Contrariando las tendencias conservadoras y el «neoliberalismo socialista» verificado en la Unión Europea en el último lustro, la izquierda marxista de Portugal se ha convertido en un espacio seductor para buena parte de un electorado descontento con los políticos tradicionales.
Las elecciones legislativas del 27 de este mes podrán consagrar definitivamente a la llamada "verdadera izquierda" portuguesa, que las encuestas la ubican con casi 30 por ciento de la intención de voto, un caso inédito en Europa y escaso en el mundo.
Al entrar en su recta final, la campaña electoral demuestra que los partidos tradicionales del centro y de la derecha encuentran serias dificultades para presentar soluciones a los graves problemas económicos y sociales causados por la crisis financiera internacional, con efectos redoblados para un país de economía vulnerable como Portugal.
Una situación que ha favorecido a los marxistas, divididos por el debate entre la crítica tradicional del Partido Comunista Portugués (PCP) a los gobiernos de centro y de derecha y la "intifada" económica y social de los ex trotskistas del Bloque de Izquierda (BI), con combustible en temas candentes para mantener la llama hasta el día del sufragio.
Entre el descontento hacia el secretario general del Partido Socialista (PS) y primer ministro, José Sócrates, por cuatro años de gobierno marcados por una política económica neoliberal, y el temor de una gestión apagada y gris de la conservadora líder del Partido Socialdemócrata (PSD), Manuela Ferreira Leite, es difícil para el elector asumir con determinación una preferencia clara.
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El abanico político lusitano, además de ser amplio, es confuso para el elector poco politizado y escasamente informado.
A pesar de su nombre, el PSD es miembro de la familia europea de los partidos populares conservadores y demócratas cristianos, las dos tendencias existentes en el PS se debaten entre la ideología socialdemócrata y la neoliberal y el Centro Democrático Social (CDS), dirigido por Paulo Portas, no es centrista sino de derecha nacionalista.
Desde la gesta democratizadora del 25 de abril de 1974, cuando los capitanes izquierdistas del ejército derrocaron la dictadura implantada en 1926, Portugal ha sido gobernado por el PS y el PSD, con escasas diferencias ideológicas, lo cual les valió de los politólogos el mote de partidos del "centrão" (gran centro).
En las últimas elecciones legislativas, en 2005, el PS ganó con 45,03 por ciento de los votos. El PSD obtuvo 28,77, los comunistas 7,54, el CDS 7,24 y el BI 6,35 por ciento.
Sin embargo, este panorama cambió en las elecciones para el Parlamento Europeo de este año. El PSD pasó al primer lugar con 31,71 por ciento, seguido por el PS con 26,53, el BI que al lograr 10,72 de las preferencias se consagró como el tercer partido del país, el PCP con 10,64 por ciento, pasando al último lugar el CDS con 8,36 por ciento de los votos.
Si al casi 21,4 por ciento resultante de la suma entre el BI y el PCP se agrega otro 4,2 por ciento de pequeños partidos izquierdistas que no lograron representación parlamentaria, se llega a poco más de 25 por ciento de voto asumidamente marxista. Ante la escasa motivación de los tradicionales electores del "centrão", son los pequeños y no los grandes temas que mantienen el ambiente caldeado, con intereses cruzados y mucha perplejidad sobre el impacto que tendrán varias encuestas contradictorias.
Y como en cada situación incierta a lo largo de toda la historia de este país ibérico de 10,6 millones de habitantes, el "fantasma español" condimenta la campaña. Reaparece el viejo adagio portugués sobre el vecino, "da Espanha, nem bom vento nem bom casamento" (de España, ni buen viento ni buen casamiento).
Ferreira Leite fustigó a Sócrates por mantener su compromiso con España para construir el Tren de Gran Velocidad (TGV) entre Lisboa y Madrid, justificando su postura debido a que ese dinero debe ser utilizado en el apoyo a las medias y pequeñas empresas nacionales.
Ante la insistencia de Sócrates de que "Portugal debe cumplir los compromisos internacionales asumidos", la líder conservadora, con el claro propósito de ganar votos nacionalistas de personas poco ilustradas, calificó de "inaceptable intervención en política nacional" del poderoso vecino, casi cinco veces mayor que Portugal.
Sócrates defiende con ahínco las relaciones privilegiadas con España, recordando que "mi mejor amigo es (el presidente del gobierno de ese país, el socialista) José Luís Rodríguez Zapatero".
Ferreira Leite contraataca reafirmando que "Portugal no es una provincia española" y "yo, ante nada, siempre defenderé los intereses portugueses".
En este ambiente, cuando falta poco más de una semana para ir a las urnas, casi toda la disputa del "centrão" por el gobierno se reduce a un morbo comunicacional al ritmo del "rafting", como un "reality show" con la pregunta del millón para los portugueses: ¿de España, soplan buenos o malos vientos?
Persiste la poca claridad en los mensajes y la escasa novedad. Los enormes carteles son ciertamente carentes de imaginación, reforzando una visión del electorado tan básica que supone que una buena foto y un buen eslogan deberían ser suficientes. De los dos partidos aspirantes al gobierno, aún no se escuchó ninguna lectura sensata de una crisis que continúa, ni propuestas que incorporen los cambios que tendrá el mundo y la relación promiscua entre el dinero y el poder del Estado.
La derecha representada por el PSD y el CDS ha elegido el juego de pinzas: para los sectores de altos ingresos, mantienen un tradicional discurso conservador en lo moral, neoliberal en lo económico y autoritario-paternalista en lo social, a lo que se añade una propuesta de seguridad basada en el populismo represivo, en especial dirigida contra los inmigrantes.
"Existe una carencia de análisis imparciales, lo que más frecuente son las opiniones disfrazadas de análisis de politólogos, abogados y sociólogos invitados por los medios de comunicación, que en su inmensa mayoría, o simpatizan con el PS o con el PSD", explicó a IPS el profesor universitario Carlos Magno, una de las voces imparciales más respetadas del país.
Magno no tiene "ninguna duda" de que el PS podría ganar las elecciones, inclusive repitiendo la mayoría absoluta que logró en 2005, "pero con otro líder y no con Sócrates, pues la gente está harta del primer ministro. No lo soporta más".
La resistencia a Sócrates fue creciendo en estos cuatro años debido al aumento de los impuestos para combatir el déficit público excesivo, de más de seis por ciento, dejado por el gobierno conservador que le antecedió, presidido por José Manuel Durão Barroso, y que el PS logró reducir a menos de la mitad.
Durante esta legislatura, Sócrates aumentó los impuestos sobre los ingresos por el trabajo, imponiendo una tributación para salarios mínimos nacionales de 650 dólares por mes y a las jubilaciones del mismo monto. El promedio de la carga fiscal rondó 35 por ciento, frente a los casi 30 anteriores a 2005.
Otras críticas desde la izquierda, incluida la de su propio partido, fueron la implantación del pago de tasas en los tribunales, lo cual hizo que la justicia pasara a ser poco recurrida por las personas de menos ingresos, el mantenimiento de los impuestos a las ganancias del capital especulativo sólo en 10 por ciento y los del trabajo hasta 42 por ciento.
Decretó las llamadas "tasas moderadoras" de salud, algo que significó que por primera vez desde la llegada de la democracia en 1974 se comenzaran a pagar las consultas y tratamientos médicos en los hospitales públicos.
Sin embargo, el principal revés de Sócrates fue la llamada "guerra de los profesores" que se desató debido a un modelo de evaluación profesional, donde un colega evaluaba a otro, práctica que podía acabar con la carrera de un educador y que se convirtió en una batalla callejera de vastas proporciones.
Los 150.000 profesores existentes en el país más sus familias pueden representar unos 250.000 votos, decisivos para conseguir el triunfo dado el empate técnico entre el PS y el PSD que señalan las encuestas.
Político de vasta experiencia, Sócrates esta semana admitió que "talvez no hubo suficiente delicadeza en el trato a los profesores" y se confesó disponible para hacer "todo lo que esté a mi alcance para corregir eso".
Pero en otros aspectos, su gestión gubernamental fue inatacable desde el flanco izquierdo.
Desató un combate sin cuartel a la evasión fiscal, impuso una tasación de 45 por ciento a los premios a los gestores, simplificó el divorcio, se jugó por entero para vencer en el referéndum a favor de la despenalización del aborto y promulgó la ley de paridad de géneros, que obliga a los partidos a presentar listas electorales con un mínimo de un tercio de mujeres.
No obstante estos avances desde el punto de vista de la izquierda, las propuestas políticas del PCP y del BI van mucho más lejos, ya que ambos partidos defienden el refuerzo del Estado en la actividad económica, apuestan al aumento del gasto público como motor para reanimarla y se oponen a las privatizaciones.
Las semejanzas son mucho mayores que las diferencias en estos dos partidos de ideología marxista. Hacen el mismo análisis de la situación del país y de las razones de la crisis, coincidiendo en la mayoría de las propuestas.
El BI y el PCP presentan algunas diferencias en los capítulos sobre la tóxico-dependencia y los derechos de gays, lesbianas y transexuales, temas en que los "bloquistas" van mucho más al fondo en su defensa que los comunistas, que sin oponerse, tienen un lenguaje más cauto.
En los dos programas, la diferencia es sobretodo de tono, de lenguaje, de enfoque o en algunos casos de prioridades.
Pero, sopesado todo, las dos proposiciones caben en el mismo cuadro político, el de una izquierda que los partidos socialistas y laboristas europeos de la llamada "Tercera Vía" habían extendido un certificado de defunción.