Nunca como en esta semana había quedado tan clara la línea divisoria entre los disidentes dentro del régimen de Irán y los miembros de su ala dura, explícitamente enfrentados desde las elecciones presidenciales del 12 de junio.
El desencadenante fue el sermón del viernes 17 en Teherán a cargo de Akbar Hashemi Rafsanyani, ex presidente del país y actual presidente de la Asamblea de Expertos y del Consejo de Discernimiento de Conveniencia del Sistema, dos poderosos cuerpos clericales del régimen islamista.
El líder supremo (máxima autoridad religiosa de la República Islámica de Irán), ayatolá Alí Jamenei, replicó tres días después. Quedó entonces claro que la fricción política no podrá ser manejada del modo habitual: entre bambalinas, por represión selectiva o combinando ambos mecanismos.
Hasta que se desencadenó la crisis, los líderes que definen el centro político de Irán, como Rafsanyani, siempre se alinearon con el "establishment" de seguridad, pues privilegiaban la supervivencia de la República Islámica.
Pero el viernes 17, Rafsanyani dejó clara, más allá de sus conocidos desacuerdos con el presidente Mahmoud Ahmadineyad, su convicción de que el aval de las fuerzas de seguridad y el gobierno a la reelección del mandatario originó una crisis que amenaza la supervivencia del sistema.
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"Sin pueblo, no hay régimen islámico", dijo entonces, parafraseando al primer líder espiritual de la Revolución de 1979, el ayatolá Ruolá Jomeini. "La denominación 'República Islámica' no es una formalidad. Nuestro sistema es una república, y también islámica. Ambas características deben ir juntas. (
) Sin pueblo y sin voto no habrá sistema islámico."
Que otro ex presidente del país, Mohammed Jatami, haya reclamado el sábado 18 un referendo nacional para determinar la legitimidad de las elecciones fue otro hecho significativo.
Ahmadineyad fue incapaz de poner fin por medios no violentos a las protestas callejeras y al disenso dentro de las elites, o de al menos manejar ambos fenómenos.
El discurso pronunciado el lunes por Jamenei reflejó la intransigencia presidencial.
En contraste con el llamado de Rafsanyani a la unidad, al diálogo, a la liberación de los prisioneros y a la compasión hacia las víctimas de la represión, el líder espiritual de la República Islámica de Irán se limitó a proferir amenazas.
Jamenei calificó a los manifestantes de "amotinados" y fustigó a quienes desde la elite pretendieron, incluso, mantenerse al margen en el enfrentamiento entre Ahmadineyad y los reformistas, que hoy pueden ser considerados, lisa y llanamente, opositores, y a quienes se incorporó el centro del sistema con Rafsanyani a la cabeza.
El líder espiritual iraní reclamó a quienes tienen posiciones de poder que sean cuidadosos "con lo que dicen y con lo que no dicen", pues "están siendo puestos a prueba, y quienes fracasen en ella no quedarán atrás sino que sucumbirán".
Rafsanyani no tardó en contestarle a Jamenei, sin alusiones directas, desde su sitio en Internet. "La palabra miedo no significa nada para nosotros. Cada generación pasa por tiempos de prueba."
Jamenei y sus quienes lo apoyan insisten en calificar la crisis como consecuencia de manipulaciones desde el exterior o como la más reciente en una serie de luchas intestinas que viciaron la República Islámica de Irán desde su instauración en 1979.
Así, no reconocen la obviedad: el peligroso y profundo quiebre abierto entre un importante segmento de la población y el Estado, un quiebre que, según Rafsanyani, sólo puede repararse con un esfuerzo serio y concertado por aventar las "dudas" que persisten respecto del proceso electoral.
Las fronteras quedaron marcadas con claridad. Cada bando se mantiene en sus trece. Como consecuencia, la política iraní está en estado de parálisis.
Jamenei y sus simpatizantes creen contar con suficiente poder como para manejar y, finalmente, poner fin a la crisis política, la más importante desde la creación de la República Islámica.
Pero no sería ésta la primera vez que se equivoca. Jamenei no previó la reacción del resto de los candidatos a la presidencia a la proclamación de Ahmadineyad como presidente reelecto, ni la de una parte importante del público.
Tal vez esté subestimando de nuevo el alcance y la determinación de las fuerzas con que se enfrentan, y que están más unidas, precisamente, a causa de la represión y la intransigencia de Ahmadineyad y Jamenei.
Tal vez la acción del líder supremo tome en cuenta la decisión del shah (rey) Rezah Pahlevi de abdicar al trono ante las masivas protestas, y crea que conservando la firmeza logrará mantenerse en pie.
Pero la línea dura del régimen pretendía poner fin a las manifestaciones en el corto plazo, y están muy lejos de lograrlo. Una escalada represiva puede agravar el quiebre y trasladarlo a las fuerzas de seguridad.
Y la tarea de gobernar puede volverse cada vez más y más difícil.
"Hay heridas que ahora podrían curarse a un costo relativamente bajo, pero que en el futuro serán difíciles o incluso imposibles de cicatrizar", dijo Abbas Abdi, analista político que apoyó la candidatura presidencial del opositor Mehdi Karrubi.
La oposición tiene sus propios dilemas. Hoy se muestra unida por el descontento con el modo en que el régimen procesó las elecciones y la reacción masiva contra los resultados oficiales.
Si alguno de sus componentes se radicaliza a causa de la represión, la unidad podría resentirse.
El eclecticismo y la unidad del movimiento es, por ahora, lo que le permitió soportar la agresión de las fuerzas de seguridad, más allá de las expectativas individuales de los dirigentes.
* Farideh Farhi es una experta de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Hawai en Manoa.