorporación de Venezuela como quinto miembro pleno.
La presidenta argentina Cristina Fernández visitó Brasilia el 18 de noviembre para reducir las tensiones con Brasil, que comenzó a exigir en octubre, sin previo aviso, licencias de importación para 15 productos argentinos, bloqueando en la frontera el ingreso incluso de alimentos perecederos.
Fue una represalia a una escalada de medidas proteccionistas que afectaron la exportación de 772 productos brasileños al país vecino, según un monitoreo de la influyente Federación de Industrias del Estado de São Paulo, en el sur del país.
En Brasilia, Fernández y su par Luiz Inácio Lula da Silva acordaron respetar las reglas internacionales, limitando a 60 días el plazo para conceder licencias de importación "no automáticas", que en Argentina demoraban hasta el triple, según los brasileños, mientras Brasil prometió comunicar la adopción de esas restricciones con una antelación de por lo menos 21 días.
Cinco días después, Buenos Aires impuso una nueva barrera a los juguetes brasileños, invalidando los certificados de seguridad del país de origen, reconocidos desde el año 2000. Empresarios brasileños interpretaron la medida como una agresión que niega lo acordado en Brasilia y el propio Mercosur, favoreciendo a la competencia china.
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La misma Fernández había alertado en Brasilia que, ante las asimetrías entre su país y Brasil, no renunciaría a proteger sectores económicos que pasaran dificultades. Parece que "Argentina desistió del Mercosur", señaló el economista Fernando Cardim, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
El bloque sudamericano, integrado además por Paraguay y Uruguay, sufre un pecado original: sus principales socios no son económicamente complementarios, sino que tienen "estructuras productivas similares" que compiten, aunque Brasil tiene una matriz más diversificada, dijo Cardim a IPS.
El modelo de integración perseguido, el de la Unión Europea, se desarrolló en situaciones muy distintas, comparó. Las economías europeas decidieron integrarse en el período de reconstrucción de la posguerra y pudieron así ampliar sus especializaciones nacionales y su complementariedad, especialmente entre los dos socios decisivos, Alemania y Francia.
Mientras, Argentina y Brasil se aproximaron con economías ya construidas, después de décadas buscar la autosuficiencia a través de fuertes barreras arancelarias y la sustitución de importaciones. Se volvió difícil dividir o renunciar a sectores productivos, especialmente en la industria, por eso se multiplicó la lista de excepciones al libre comercio, observó Cardim.
Para superar esa realidad se pueden establecer cadenas productivas que abarquen a más de un país, acción que se discute hace muchos años, recordó Tullo Vigévani, profesor de política y relaciones internacionales en la Universidad Estadual Paulista.
Pero eso exige una planificación supranacional, ya que el mercado por sí solo no lo hace, y la voluntad de "una acción integradora más fuerte" que comprende mayores concesiones, especialmente de Brasil, a favor del "desarrollo para todos" en un horizonte de largo plazo, explicó a IPS.
"Estamos lejos de una visión de integración", ante la resistencia de sectores con fuerte capacidad de presión política, como la vieja industria argentina que, por ofrecer muchos empleos, cuentan con gran apoyo social, reconoció Vigévani.
En Brasil conspira contra el Mercosur la tentación de "una intervención más dinámica en el mercado mundial y de negociar solo", que acabó prevaleciendo el año pasado, cuando fracasó la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio, y este país aceptó una propuesta que ampliaría sus exportaciones, apartándose de aliados tradicionales como Argentina e India.
Pese a todo, el Mercosur cuenta con una amplia simpatía como un proyecto político derivado del "temor a nuevos golpes militares" que acercó a Argentina y Brasil luego del fin de las dictaduras en los años 70 y 80 y generó estabilidad democrática en el cono sur americano, evaluó Cardim.
Creado el Mercosur como bloque comercial en 1991, se vivió una luna de miel porque el intercambio entre sus socios principales creció aceleradamente. Brasil se convirtió en el gran mercado externo para Argentina, "absorbiendo sus desequilibrios" y asegurando la supervivencia de la ley de convertibilidad argentina, que por una década mantuvo la paridad de un peso por dólar, recordó el economista.
La sobrevaluación cambiaria en ambos países intensificó el boom del comercio bilateral y las ilusiones de una pronta coordinación macroeconómica y la creación de una moneda común. Todo naufragó con la devaluación del real brasileño en enero de 1999, que privó a Argentina del único sostén a su peso convertible, colapsado en 2001.
Desde entonces se multiplican los conflictos comerciales entre los dos países, y parece cada día más lejana la posibilidad de una verdadera integración. Hasta hoy el azúcar sigue quedando fuera del Mercosur.
Empresarios brasileños pasaron a defender, al igual que muchos dirigentes de otros países, el retroceso del Mercosur a una zona de libre comercio, abandonando el sueño de ser una unión aduanera, que implica un arancel externo común y negociaciones comerciales conjuntas.
Limitado al libre comercio, cada país podría negociar solo un mejor acceso a otros mercados, como ha reclamado varias veces Uruguay y como hacen Chile y México, que ya firmaron acuerdos con numerosas naciones y bloques.
En este escenario, la incorporación de Venezuela agregaría "nuevas incertidumbres y dificultades al proceso de decisión" de un Mercosur "ya frágil", opinó Cardim. Se añadiría "un elemento de irracionalidad, la revolución bolivariana", de carácter poco claro, arguyó.
Pero la adhesión venezolana como miembro pleno del bloque ya lleva más de tres años de firmada, a la espera de su aprobación parlamentaria en Brasil y Paraguay.
La Cámara de Diputados brasileña la aprobó en diciembre de 2008, pero no lo ha hecho el Senado, donde el gobierno de Lula tiene escasa mayoría. A duras penas, la Comisión de Relaciones Exteriores aceptó el ingreso venezolano en octubre, pero falta la votación en el plenario, postergada una y otra vez por el oficialismo que teme una derrota.
Después, la incorporación de Venezuela quedará pendiente del Congreso legislativo paraguayo, donde es grande el riesgo de un resultado adverso ante el rechazo que prevalece al gobierno venezolano de Hugo Chávez.