Los esfuerzos por rescatar a la economía mundial del marasmo ingresan este fin de semana en una nueva fase, mientras expertos temen que la debacle es peor de lo previsto y los mismos cocineros de siempre siguen peleándose por el mango de la sartén.
La reunión conjunta semestral del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) comenzará en la capital de Estados Unidos este sábado. En las vísperas, el FMI advirtió que la economía planetaria caería al cabo de este año por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Se trata, "por lejos, de la recesión mundial más profunda desde la Gran Depresión", y la caída del producto global será de 1,3 por ciento. Así, el Fondo enmendó la plana de su pronóstico anterior, de enero, según el cual se registraría un crecimiento económico de 0,5 por ciento.
En las conversaciones formales y en las sesiones al margen del Grupo de los Siete (G-7) países más ricos y el Grupo de los 20 (G-20), que incluye a las economías emergentes, los ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales intentarán desarrollar la respuesta a la crisis bocetada por jefes de Estado y de gobierno el 2 de abril en Londres.
Pero para eso deberán conciliar las diferencias que quedaron en evidencia en esa cumbre del G-20.
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La beligerancia que se respira en la atmósfera continúa 18 meses después de que la recesión salió a la luz.
Aun cuando los gobiernos tratan de asegurarle a los mercados y a los consumidores de que los planes tendrán éxito, Estados Unidos se enfrenta con el resentimiento generalizado por una crisis atribuida a maniobras de empresas de ese país y al afán desregulador de sus autoridades.
"Tenemos parte sustancial de la responsabilidad por lo que sucedió", reconoció el miércoles el secretario del Tesoro (ministro de hacienda) estadounidense Timothy Geithner. "Pero los factores que tornaron a esta crisis tan aguda y tan difícil de contener residen en un conjunto más amplio de fuerzas globales construidas años antes de que comenzaran los problemas actuales."
Washington continúa promoviendo el aumento del gasto público en los países ricos como estímulo a la demanda, pero con la resistencia de los países europeos con fobia al déficit, en particular Alemania y Francia.
Los acuerdos para aumentar la dotación financiera del FMI se acumulan y contrarrestan la competencia por más voz y más poder de voto entre los accionistas de la agencia.
Mientras, otros acuerdos para darle a la institución más facultades como regulador de la economía mundial chocan con discrepancias sobre el tipo de poderes de intrusión que se le deben asignar.
Incluso el juramento de lealtad del G-20 al libre comercio de noviembre pasado terminó siendo algo así como un chiste. El Banco Mundial informó meses después que 17 miembros del grupo habían reaccionado a la crisis con barreras proteccionistas.
"Desde la reunión del G-20 hace menos de tres semanas, nueve países del grupo tomaron o consideraron 23 medidas que restringen el comercio a expensas de otros países", dijo este jueves el presidente del Banco, Robert Zoellick.
Activistas contra la pobreza reclaman, al mismo tiempo, que se le permita también a los estados del mundo en desarrollo, y no sólo a los ricos, gastar más y proteger a sus sectores sociales más vulnerables.
"El FMI recomendó grandes programas de gasto para el estímulo, pero sólo a los países ricos", dijo Soren Ambrose, experto de la organización humanitaria ActionAid International.
El FMI asignó préstamos sin condicionamientos a México y a otros acreedores que han seguido sus recomendaciones, pero no aliviaron las medidas de austeridad que les exige a numerosos países, como Letonia y Pakistán, recordó el Centro para la Investigación Económica y Política.
Los cuestionamientos a las condiciones que impone el FMI a cambio de crédito no son algo nuevo. Lo novedoso es el impacto profundo que tendrá la reforma del poder de voto entre accionistas. Complica las perspectivas financieras de la institución.
Los líderes del G-20 prometieron en Londres 1,1 billones de dólares a las instituciones multilaterales de crédito, 5.000 millones de los cuales al FMI. A cambio, los gobiernos recibirán bonos a interés respaldados en parte con las reservas de oro del Fondo.
China, Rusia y Arabia Saudita mantienen su compromiso y demandan una redistribución de los votos que refleje la creciente importancia económica de los mercados emergentes.
Mientras, los europeos afrontan la posibilidad de perder influencia.
También está a estudio una propuesta para vender parte de las reservas de oro del FMI.
Mientras, países pobres y organizaciones humanitarias quieren garantías de que el capital del Fondo se use para ayudar a regiones que sufren al mismo tiempo la crisis económica y la alimentaria, los cuales carecen de acceso a otras fuentes de capital.