La comunidad afrodescendiente de Argentina, ninguneada por una construcción histórica que reivindicó tradicionalmente la influencia de la inmigración europea en el tejido social, pelea cada vez más fuerte por ganar un espacio en la cultura de la capital argentina.
"Luchamos por nuestra visibilidad, para que se reconozca nuestro aporte a la cultura, y para resistir el prejuicio que asocia al negro con la diversión y el carnaval", explicó a IPS Diego Bonga, músico, luthier, descendiente de angoleños y congoleños, y miembro activo del Movimiento Afrocultural de Buenos Aires.
Bonga nació en Uruguay, donde el candombe, una expresión musical de origen africano, forma parte de la identidad nacional. Desde ese país, en particular de Montevideo, llegó a Buenos Aires en las últimas décadas una ola de afrodescendientes que despertó el eco de los tambores y contribuyó a aumentar la visibilidad de los negros en Argentina.
El Movimiento, creado a fines de los años 90, ofrece talleres de danza, candombe, capoeira (mezcla de arte marcial y danza afrobrasileña), producción de instrumentos musicales, videoteca y sala de juegos, pero desde hace meses está amenazado por el desalojo. El predio que ocupa pertenecía a una fábrica que fue abandonada y sus propietarios ahora lo reclaman.
Mediante una acción judicial, los integrantes del Movimiento consiguieron que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se comprometa a cederles otro espacio para sus actividades, declaradas de interés cultural por la Legislatura (parlamento) de este distrito. Entretanto, suspendieron las clases y mantienen todos sus elementos en cajas y paquetes.
"Nuestra cultura no se aprende en las universidades, necesitamos de estos espacios para preservarla. El centro que formamos es único, aquí se reúnen los referentes de toda la cultura africana en Argentina", explicó Bonga. La Secretaría de Cultura prometió una solución que todavía no llega.
Según estudios demográficos, en Argentina viven cerca de dos millones de descendientes de africanos, muchos de los cuales ya no responde al estereotipo de negritud (piel oscura y cabello rizado). No obstante, su presencia y su aporte a la cultura fueron negados casi sistemáticamente por la historiografía.
En 1810, el año en que el territorio que hoy ocupa Argentina dejó de ser una colonia española, los negros y negras equivalían al 30 por ciento de la población de Buenos Aires y en algunas provincias eran mayoría, como en la central Córdoba, la occidental Catamarca y la norteña Tucumán.
Esa muy importante población descendiente de los esclavos traídos de África durante la colonia española quedó muy menguada luego de que los negros fueron enviados como carne de cañón a la Guerra de la Triple Alianza (18464-1870), en la que Argentina, Brasil y Uruguay prácticamente arrasaron a Paraguay, que perdió un millón de sus 1,3 millones de habitantes de entonces.
La epidemia de fiebre amarilla que mató por esos mismos años a alrededor de ocho por ciento de los pobladores de Buenos Aires, al parecer traída por los soldados que volvían de la guerra, se ensañó especialmente con los afrodescendientes que vivían hacinados en viviendas sin ningún tipo de saneamiento.
Aún así, su influencia se mantuvo viva. Pero hacia fines del siglo XIX, cuando se sentaron las bases de la construcción de la nación argentina, protagonistas clave de la historia como Domingo Sarmiento, quien gobernó el país de 1868 a 1874, privilegiaron la inmigración europea blanca sobre el aporte negro y de los pueblos indígenas originarios.
Esa negación, dicen los afrodescendientes, sobrevive en el mito que reza que en Argentina "no hay negros", como sí los hay en otros países de la región.
Según Miriam Gómez, directora de la Sociedad de Socorros Mutuos Unión Caboverdiana de Dock Sud, la llegada más reciente de inmigrantes africanos en la década del 90 sirvió para que los descendientes de las primeras oleadas se miraran en un espejo que les fue negado durante siglos.
Por eso, en los últimos años, la veintena de organizaciones de afrodescendientes que hay en Argentina, tanto en Buenos Aires como en ciudades del interior del país, procura salir de las sombras y reivindicar su cultura, o reencontrarse con ella en el caso de los que perdieron todo contacto con esas raíces.
"Algunos miran asustados cuando les decimos que, por el cabello ondulado, pueden tener ascendientes negros", cuenta a IPS Victoria Díaz, de la Unión Caboverdiana. La mujer reveló que, tiempo atrás, un hombre blanco y rubio que tenía datos sobre un posible ancestro africano se sorprendió al confirmar sus sospechas.
Las entidades también buscan mostrar que hay aportes africanos en manifestaciones emblemáticas de la cultura nacional como el tango, la milonga, el candombe o la chacarera, así como hay influencia del continente negro en la literatura, la cocina, en la religión y el idioma.
"En Argentina, la palabra quilombo se refiere a algo que está desordenado, desorganizado, mal hecho, pero para nosotros el Quilombo de Palmares es nuestro orgullo", dijo Bonga recordando el asentamiento de esclavos que huían de las plantaciones en Brasil, durante el dominio colonial portugués.
Como parte del plan de reivindicación, las comunidades realizaron a fines de mayo el Festival Argentina Negra en Buenos Aires, con la actuación de grupos musicales de danza, música, exposición de instrumentos y mesas con información acerca de las distintas organizaciones de afrodescendientes en el país.
Gómez lleva adelante el proyecto titulado "Apoyo a la población afro-argentina y sus organizaciones de base" para hacer visible su labor. Apunta a unir a descendientes de africanos esclavizados, a caboverdeanos que llegaron a fines del siglo XIX y a inmigrantes negros más recientes provenientes de África, Brasil, Uruguay, Perú y la región del Caribe.
Estas comunidades están ausentes en los medios de comunicación y en el sistema educativo, dice Bonga. "Sólo aparecemos en los actos escolares vendiendo velas y empanadas", lamenta aludiendo a las celebraciones por la independencia del país en los que se refleja el lugar de sirvientes que ocupaban los negros en la sociedad colonial.