BARCELONA: INAUGURACIÓN FELIZ, MUERTE SÚBITA

La apertura de un nuevo estadio y la muerte trágica de un emblemático jugador de fútbol se han unido para iniciar de forma complementaria una nueva temporada a final de agosto. En este caso, el centro de atención se ha posado sobre el segundo club en importancia de Barcelona. Tiene una nueva sede, pero ha perdido su capitán.

A pesar de la crisis económica general y especialmente en Europa, algunos clubs, unos con estructura tradicional de propiedad colectiva, otros ya como empresas cotizables en bolsa, han decidido apostar por la renovación de sus instalaciones. Intentan así que la gente acuda a los estadios, con una comodidad que mimetice la visibilidad ofrecida por la televisión digital y de alta definición. A los jugadores no les apetece mostrar sus habilidades ante pocos aficionados mal sentados en estadios diseñados para competencias atléticas, expuestos a los cambios de clima, pendientes de la radio para saber lo que pasa en realidad en el terreno de juego.

Mientras algunos clubs ingleses y alemanes han conseguido renovar sus instalaciones con capital foráneo (ruso, norteamericano, árabe), otros de dimensiones más modestas han optado por el respaldo de la iniciativa privada, cimentada por el historial de raigambre social. Ese sería el caso sintomático del Reial Club Deportiu Espanyol de Barcelona. El más conocido de los clubs catalanes, solamente superado por el mastodóntico Barça, fundado ya hace más de un siglo, ha terminado felizmente su “exilio” de doce años de alquiler en el Estadio Olímpico ‘Lluís Companys’ (presidente de Catalunya fusilado en 1941), bautizado así con posterioridad a los Juegos del ‘92.

El Espanyol acaba de inaugurar un magnífico estadio con capacidad para 40.000 espectadores, casi todos (además de sentados, según la normativa internacional) a cubierto. Está ubicado a caballo de los municipios de Cornellá y el Prat de Llobregat (a poca distancia del aeropuerto internacional). Aunque está mucho más alejado del centro de la urbe que el coliseo barcelonista, unas correcciones del transporte público (tranvía, tren, metro, autobuses) y el desarrollo de aparcamientos lo harán más accesible.

El club fue fundado en 1900 como Sociedad Española de Barcelona, compuesta exclusivamente de ciudadanos españoles, como contestación y rivalidad del Football Club Barcelona, nutrido desde su gestación decididamente “internacional” (ahora se llamaría ‘globalizada’) por residentes extranjeros (británicos y suizos, mayoritariamente, liderados por su primer presidente Johan Gamper).

El nuevo club se ubicó tempranamente en Sarriá, un municipio residencial que se agregaría luego a la ciudad de Barcelona. Hasta su ampliación en los 60, la cara sur solamente poseía unas filas de asientos que daban sus espaldas a un parque nutrido de palmeras, pobladas por centenares de periquitos, que le dieron el apelativo a sus fanáticos y luego a su mascota. Tempranamente fue adquiriendo una connotación económicamente elitista que trató de ganarse los favores de la inmigración que históricamente se sintió más atraída por el rival. Hispanohablante mayoritariamente, su membresía poblada de funcionarios estatales, sus dirigentes también fueron los capitanes de la industria burguesa responsable del desarrollo de la Barcelona posmodernista.

Su nombre sufrió más evoluciones que su uniforme. En un principio, la camiseta fue amarilla (porque a uno de sus directivos le sobraba tela de ese color en su negocio textil). Luego se “catalanizó” gloriosamente con la adopción del azul y blanco, señas de identidad del escudo de Roger de Lluria, el comandante de los Almogávares, temibles fuerzas expedicionarias que en el siglo XIII expandieron un imperio catalano-aragonés por todo el Mediterráneo. Durante el reinado del Alfonso XIII recibió el honor de “real”, pero con la caída de la monarquía en 1931 y la proclamación de la Segunda República (1931-1936) perdió el aderezo regio, para recuperarlo con el franquismo (1939-1976).

Con el renacimiento de la democracia y el desarrollo de la libertad autonómica catalana, el nombre se catalanizó de forma curiosa. Mientras el “español” se trocó correctamente en “espanyol”, el “deportivo” sufrió una insólita (inaceptable para los puristas) traducción en “Deportiu”, cuando la acepción correcta en catalán debiera ser “esportiu”. Esta “licencia poética” permitió conservar las siglas de RCDE y ahorró cambios de logos, letreros y placas.

En años recientes ha sufrido el descenso a Segunda División un par de veces, ha sido campeón de la Copa del Rey otras dos, y disputó dos finales del torneo de la UEFA. Cuando ya se acomodaba en el nuevo estadio llegó la muerte súbita. Dani Jarque, 26 años, su recién nombrado capitán, en el club desde los doce, fallecio el 2 de agosto en Florencia mientras su equipo estaba efectuando una gira preparatoria. Un ataque al corazón ha sido la causa, rara en este tipo de atletas, pero alarmante a la vista de casos recientes. Aunque el ánimo del equipo se recuperará a tiempo para el inicio del nuevo torneo de Liga, el agosto de 2009 quedará marcado en la historia como el hito de la nueva casa y del desaparecido líder. “El capitán ha muerto, viva el Espanyol”, dicen sus socios. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Joaquín Roy es Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).

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