El hecho de que ya no haya estaciones claramente definidas y que la mayor frecuencia e intensidad de lluvias y sequías perjudiquen los cultivos, hace que agricultores de varios países asiáticos retornen a prácticas ancestrales, que son más sustentables.
La sucesión de tifones pusieron de relieve el cambio climático en la región y los agricultores se esfuerzan por hacerle frente. No es sólo que repentinas tormentas y fuertes precipitaciones alteren la agricultura, sino que también se desdibujan las estaciones.
Cuando los organizadores de una conferencia internacional sobre cambio climático y crisis alimentaria la programaron en Malasia para fines de septiembre, pocos se dieron cuenta de que quedaría entre dos tifones.
Irónicamente, el primero, Ketsana, retrasó la llegada de los delegados a la reunión que viajaban desde Filipinas.
Una semana después de que Ketsana azotó Filipinas, el 26 de septiembre, y posteriormente a Vietnam, Camboya y Laos, fue el turno del tifón Parma, que causó estragos en Filipinas el 3 de este mes, para luego degradarse a tormenta tropical.
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Sin embargo, Parma todavía se cierne sobre la región. Inicialmente se lo había vinculado a otro super-tifón del océano Pacífico, Melor, que luego se dirigió hacia Japón.
Ketsana dejó una estela devastadora, inundando Manila con el equivalente a las lluvias de un mes, pero en apenas seis horas. Parma hizo lo propio con grandes sectores de los arrozales del norte de Filipinas, destruyendo cultivos listos para ser cosechados.
«Si llueve, llueve fuertemente. En el pasado había menos precipitaciones en septiembre y octubre», dice Che Ani Mat Zain, cultivador de arroz en Kedah, en el norte de Malasia.
«El rendimiento de nuestros cultivos está bien si el tiempo está bien, pero no si es impredecible», observa, agregando que antes diciembre y enero eran meses secos en Kedah.
Esta desorientación se siente en toda la región. «La estación seca y la lluviosa ahora se han borrado», coincide Charito Medina, coordinador nacional de la Asociación de Agricultores y Científicos para el Desarrollo (Masipag, por sus siglas filipinas).
Esta entidad filipina reúne a 642 organizaciones que representan a 35.000 agricultores, 60 organizaciones no gubernamentales y 15 científicos.
«Los cultivadores no pueden depender de las lluvias. Para sembrar se necesita que el suelo esté mojado, a fin de que las semillas germinen», observa, en el marco de la conferencia organizada por la filial Asia-Pacífico de la Red de Acción contra los Pesticidas, que tuvo lugar del 27 al 29 de septiembre en Penang.
Las sequías y los periodos lluviosos parecen ser más prolongados e intensos ahora. «Los tifones se están volviendo más fuertes y frecuentes, y los fuertes vientos pueden perjudicar los cultivos, dañando incluso 100 por ciento de ellos», añade.
Lluvias impredecibles pueden alterar la temporada de siembra del arroz. Si las precipitaciones se interrumpen durante dos semanas, los cultivos se echan a perder y los agricultores tienen que volver a plantar. Pero para entonces es posible que no tengan más semillas y necesiten comprar más a los proveedores, que las ofrecerán a precios que ellos no pueden pagar, destaca Medina.
En Indonesia, Erpan Faryadie, secretario general de la Alianza del Movimiento por la Reforma Agraria, que representa a unos 40.000 campesinos sin tierra propia, ve una situación similar.
En la última década, las sequías y las inundaciones se han vuelto más notorias, luego que vastos sectores de las indonesias Sumatra, Kalimantan y Sulawesi fueron fuertemente deforestados y destinados a monocultivos. Según Faryadie, en estas provincias hubo más inundaciones, que antes raramente ocurrían.
La situación se hace sentir más en Java, que representa más de la mitad de la producción arrocera nacional y donde los bosques se perdieron mucho antes. Durante la estación lluviosa, los arrozales y las tierras agrícolas en general se inundan.
«Las variedades de arroz de la Revolución Verde no pueden soportar las inundaciones, y los cultivadores no pueden cosechar», explica.
La Revolución Verde, un programa iniciado en los años 60 para evitar una crisis alimentaria mundial, se basa en el uso de variedades de semillas de alto rendimiento, usando modernos fertilizantes y pesticidas.
«El mayor problema fue la destrucción de la agricultura tradicional, que alcanzaba para la subsistencia de los cultivadores y para la suficiencia nacional si se usaban variedades tradicionales», se lamenta, destacando que algunas de las semillas de arroz tradicionales son más resistentes a las sequías y a las lluvias fuertes, con tallos que siguen en pie después de las inundaciones.
El hecho de que ya no estén claramente definidas las estaciones también ha afectado a los cultivadores de las montañas del Himalaya central, donde antes el clima garantizaba la seguridad alimentaria.
Pero el verano boreal de este año tuvo temperaturas sin precedentes. Las sequías persistieron incluso durante la temporada monzónica, alterando el ciclo de siembra.
Mientras, el glaciar Gangroti, donde nace el río Ganga, continúa replegándose 15 o 20 metros al año. Así, algunos agricultores intentan adaptarse al cambio climático regresando a las semillas y prácticas tradicionales.
En Filipinas, Masipag adopta un «enfoque de empoderamiento de los agricultores, alentándolos a recolectar y seleccionar esas semillas tradicionales para producir alimentos orgánicos».
Los propios cultivadores han plantado 50 variedades en predios agrícolas experimentales que miden entre 600 y 800 metros cuadrados.
Las variedades tradicionales de semillas son seleccionadas por ser las más adaptables. Luego son recolectadas y mejoradas.
Algunas de ellas pueden sobrevivir mejor a los periodos secos. Otras son más resistentes a pestes y enfermedades, que son influenciadas por el cambio climático. Por ejemplo, una mayor humedad hace que haya más microorganismos, lo que puede causar enfermedades, mientras que una estación seca prolongada puede hacer que haya más pestes transmitidas por insectos.
Cada organización que integra la red de cultivadores luego selecciona las 10 principales variedades orgánicas —sin insumos químicos— para su localidad y las distribuye entre sus miembros.
Masipag también promueve un sistema agrícola diversificado e integrado. Los agricultores son alentados a plantar otros cultivos, como tubérculos, que son más resistentes a los cambios ambientales porque la parte comestible crece bajo el suelo. También se planta mandioca, boniato y banano como «cultivos de subsistencia, para llenar el estómago». La biomasa se convierte en compost (abono orgánico).
Además de cabras y vacas, se cultivan pollos, a los que se considera «cajeros automáticos en el patio trasero»: si hay un tifón, pueden venderse en el mercado para generar fondos de emergencia que permitan comprar suministros.
De estos «cajeros» se puede hacer retiros cada vez que se necesite, bromea Medina.
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).