Claudia tenía 13 años cuando llegó a la capital de Paraguay procedente de una pequeña localidad rural. Apenas unas semanas después deambulaba por las céntricas calles de Asunción, víctima de explotación sexual.
Su historia repite la de otras tantas niñas y adolescentes que cotidianamente caen en las redes del comercio sexual de menores en Paraguay, uno de los países latinoamericanos donde más prospera este urticante delito.
Claudia * había dejado atrás una familia desarticulada y sumida en la pobreza, alentada por su hermana mayor que ya vivía en Asunción. Pero las promesas de una vida mejor se evaporaron rápidamente y la falta de recursos y de protección la llevaron a la calle.
Fue allí donde la encontraron las educadoras del no gubernamental Grupo Luna Nueva, dedicado a brindar atención a niñas y adolescentes víctimas de explotación sexual.
"El abordaje fue muy difícil, porque Claudia tenía un vínculo especial con la hermana, quien ya ejercía el trabajo sexual desde hacía un tiempo", comentó a IPS Nidia Ríos, educadora de Luna Nueva.
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La organización cuenta con un equipo que se ocupa de identificar a niñas y adolescentes en situación de riesgo. "Nuestra tarea es contactarlas y generar un vínculo de confianza, para luego plantearles la propuesta de Luna para ellas", apuntó Erika Almeida, responsable del equipo.
Claudia aceptó ingresar al albergue de la organización e inició la primera etapa del proceso, denominado Kunu'u (mimar en lengua guaraní).
En esa etapa se realiza un estudio psicológico, se identifican sus vínculos familiares y se evalúa su situación escolar. Con todo ello, se establecen el diagnóstico general, las prioridades en la atención y un plan de trabajo individualizado para cada menor rescatada, que dura varios meses.
Las rescatadas pueden vivir en el centro y con sus hijos, cuando los tienen, o seguir el programa como externas. El único requisito es dejar de prostituirse y, a cambio, reciben apoyo psicológico, se integran a un trabajo social y participan de una dinámica que las motiva a expresarse.
Cuando llegan, muchas no saben leer ni escribir, y el acceso a la educación les abre también nuevas oportunidades y una nueva relación con su entorno.
Claudia retomó sus estudios y restauró paulatinamente la relación con sus padres y hermanos, algo a lo que se resistía por haber sido muy maltratada en el hogar.
"El mayor problema es que las familias están desestructuradas y no ayudan en este proceso. Las chicas se sienten solas, necesitan de sus afectos, pero ese alguien no está", señaló Ríos.
La posibilidad de desertar del programa siempre está allí, en ocasiones promovida por las propias familias, sumidas en la pobreza y en la descomposición de valores.
"Muchas veces las familias, ante sus necesidades, naturalizan el tema de la explotación como una forma de ingresos, por lo que las chicas se ven obligadas a abandonar el programa", explicó Ríos.
Los educadores de Luna recorren de día y de noche las calles de las zonas donde se ejerce la prostitución en Asunción y los municipios vecinos, sin olvidar la terminal de ómnibus, las centrales de camioneros y el mercado central de abastos.
Almeida explicó que a las niñas que trabajan en el mercado como vendedoras en variadas ocasiones les ofrecen comprar su mercancía a cambio de favores sexuales. Otras veces, la contratación de menores como servicio doméstico sirve de "pantalla" para la posterior explotación sexual, encontró la organización en un estudio realizado en marzo.
Los educadores informan a las explotadas sobre el programa y cómo pueden ingresar, además de realizar campañas de concienciación y prevención sobre salud sexual y reproductiva.
"Si no quieren venir, buscamos mantener el vínculo, apoyándolas desde afuera con actividades concretas", resaltó Almeida.
El programa de Luna acoge a niñas y adolescentes de 11 a 17 años desde 1995, cuando las autoridades capitalinas intentaron sacar de las calles a las trabajadoras sexuales, en un país donde el ejercicio de la prostitución es legal después de los 18 años.
"Un grupo de mujeres organizadas apoyaron a esas trabajadoras y así lograron identificar entre ellas a un gran número de niñas y adolescentes", contó a IPS Raquel Fernández, coordinadora general de Luna Nueva.
Ese fue el origen de una organización nacida para promover los derechos de las niñas y adolescentes en situación de explotación sexual. En 2008, Luna Nueva apoyó a 36 niñas y adolescentes y a 14 hijos, y de ellas 24 con sus 11 hijos se mantienen en el programa.
DATOS DE UN ESCÁNDALO
No hay cifras oficiales sobre cuántas niñas o adolescentes son víctimas del comercio sexual en Paraguay, pero un informe especial del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) mostró en 2005 los grados de escándalo que alcanza el delito en este país.
Dos de cada tres trabajadoras sexuales son menores en Paraguay, donde la venta de niñas, la prostitución infantil y la utilización de menores en pornografía son "tangibles y frecuentes" y las víctimas son iniciadas en el comercio entre los 12 y 13 años. Casi todas las explotadas en Asunción provienen del interior y rompieron sus lazos familiares tras sufrir abusos sexuales o físicos.
Unicef detalló que 98 por ciento de las niñas explotadas reciben entre seis y 10 dólares por cada "servicio". Durante su visita a Paraguay en 2004, el relator especial sobre la Prostitución Infantil, Juan Miguel Petit, se declaró "conmocionado" por los muchos testimonios de niñas de corta edad que se prostituían por un dólar o por un plato de comida.
Y la explotación sexual infantil no se limita a Asunción. Se extiende por todo el país y adquiere caracteres de drama en la sudoriental Ciudad del Este, capital del departamento del Alto Paraná y epicentro de la llamada Triple Frontera, donde Paraguay converge con Brasil y Argentina, una zona asociada a actividades ilícitas de todo tipo.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) realizó en 2002 un estudio en Ciudad del Este, en el que registró a unas 650 trabajadoras sexuales. De ellas, 250 eran niñas y adolescentes víctimas del comercio sexual y del interconectado crimen organizado. La magnitud del problema llevó a la OIT a establecer allí un centro especial para estas víctimas.
La llamada formalmente explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes se nutre en Paraguay de cuatro factores que se retroalimentan: pobreza, inequidad, exclusión social y dominante cultura patriarcal, según el latinoamericano Centro para Especialistas en Explotación Infantil y Adolescente, creado en 2006 tras un primer foro regional sobre el delito.
Paraguay es uno de los países con mayor pobreza de América Latina. Veinte por ciento de sus 6,1 millones de habitantes sobreviven con menos de un dólar al día y otro 36 por ciento viven en situación de pobreza.
Este año, la Secretaría Nacional de la Niñez y Adolescencia (SNNA) rescató del semi abandono el Plan Nacional de Prevención y Erradicación de la Explotación Sexual de Niñas, Niños y Adolescentes, lanzado en 2003.
Celeste Oudin, directora de Planificación de SNNA, explicó a IPS que el plan pretende ayudar a poner la atención de las instituciones sobre el problema y a impulsar medidas enfocadas en los derechos de las víctimas.
Pero por ahora la SNNA no cuenta con un programa de intervención directa frente a un delito que no despierta el repudio social esperable. Pero sí articula su tarea con organizaciones como Luna Nueva y el sistema de Justicia.
La funcionaria admitió que es difícil enfrentar un problema cuya solución no pasa solo por sacar de las calles a las menores explotadas y menos aún por su arresto, cuando "no se arresta, por ejemplo, a los clientes y proxenetas".
Para Oudin, la explotación existe porque hay una demanda de quienes buscan tener relaciones sexuales con menores de edad, así que hay que llegar hasta los explotadores: clientes y proxenetas, y eso requiere acciones múltiples e interdisciplinarias.
Pero Fernández, la coordinadora de Luna, es optimista sobre la posibilidad de concretar una política pública eficaz contra el flagelo, con base en la voluntad política y el trabajo mancomunado de instituciones públicas y privadas.
Claudia muestra también un camino a la esperanza. Siete años después de su llegada a Asunción, estudia la carrera de enfermería, está insertada socialmente y vive con una tía cerca de la capital, después de pasar cuatro años dentro del programa que la ayudó a aprender que otra vida era posible.
Para las educadoras, la adolescente puso todo de su parte y resistió las persistentes presiones de su mayor afecto, su hermana, para que volviese a las calles. Costó mucho recomponer su autoestima y sus lazos familiares, pero ahora mantiene contacto con sus padres y cada tanto los visita. "Todo un triunfo y un ejemplo", dijeron.
* El apellido se mantiene en reserva a pedido de la fuente.