La noroccidental región pakistaní de Waziristán del Sur ha sido, a lo largo de generaciones enteras, plataforma de lanzamiento para operaciones militares insurgentes en Afganistán.
Durante la ocupación soviética de este país (1979-1989), los mujahidines (combatientes islámicos) utilizaron el área para preparar ataques contra las tropas invasoras. Ahora les sirve al movimiento extremista Talibán y la red Al Qaeda de base estratégica y aprovisionamiento.
Desde la zona también se preparan operaciones contra las fuerzas de seguridad de Pakistán, que sufrieron allí pérdidas masivas. Pero no sólo en Waziristán del Sur: también en los occidentales valles pakistaníes de Swat, Dir, Bonir, Bajour y Mohmand.
Esas áreas —remotas, montañosas y huérfanas de los servicios y asistencia del gobierno central en Islamabad—están repletas de combatientes preparados para luchar contra Afganistán y contra Pakistán.
El ejército pakistaní se comprometió a "limpiarlas" de elementos insurgentes. Para los próximos tres meses se prevén operaciones militares en el occidente de Pakistán con el objetivo de arrancar la amenaza de raíz, según anunció un portavoz oficial.
[related_articles]
Ya están desplegados en el lugar 60.000 soldados en lo que pronto se convertirá en el campo de batalla más encarnizado de Asia central. El otrora pacífico distrito de Swat se hundirá aun más en el pantano de la guerra y sus arroyos cristalinos se teñirán de rojo sangre.
La operación beneficiará a Afganistán, que se librará de recibir en su territorio el ataque de muchos insurgentes que morirán en Pakistán. Pero hay posibilidades de que las consecuencias para la población civil de este lado de la frontera sean catastróficas.
Cuando el ejército comience a expulsar insurgentes de sus territorios occidentales, los estará empujando a Afganistán, con lo que recrudecerá el conflicto armado en este país.
En otras palabras, alentará el traslado de los combatientes más aguerridos y de sus líderes en áreas afganas donde el gobierno en Kabul y las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tienen una presencia débil y no cuentan con la lealtad de la población local.
Por otra parte, el ejército pakistaní no es el único jugador que mueve sus piezas en este escarpado tablero.
El mulá Mohammad Omar, jefe del Talibán afgano, ordenó a su infantería apuntar los fusiles hacia las fuerzas extranjeras en Afganistán. Y el líder de los talibanes pakistaníes, Hakimullah Mehsud, a quien se creía muerto, ofreció la semana pasada una conferencia de prensa en Waziristán del Sur para anunciar su apoyo a Omar y su disposición a ampliar la guerra a territorio afgano.
Mientras, las fuerzas pakistaníes mataron al insurgente uzbeko Tahir Yaldish —uno de los principales colaboradores del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden— y arrestó a dos importantes dirigentes del Talibán en el valle de Swat, Muslim Khan y Mahmoud Khan.
Pakistán está sometido a intensas presiones de Estados Unidos para seguir combatiendo. Con ese objetivo visitaron Islamabad en las últimas semanas el general Stanley McChrystal (principal comandante de la OTAN en Afganistán), el general retirado Karl Eikenberry (embajador de Estados Unidos en Afganistán) y Richard Holbrooke (enviado del presidente Barack Obama a esta región).
Los emisarios llevaban más que palabras a sus interlocutores.
El Congreso legislativo estadounidense asignó la semana pasada 1.500 millones de dólares en ayuda no militar a Pakistán para 2011. La intención es que ese dinero se use para construir carreteras y escuelas, entre otras obras de infraestructura que desalienten el reclutamiento de jóvenes por parte de Talibán y Al Qaeda.
Pero las operaciones del ejército pakistaní ya llevaron al Talibán y a otros grupos insurgentes a áreas septentrionales de Afganistán antes pacíficas, como Mazar-e-Sharif, y que se tornaron en campos de batalla.
Mientras, el interminable escrutinio de las elecciones afganas y el "fraude generalizado" del que se acusa al gobierno del presidente Hamid Karzai —incluso, desde este domingo, por la Organización de las Naciones Unidas— restan legitimidad a las autoridades y fortalecen la convocatoria de la insurgencia.
Washington considera si envía o no decenas de miles de soldados más a Afganistán, en medio de un gran debate interno. Luego de ocho años de guerra en dos frentes, los estadounidenses se resisten a mandar más hijos e hijas a la línea del fuego.
Si todas estas operaciones pakistaníes empujan a más insurgentes en Afganistán, serán los afganos quienes deberán lidiar con esta renovada amenaza. Una tarea harto difícil, con un gobierno debilitado y con la ayuda de tropas extranjeras vacilantes.
(*Publicado por convenio con Killid Group. IPS y este grupo independiente de medios de comunicación afganos están asociados desde 2004.)