Camila fue un solo día al Liceo de Gruta de Lourdes, un barrio periférico de la capital uruguaya. Ese único contacto con la educación secundaria le resultó difícil y aburrido, como le habían advertido sus primos que también habían abandonado los estudios. Pero luego encontró un aula especial y todo cambió.
A pesar de que contaba con el aval de su madre, quien le dijo que si no quería ir «no pasaba nada», Camila igual no estaba convencida de cortar definitivamente sus estudios.
Entonces probó con una de las denominadas aulas comunitarias, la de su barrio Nuevo Colman, en la zona de Casavalle. Ahora, esta adolescente de 14 años está fascinada con esa nueva experiencia de recuperación de alumnos desertores. Comenta que las asignaturas le resultan más accesibles, que le explican mejor y, sobre todo, son clases menos pobladas.
«Son menos exigentes y hay menos compañeros en la clase, (pues) no me gusta que haya muchos alumnos. Además está en mi barrio y no tengo que tomar ómnibus» para llegar hasta el lugar, dice a IPS, aliviada.
El centro educativo 2 de Casavalle, una zona empobrecida de Montevideo, es uno de los 18 del Programa de Aulas Comunitarias (PAC) instalados en distintas partes de Uruguay para atacar los problemas de repetitividad y abandono en el primer año de los liceos, como se les llama a los centros de enseñanza secundaria en este país.
Es un proyecto del Consejo de Educación Secundaria, cogestionado con el programa Infamilia del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), que tuvo su primera edición en 2007, atendiendo a adolescentes de 12 a 16 años que no se pudieron adaptar al liceo, ya sea porque desertaron sin haber aprobado primer año o porque ni siquiera se inscribieron tras terminar la escuela primaria.
[related_articles]El PAC procura la inclusión y posterior permanencia de los jóvenes con antecedentes de fracasos en la educación formal. «Hace más de 30 años que los índices de fenómenos como el rezago y la deserción en Uruguay ronda 25 por ciento, indicó a IPS la directora general del Consejo de Educación Secundaria, Alex Mazzei.
Pero según estiman profesores de aulas comunitarias, en áreas de contexto crítico en la periferia montevideana ese porcentaje de adolescentes que abandonan el sistema por repetición o mera apatía puede llegar incluso a 50 por ciento en el primer año.
BESOS Y ABRAZOS
El escenario atractivo del PAC para cautivar a adolescentes como Camila es el siguiente: seis materias en un semestre y cinco en el siguiente en lugar de las 11 anuales del sistema secundario tradicional, campamentos y talleres como música o dibujo.
La clave del éxito pedagógico está, aseguran sus responsables y profesores, en una mayor personalización en la atención y la consideración de la familia del alumno como referente para la contención.
«Acá acostumbramos a recibirlos con un beso y un abrazo. Al principio les llamaba la atención. Sabemos bien quién es cada chiquilín», explica a IPS Sandra González, coordinadora del aula comunitaria 2 de Casavalle. «Si un chico falta, después del horario llamamos a la casa para preguntar qué pasó, por qué no vino».
«¿Qué macana hizo mi hijo ahora?», le preguntó una madre a González en una de las llamadas a la casa del alumno. La profesora le respondió que ninguna, por el contrario: «la llamaba para comentarle el progreso del joven en el aula».
[pullquote]1[/pullquote]Alejandra Scafati, coordinadora general del PAC señala a IPS que los niños y niñas «salen de la escuela primaria, donde hay una sola maestra, para pasar al liceo, donde hay 11 profesores (uno por asignatura) y una adscripta».
«En la escuela, la madre entraba y sabía con quién hablar, en el liceo no. Y ni bien el chico empieza a andar mal, la madre lo saca porque éste no puede o no le gusta estudiar», añade. «Esa percepción de fracaso terminaba en frustración y de ahí a la deserción hay apenas un paso», afirma.
La enseñanza secundaria tiene «cómplices» en el PAC, como son las organizaciones de la sociedad civil que funcionan en los barrios pobres.
En Casavalle, por ejemplo, junto al aula 2 funciona un taller del no gubernamental Centro de Participación Popular (CPP), que capacita a jóvenes y adultos en el área educativo-laboral. Los alumnos del aula comunitaria de Cerro Norte, otro barrio en gran parte marginal, trabajan en Casajoven, también independiente y que integra un proyecto de cuidado ambiental.
Con menos asignaturas por semestre, una atención más parecida a la realizada por las maestras de Primaria y «pruebas» en lugar de exámenes, los y las adolescentes adquieren herramientas cognitivas para retomar el liceo en segundo grado o sumarse a algún curso del Consejo de Educación Técnico Profesional o del Centro Educativo de Capacitación y Producción (Cecap).
El Consejo, anteriormente llamado Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU), prepara jóvenes en distintos oficios, y el Cecap es un programa que articula experiencias educativo-laborales con especial interés en formarlos para el mundo del trabajo. Ambos son del sistema educativo medio.
DEL ÉXITO A LAS DUDAS
Para Mazzei, la «valoración del PAC es muy positiva». De este programa impulsado por el primer gobierno de izquierda del país, que asumió en 2005, egresaron 687 alumnos en 2007, 861 en 2008 y 1.324 fueron inscriptos este año, entre los que están cursando y los que egresaron, pero siguen alguna materia de apoyo para fortalecer la adaptación al ámbito lineal.
Datos de Infamilia dan cuenta, a su vez, que también el indicador de aprobación fue en aumento. Primero superaron la prueba 54 por ciento de los inscriptos en 2007 y abandonaron 30 por ciento, mientras que este año los que lograron reinsertarse en los liceos ya equivalen a 63 por ciento de los anotados y sólo 20 por ciento fueron los que desertaron.
Por su parte, Scafati estimó que en general el sistema liceal retiene en el ciclo básico a 50 por ciento del alumnado que egresa de la escuela primaria, sin considerar los que deciden matricularse en planes como el Cecap, Aulas Pedagógicas de Secundaria o la ex UTU.
«Pero esto no es un hongo atómico», precisó la coordinadora general del programa. La dirección de Enseñanza Secundaria instrumentó otros proyectos anteriormente con el fin de bajar las tasas de repetición liceal.
En 1999 se crearon el Departamento del Alumno, pensado para atender a jóvenes con problemas emocionales que dificultaban el aprendizaje, y un primer antecedente de trabajo a dúo con las organizaciones sociales con la Red Casajoven del estatal Instituto Nacional de la Juventud para adolescentes con «vulnerabilidad social» y necesidad de empleo rápido en la periferia pobre montevideana.
Un año después nacieron las Aulas Pedagógicas, antecedente inmediato del PAC, que enseñaba a adolescentes de Casajoven y otros internos del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, el organismo que atiende a la infancia abandonada.
«Los jóvenes que ahora van al PAC están tan debilitados desde lo cognitivo y su autoestima ( ) Es tan compleja la situación que merece un abordaje complejo. No se podía hacer como antes», aclara Scafati en alusión a los anteriores proyectos, «porque no daban mucho resultado».
Tras cuestionar que con estas experiencias anteriores «se trabajaba casi artesanalmente», la funcionaria destacó que, en cambio, «ahora hay algo sistemático, integrando a los actores externos: el barrio, la familia y las organizaciones sociales civiles».
Pero González, profesora del aula de Casavalle, admitió que el éxito inmediato del PAC suele truncarse un año después.
«La enorme mayoría salen de acá y se reinsertan en la educación formal, donde habían tenido problemas. El tema se da después. Cuando ya no los podemos seguir, a veces no hay continuidad y terminan abandonado» nuevamente.
Camila lo tiene claro: «el año que viene, me guste o no, voy a continuar el liceo, como me pidió mi madre. La idea es empezar y después ver».
Todavía no sabe si se conformará con culminar el ciclo básico en tercero o seguir hasta convertirse en bachiller (las dos etapas en que se divide la educación media en Uruguay). Mucho menos tiene idea qué quiere ser cuando sea «grande».