Los representantes de los 12 países reunidos el 8 de diciembre de 2004 en Cuzco para acordar la creación de una comunidad de naciones similar a la que ha fortalecido la economía de las naciones europeas, estuvieron lejos de imaginar que, cinco años después, el gran argumento para su unión se fortalecería en los estadios.
La elección de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016 dio lugar a una afirmación del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que define la utopía de la Unasur: "Nosotros en Brasil somos 200 millones de habitantes y estaremos acompañados por 400 millones en un país que se llama Sudamérica".
Si bien es América Latina en su conjunto que tiene 600 millones de habitantes, la Unasur nació con la pretensión de llegar a ser un poderoso mercado de 400 millones de sudamericanos.
Pero los hechos, poco respetuosos de los ideales, la están convirtiendo no en un mercado sino en un electorado de ese tamaño, que se disputan barones electorales de proyección continental. La economía y los sueños van camino de ser absorbidos por la política.
El propósito inicial fue el de construir un espacio de integración y unión cultural, social, económica y política, que en Cuzco se llamó Comunidad Suramericana de Naciones y que en la venezolana isla de Margarita, el 16 de abril de 2007, cambió de nombre y optó por el de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), adoptando ambiciosos proyectos basados en las abundantes reservas energéticas de la región.
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Gas de Perú para Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay; un gasoducto colombo-venezolano; otro desde Venezuela hacia el sur del continente, incluso se llegó a proponer la circulación de una moneda común para 2010, como el euro en Europa.
Pero en la agenda de la Unasur, esos proyectos y los mismos objetivos iniciales han comenzado a padecer de vejez prematura, frente a la emergencia de otros fenómenos que recorren el continente.
Como si estuviera cambiando de piel, América Latina experimenta un cambio político que ha dado lugar al estereotipo: la región vira hacia la izquierda.
Más allá de la generalización, están los rostros concretos de guerrilleros que cambiaron la oscuridad de las selvas y de la clandestinidad por los escenarios políticos.
Ex montoneros en el gobierno argentino, un dirigente que pagó ocho años de prisión por sus vínculos con el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru fue hasta hace poco primer ministro en Perú; en Venezuela, ex insurgentes hacen parte de la administración, como el ministro de Economía Alí Rodríguez, y de la oposición, como el director del periódico Tal Cual, Teodoro Petkoff.
En Bolivia llegó a la vicepresidencia Álvaro García Linera, antiguo miembro del Ejército Guerrillero Túpac Katari; en la campaña por la Presidencia de Uruguay, el postulante que encabeza preferencias es José Mujica, que fue dirigente del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros; y la ex guerrillera Dilma Rousseff aspira a reemplazar en la primera magistratura al ex líder sindical Lula.
En Colombia, un antiguo guerrillero, Gustavo Petro, es candidato presidencial opositor. Ya había sido constituyente, ministro de Salud, senador y alcalde el ex insurgente que hoy es gobernador del sudoccidental departamento de Nariño, Antonio Navarro Wolff.
Son algunos rostros visibles de un fenómeno aún más amplio que la sola visibilidad política de los guerrilleros.
En efecto, la aparición en la escena política de los nuevos líderes de la izquierda está provocando naturales colisiones de liderazgos. Las cumbres últimas de la Unasur han sido alteradas por una competencia, no por discreta menos real, de liderazgos.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quiere la unificación de los países bolivarianos y busca una hegemonía que le disputa, con ases en la mano como los Juegos Olímpicos de 2016, el presidente Lula.
Brasil, a su vez, sabe que cumplirá el papel de potencia regional que estaba en manos de Estados Unidos. ¿Lo hará con la misma lógica que Washington usó, de apoyo en las armas e intervención en la economía de otros países y en sus opciones políticas?
Sea que Brasil mantenga las prácticas intervencionistas de Estados Unidos, o que asuma las propias, estará cumpliendo el papel de gran potencia regional, con todas sus consecuencias.
Y entre Brasil y Venezuela, Colombia está en plan de erradicar la insurgencia izquierdista. "Con tres de los principales miembros de Unasur persiguiendo objetivos irreconciliables, esa organización solamente tiene futuro como sitio para hablar", comentó el ex ministro de Hacienda de Colombia, Rudolf Hommes, en su columna del diario El Tiempo.
En 2004, los padres fundadores de la entonces Comunidad Suramericana de Naciones no contemplaron este panorama que hoy se ha complicado, como pudieron comprobar los presidentes participantes en la cumbre de agosto, celebrada en la sureña ciudad argentina de Bariloche: tres países distintos con tres objetivos diversos y, a veces, excluyentes.
Venezuela en plan de exportar su revolución, según la denuncia de Bogotá, Brasil en la consolidación de su liderazgo continental, y Colombia en la defensa de su sistema con apoyo de Estados Unidos, a pesar del rechazo abierto o discreto de los demás países de la Unasur.
La reunión de Bariloche, centrada en este conflicto, dejó una clara percepción que ya se había manifestado: la organización sudamericana no dispone de mecanismos eficaces para resolver esta clase de disputas. "Esto plantea dudas sobre el futuro de Unasur", comentó en un artículo editorial el diario El Espectador.
Y esa unión puede estar indefensa frente a este otro hecho. Nacida para crear este poderoso mercado de 400 millones de personas, hasta entonces tomado por Estados Unidos, no ofrece, en cambio, garantías de ser un buen sustituto.
Así lo creen empresarios del continente que ven la expropiación de empresas por parte del gobierno venezolano, que dudan sobre lo que pasará en Ecuador y en la Bolivia de Evo Morales y que tienen entre ojos los resultados económicos de Cuba, que podría ser un modelo para gobiernos socialistas que emergen en la región.
Esos temores se acentúan ante otro fenómeno: la fiebre reeleccionista que recorre América Latina. En América Central, Daniel Ortega, en el sur Chávez, Correa, Morales y el colombiano Álvaro Uribe, o sea, regímenes de hombres fuertes, en países desinstitucionalizados que parecen sujetos a la voluntad de esos líderes.
Y si algo faltaba fue el golpe de Estado del 28 de junio en Honduras, que abrió nuevas fisuras, pese a la unánime condena regional.
Lo de Bariloche fue un toque de alerta que, al parecer, pasó ignorado. La Unasur, concentrada en el problema de las bases militares que Estados Unidos ocupará en Colombia, dejó a un lado temas que motivaron su nacimiento. Tuvieron que sonar las trompetas de los Juegos de 2016 para que, de nuevo, se pensara en una patria de 400 millones de sudamericanos.