Un discurso de igualdad y equivalencia rodea la cumbre del Grupo de los 20 (G-20) países industrializados y emergentes, prevista para este jueves en la capital británica. «Una crisis global requiere de una solución global», parecen decir todos.
También hay un discurso del tipo de "naciones unidas". Los 20 países que integran el grupo, se subraya, representan 90 por ciento del producto interno bruto mundial, 80 por ciento del comercio internacional y dos tercios de toda la población del planeta.
La idea es que se logre aquí un acuerdo mundial, y que todos participen de él, y que todos juntos se comprometan a hacer más o menos lo mismo: dar estímulos financieros, alentar a los bancos a prestar y rechazar el proteccionismo.
Pero este lenguaje unificador, alertaron analistas, es engañoso y puede ser peligroso.
"Está el mito de que todos tienen que seguir exactamente las mismas reglas en la economía mundial", dijo a IPS el director ejecutivo del grupo de derechos humanos War on Want, John Hilary.
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"Creo que uno de los principios clave que ha sido probado en el comercio internacional es que debe haber un trato especial y diferencial. Esto quiere decir que aquello que los países industrializados como Estados Unidos o la Unión Europea deben hacer no es necesariamente el tipo de políticas que tienen que adoptar los países en desarrollo", añadió.
Cualquier reconocimiento de esas diferencias está ausente en el discurso en torno al G-20 hasta ahora. El acento ahora está en buscar una única solución que sirva a todos.
Este discurso no discriminatorio es visto por muchos, justamente, como discriminatorio. La promovida unidad no toma suficiente nota de las grandes diferencias en el terreno.
"Es muy claro que hay ciertos principios y ciertas políticas que son específicamente relevantes para los países del Sur en su etapa de desarrollo pero que ya no lo son para las naciones industrializadas", dijo Hilary. "Creo que lo realmente importante es ser capaz de mantener ese principio clave".
La ignorancia de ese principio es la raíz de las discrepancias en las negociaciones en marcha sobre un solo acuerdo comercial mundial. Hay una gran presión de los líderes del G-20 para que se concrete un pacto así, pero por ahora no es más que un acuerdo de que debe haber un acuerdo, sin ningún reconocimiento al trato diferenciado y especial.
El G-20 parece representar la riqueza y la nueva influencia del mundo. Se espera ahora que países como China e India contribuyan con un reformado Fondo Monetario Internacional, en el que tendrían más voz.
Se habla de los países del Sur como entidades emergentes, con poco pensamiento sustancial en los cientos de millones de personas que viven en ellos. Estas naciones no parecen ocupar el papel privilegiado de los ricos, o al menos el de países ricos con población pobre.
Hay, por supuesto, un reconocimiento de la pobreza en todo el mundo, y de que el G-20 tiene que hacer algo. Una reunión de estas características difícilmente pudiera estar completa sin declaraciones de ese tipo. Pero el éxito de la reunión será medido por cuántos dólares acompañarán a esas palabras.
Para ponerle números a las palabras, la organización internacional humanitaria Oxfam pidió a los líderes del G-20 que crearan un paquete de rescate por 580.000 millones de dólares al año para los países pobres, incluyendo un inmediato estímulo fiscal para los más pobres de por lo menos 24.000 millones de dólares, un alivio de la deuda y el cumplimiento de las promesas sobre aumentar la ayuda al desarrollo.
Parece mucho dinero, pero es apenas una fracción de los 8,42 billones prometidos por los gobiernos ricos para rescatar a los bancos de la crisis, señala Oxfam.
Este tipo de paquete de rescate, indicó, sería suficiente para poner fin a la extrema pobreza mundial por 50 años y significaría un enorme paso hacia su erradicación.
"Cuando se ve el dinero que se ha sacado para los bancos, parece inconcebible que los líderes del G-20 se queden a un lado y permitan que la crisis económica destruya la vida de los pueblos pobres", dijo en una declaración la jefa ejecutiva de Oxfam, Barbara Stocking.
"Los países en desarrollo tambalean por las drásticas caídas en el comercio, en las remesas y en las inversiones extranjeras. Los países ricos cuyas políticas contribuyeron a la crisis tienen la responsabilidad de ayudar a aquellos que no pueden pagar sus propios rescates", añadió.
Sin una acción urgente, "cientos de millones de las personas más pobres del mundo caerán aun más en la pobreza. Perder un trabajo es algo devastador en cualquier parte, pero para millones de personas en países pobres, sin beneficios y servicios de salud que los respalden, el desempleo los empujará a la indigencia", agregó.
Sin embargo, nadie espera que el G-20 apruebe la suma pedida por Oxfam, o al menos una parte. Ni siquiera es probable que haya un reconocimiento de las diferentes políticas que se necesitan para los diferentes países.
"Creo que lo que veremos del G-20 será una declaración de propósitos y cláusulas de buenas intenciones, en las que los países dirán que no van a acelerar el proteccionismo", dijo Hilary a IPS.
"Pero no creo que tengan la sutileza de decir que debe haber una regla para los países industrializados y otra para los en desarrollo", añadió.
"Lo realmente importante aquí para los países en desarrollo es no mirar al G-20 como una suerte de salvador de sus problemas. Es un grupo de economías ricas y emergentes que velan por sus propios intereses. No van a preparar la clase de futuro que el pueblo del mundo necesita, así que pienso que deberíamos buscar en otro lugar el verdadero cambio que necesitamos", sostuvo.